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Esto es lo que toca con equipos como el Granada, que plantan el autobús y allá me las den todas. Pero, ¿qué estamos diciendo?, ¿el ... Granada? Muchas veces se cargan las tintas sobre estos equipos pequeños, que juegan sus armas, que suelen ser escasas y poco afiladas, porque montan un parapeto que desespera a cualquiera y no hay manera de meterles mano. Pero no se les puede pedir más, es lo que tienen y lo utilizan, y menos ahora, después de haber visto, apenas dos días antes, a todo un Real Madrid, capaz de ganar la Copa de Europa, hacer lo mismo con un presupuesto que multiplica por no se sabe cuánto al del Granada. Leí por ahí que se trataba de un magnífico ejercicio de resiliencia, utilizando una de esas palabras que ahora se usan para casi todo, pero casi todos los que vieron el partido contra el City, cambiarían resiliencia por resistencia, y además poniéndole detrás el adjetivo de numantina.
Así que, si eso lo hace uno de los grandes de Europa, qué se le puede pedir al Granada, que llega a San Mamés a once puntos de la salvación. Hacen lo que pueden, que es seguir en la Liga con dignidad, sabiendo que, por mucho que hagan de aquí a final de temporada, y que se ilusionen con un sueño, el destino es el infierno, que en este caso es la Segunda División.
Ya se veía, desde el principio, que iba a ser duro de pelar. Cuando el rival no hace media ocasión y mete un gol olímpico, las cosas se enredan y es difícil desenredarlas. Lo hizo a medias Guruzeta, que se está convirtiendo en un killer de pantalón largo, pero se intuía más o menos el desenlace.
Se ha encontrado el Athletic, además, con dos árbitros de la vieja escuela en sus dos últimos partidos en San Mamés, de esos resabiados, muy toreados, que saben lo que hacen en cada momento. Y en ese sentido, no hay que olvidar ese supersónico comunicado del Comité Técnico de Árbitros después del Athletic-Villarreal del domingo pasado, algo nunca visto en este país. Los árbitros habían reaccionado algunas veces, no demasiadas, cuando algún club, como tal protestó por arbitrajes concretos, sobre todo a través de sus redes sociales. Callaron como muertos, recuerden, cuando al Almería le robaron el partido del Bernabéu. Admitieron por lo bajini que había habido errores del VAR, pero no emitieron ningún comunicado.
Pero el lunes pasado, después de las manifestaciones en caliente, y totalmente respetuosas, de Valverde y varios jugadores del Athletic, saltaron al cuello de la entidad rojiblanca. Designaron para ayer a un árbitro de los que hacen los recados que le mandan y aquí paz y después gloria. Tal vez todo sea fruto del desgobierno federativo, las inhabilitaciones, las zancadillas y lo que se cuece en aquel lugar en el que periódicamente entra la Guardia Civil, como si fuera el Congreso el 23-F de 1981. Las Rozas es ahora como el ejército de Pancho Villa, en el que en cada despacho hace lo que quiere su ocupante, y por eso Medina Cantalejo campa a sus anchas y sigue presumiendo de tener los mejores colegiados de Europa.
Del árbitro, ese señor gallego de apellido Iglesias, nunca se supo, como se dice de sus paisanos, si iba o venía. Desquició a los jugadores del Athletic sin tener que tomar decisiones escandalosas. El resto correspondió al Granada, que hizo lo que sabía y lo que debía hacer. Pertrecharse atrás y encomendarse a la buena suerte, que le sonrió porque, tal vez, los jugadores del Athletic tampoco estuvieron tan inspirados como otras veces y no encontraron el camino de la portería rival.
La afición de San Mamés, que de nuevo volvió a propiciar una magnífica entrada, se cebó con Batalla, el portero granadino, pero él sólo hizo lo que debía, perder todo el tiempo del mundo. Si había un gallego que se lo permitía, pues mejor todavía. Es una lástima porque las opciones de Champions, que hace un mes estaban bien definidas, se difuminan en el horizonte. Han sido claves estos dos últimos partidos, pero qué se les puede pedir más a unos futbolistas que nos llevaron a la felicidad hace tan poco tiempo.
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