La tarde se presentaba estupenda...

Valverde apostó de salida por los mismos que se lucieron en Cádiz, pero nuestros héroes del Nuevo Mirandilla salieron ayer con las botas de madera, algo que el técnico tampoco puede prever, claro. Lo que sí pudo constatar el entrenador fue que el plan inicial necesitaba ser reformulado. Tardó casi una hora en hacerlo; tal vez demasiado tarde a la vista de cómo estaban funcionando algunos de los titulares.

Al Espanyol le bastó con plantarse en el campo con orden y esperar el fallo para sentenciar. Dicho así puede parecer exagerado, pero el marcador final fue responsabilidad única y exclusiva de los rojiblancos, tanto del cero en su casillero, como del uno en el del rival, aunque si la primera fue colectiva, la segunda atañe única y exclusivamente a los dos centrales; ¡qué forma más lamentable de acabar con la racha de imbatibilidad!

Al aficionado feliz y optimista se le fue torciendo el gesto a medida que transcurrían los minutos sin que pasara nada o, mejor dicho, comprobando que volvía a pasar lo de casi siempre. La sonrisa pasó a mueca de amargura cuando Braithwaite celebró su debut marcando el gol que le daba la victoria a su equipo, injusta a todas luces si se repasa el partido sin apasionamiento, pero esto no va de injusticias ni de méritos sino de sumar puntos contantes y sonantes.

Por no tener, el Athletic no tuvo ni esa pizca de suerte tan necesaria en momentos clave del partido. El zapatazo de Berenguer al larguero en el último instante antes del descanso bien podía haber cambiado el rumbo del partido. También lo podía haber hecho mucho antes Iñaki Williams, pero no supo rematar a puerta vacía un centro de Berenguer que llevaba la música del gol incorporada.

Lo de la segunda parte fue peor, porque ni siquiera se puede apelar a la mala suerte, cuando, simplemente, no la buscas. De nuevo volvieron los pases al amigo invisible, los centros a la tercera fila de la grada y las piernas encogidas cuando se requiere desparpajo y decisión para buscar la portería contraria. El Athletic ha tirado a la basura cinco de los nueve puntos que ha disputado en San Mamés. Así no hay calendario favorable que valga.

Ni el infortunio ni el calor justifican la inoperancia de los rojiblancos en el área contraria. De nuevo sobraron la precipitación y la imprecisión a la hora de la verdad. La impericia, en definitiva, volvió a tomar cuerpo ante una afición que asistía atónita al nuevo ejercicio de impotencia de sus chicos.

El aficionado que se las prometía tan felices cuando acudía a San Mamés, abandonó La Catedral cabizbajo y mustio después de asistir a un nuevo gatillazo de su equipo, el más inesperado porque, esta vez, todo parecía converger para alcanzar un final feliz.