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Cuando en el minuto 82 el árbitro atendió la indicación del VAR y fue a revisar el gol que había marcado Vinicius por un fuera ... de juego previo –interpretable– de Endrick, y después de verlo decidió anular el tanto, estuve a punto de gritar esa frase que tanto se estilaba hace algunas décadas en aquellas redacciones de los periódicos llenas de humo de tabaco y olor a tinta de imprenta, cuando, con la tirada de la edición ya en marcha, surgía de repente un notición que lo cambiaba todo: «¡Paren las rotativas!». Pero como no estaba en la redacción, y las rotativas suelen estar ahora a bastantes kilómetros, en alguna nave industrial, me abstuve de ponerme a pegar gritos ante la noticia de la semana: que le habían anulado un gol al Madrid contra el Athletic.
Parecía todo demasiado bonito para ser verdad. Más todavía cuando, poco después, Bellingham y sus compañeros pidieron un penalti de Nuñez y tampoco les fue concedida esa gracia por parte del árbitro, mientras Ancelotti bufaba en la banda embutido en su elegante loden azul. Todo un caballero.
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Era todo demasiado bonito. Ver al Bernabéu cabreado con su equipo, incapaz de hincarle el diente a un Athletic que del jueves al domingo solo conservaba en la alineación inicial a Berenguer. Los demás, todos de refresco, con lo que no es difícil deducir, haciendo un razonamiento lógico, que el equipo se había debilitado, porque si contra el Rangers Valverde alineó, con la excepción del portero, a su equipo de gala, en Madrid recurrió a la segunda unidad, que, como los de la primera, se entregaron sin límites a la causa cuando se trataba de defender su área.
Con el mismo orden que juega el equipo rojiblanco con sus líneas juntas, dejando pocos espacios y sacrificándose desde Gorosabel a Guruzeta, pero con mucha menos mordiente a la hora del despliegue, lo que provocaba que la pelota duraba muy poco en los pies de los nuestros y el Madrid la tenía constantemente.
Pese a eso, todo iba bien, porque Unai Simón apareció cuando debía hacerlo, y en los blancos, salvo Vinicius, que parecía más motivado que el resto, nadie tomaba la responsabilidad. Así pasó toda la primera parte y gran parte de la segunda, en la que el Athletic tuvo que echarse todavía más atrás, pero siguió soportando la presión.
Salieron Iñaki, Sancet y Maroan, y fue este último el que mejor oxigenó el juego del Athletic, chocando con Asencio en cada balón largo, y haciendo trabajar al central del Real lo que no había trabajado hasta entonces. Por eso me ilusioné, soñando con una contra letal que pusiera patas arriba el Bernabéu, y la imaginación estaba echando a volar cuando marcó Vinicius y se me rompió el cántaro que llevaba a la fuente. O eso pensaba, hasta que el árbitro se fue a ver la jugada al VAR y dijo que no era gol, así que como en una película marcha atrás, el cántaro se recompuso y me volvió lleno de agua a los brazos. Todo parecía demasiado bonito hasta el descuento, cuando apareció Valverde –no el nuestro, sino el de ellos–, y esta vez el cántaro se hizo añicos, imposible recomponerlo con Loctite. El sueño de los 93 minutos anteriores, el asalto al Bernabéu y todo eso, se convirtió en pesadilla. Al menos, fue bonito mientras duró.
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