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Con el fichaje exprés del vitoriano Maroan Sannadi se ha destapado, como en otras ocasiones recientes, la cazuela en la que se cocinan los resquemores de cierta gentuza que mira desde lejos, o no tan lejos, todo lo que sucede en el Athletic, escudriñando con ... lupa cualquier movimiento, y, también como siempre, ha salido de ese cocido un ligero tufo a racismo. Ligero por decir algo, ya que, si se acerca bien la nariz, ese aroma apesta, como cuando se pasa por delante de la papelera de Durango y el viento pega en dirección a la autopista.
Es casi inevitable que, si el club rojiblanco decide incorporar a sus filas a un jugador con la piel un poco más oscura que la media en el País Vasco, aparezca la policía de la moral futbolera para afear al Athletic el qué, el cómo y, ya de forma inédita, hasta el cuándo. Que esta vez, con Maroan, se ha cuestionado incluso el cuándo. Por lo visto, ahora se dictan hasta los tiempos, y los fichajes de invierno de los demás clubes son admisibles, pero no los nuestros. Qué cosas. Eso sí, se ha convertido el Athletic en un detector de racistas de gran fiabilidad. Fichar a Sannadi, a Djaló, a Adama o a los hermanos Williams es un método infalible para destapar todos los complejos racistas de un buen número de odiadores.
¿Y por qué son racistas todos esos que vomitan odio a través de las redes sociales? Es fácil explicarlo. Muchos de ellos aluden a la «filosofía», esa norma autoimpuesta por la que el Athletic solo ficha a futbolistas nacidos o criados en Euskal Herria, el espacio físico delimitado por el País Vasco, Navarra e Iparralde. A esos, o a quienes se han formado en las canteras de los equipos de esos territorios. Y aducen que ahora el club rojiblanco se aprovecha de la inmigración para completar su plantilla, lo cual, por supuesto, es cierto.
Pero al dar ese argumento le están dando ese sesgo racista al que aludo, porque lo de «aprovecharse», y lo pongo entre comillas, de la inmigración es algo que el Athletic ha hecho en toda su historia, claro que los inmigrantes de otras épocas eran de piel blanca y llegados de otras partes de la península. Y es que nadie ha cuestionado nunca que Manolo Sarabia, una de las figuras del Athletic campeón de los ochenta, fuera hijo de jienenses, y que hasta su hermano, que no pudo fichar por el Athletic por ese motivo, también lo fuera. O que los padres de su compañero Dani también llegaran de lejos del País Vasco para dejar su vida de agricultores. O que en la actual plantilla juegue Vivián, hijo de un gallego, o Unai Simón, cuya familia paterna procede de Zamora, la misma ascendencia de los padres de Javier Clemente, afincados en Barakaldo para buscarse una vida mejor.
Nadie dijo nada cuando Ernesto Valverde, nacido en un pueblo extremeño, hijo de la emigración, fichó por el Athletic, o Patxi Ferreira, natural de Salamanca, o Luis Fernando, que vio la luz en un pueblo de Zamora, o Lorenzo Juarros, al que nadie le pidió el carné de vasco habiendo nacido en Mambrillas de Lara, en Burgos. Eso es racismo con todas las letras. Que se enteren los odiadores: la filosofía del Athletic no ha variado. Lo que ha cambiado es la demografía. Antes, los inmigrantes llegaban de Zamora; ahora de Marruecos, como la familia de Maroan Sannadi.
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