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Llevábamos demasiado tiempo, también entonces, sin recorrer Europa, y aquel Athletic de Bielsa apuntaba maneras para volver con garantías. Las visitas a las islas británicas ... se perdían en la memoria de los athleticzales, y cuando el sorteo de la Europa League nos emparejó en octavos con el United nadie imaginó cómo en Old Trafford el Athletic iba incluso a hacer palidecer aquel 'partido de la nieve' de los años cincuenta. Había que estar en Manchester, y a ello nos conjuramos cerca de 8.000 privilegiados. No empeñamos el colchón como hacían nuestros mayores para ir a finales, pero el esfuerzo fue importante para acompañar al equipo de nombre inglés y esencia vasca.
Recuerdo el día en el que se conoció el envío de un nuevo cupo de entradas a Bilbao, y esa noche nos presentamos mi amigo Natxo y yo en las taquillas de la Catedral para sacar las últimas disponibles. Llegué a casa y se las puse a mi hijo en su mesa de estudio, y no olvidaré su expresión de incredulidad. Tampoco las reconvenciones juiciosas de su ama, que se resistía a asumir la ineludible cita para una familia forofogoitia como la nuestra. Había entonces que buscar transporte y alojamiento y, sobre todo, la justificación a la 'pira' escolar. «Aitor no podrá asistir a clase los dos próximos días por motivo de un viaje familiar lúdico-cultural: la visita al Teatro de los Sueños». Jugaba con ventaja, porque sabía de la condición athleticzale del profesor, que sonrió y dio por justificada la ausencia. Aquel partido de Manchester era una peregrinación para los devotos del rojo y el blanco.
Y allá que nos fuimos con nuestras bufandas, banderas y txapelas. Con la ilusión siquiera de vivir el momento de enfrentarnos a un grande mundial en un escenario histórico. Se dice que esos casi ocho millares supusimos el mayor desplazamiento de aficionados por el continente en un partido que no fuera una final. Para nosotros lo era. Y vaya si lo fue.
No recuerdo semejante demostración de fútbol como la protagonizada por aquel Athletic, que desbordó una y otra vez a los diablos rojos de Sir Alex Ferguson. Una victoria por 2-3 corta para los merecimientos rojiblancos, aunque en la vuelta de San Mamés nuestro equipo confirmó su superioridad en la eliminatoria, lo que tendría continuidad en un torneo europeo inolvidable, en el que llegamos a la final de Bucarest, aquella que nos dejó con la miel en los labios, ante lo que ahora volvemos a rebelarnos.
Aquel 8 de marzo de 2012, a la salida del Teatro de los Sueños, todavía pellizcándonos por lo que habíamos presenciado, nos juramentamos en que ya no quedaría la de los once aldeanos como gloria lejana, en que ese encuentro que acabábamos de vivir sería nuestro recuerdo propio e imborrable, un sueño en el lugar de los sueños. Pero cualquier tiempo presente puede ser mejor.
Lo que toca ahora, trece años después, está aún por encima de aquello, porque el Athletic, este Athletic de Valverde, es capaz de nuevas y todavía mayores gestas, es un equipo ganador, el mismo que sacó la Gabarra y que está haciendo otra temporada para recordar. «I believe in miracles», decía el legendario entrenador inglés Brian Clough, el paso necesario para hacerlos realidad. Nosotros creemos en obrar el milagro en el Teatro de los Sueños, creemos en un Athletic que está hoy entre los más fuertes, que huele a Champions agarrado a una excelente cuarta plaza liguera después de su prueba de resiliencia en el derbi. 4.000 athleticzales no le dejarán, de nuevo, caminar solo, y los leones saben que pueden. Soñemos con volver después a San Mamés, esta vez para lograr algo nunca conseguido. Del Teatro a la Catedral. Palabras con mayúsculas.
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