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Los padres de Karen con su foto en 1975.

La balada triste de Karen Quinlan

La foto de esta joven que entró en coma en 1975 dio la vuelta al mundo y lo dividió entre partidarios y detractores de la eutanasia. Su historia inspiró una canción de la Movida

Isabel Ibáñez

Jueves, 6 de noviembre 2014, 00:40

¿Quién se acuerda de Karen Quinlan? En 1975, la foto de esta chica de ojos grandes, melena castaña, raya en medio, dio la vuelta al mundo. En muchos colegios religiosos, también en los de aquí, miraba de lado, sobre la pizarra, cerca del crucifijo. Para cualquier crío de la EGB, aquella imagen presidiendo la clase más tenía que ver con los aires hippies que con cuentagotas llegaban de Estados Unidos, con The Mamas & The Papas y con Woodstock, que con lo que realmente estaba significando, una tragedia difícil de comprender a corta edad. Su retrato, el único que se conserva de ella pese a lo conocido de su caso, se convirtió en el primer icono de la eutanasia, y lo mismo se enarbolaba para clamar por su derecho a morir dignamente como para mantenerla con vida. Ella abrió el debate, como ahora ha vuelto a rescatarlo el suicidio asistido de su compatriota Brittany Maynard, fallecida por voluntad propia el pasado sábado después de haber decidido que no quería sufrir más por un tumor cerebral sin cura. Karen nació en 1954, tendría hoy 60 años. Brittany llegó al mundo justo tres décadas después, en 1984, solo un año antes de que la muerte de la primera fuera recogida por la prensa internacional.

La madre de Karen, en la actualidad.

Karen Ann Quinlan tenía 21 años, era universitaria y vivía en Nueva Jersey. Quería entrar en un vestido nuevo, pero necesitaba perder un par de kilos. Pesaba 52. Llevaba dos días sin comer prácticamente cuando salió de fiesta la noche del 15 de abril de 1975. En casa de un amigo bebió alcohol, tomó tranquilizantes y enseguida empezó a sentirse mal. Dijo que necesitaba descansar un rato y se recostó. La encontraron en un estado de inconsciencia del que ya no despertó. Una llamada del hospital a su casa puso patas arriba para siempre la vida de los Quinlan. Conectada a un respirador, los médicos no ofrecían ninguna esperanza sobre una hipotética recuperación. Los días pasaban y sus padres empezaron a pensar que no tenía mucho sentido prolongar artificialmente la existencia de su niña, a la que habían adoptado cuando era un bebé. Pero en la mayor parte de Estados Unidos, la Ley obligaba a mantener la vida de una persona a toda costa, algo que, además, en los primeros cinco meses de hospital supuso a sus padres una cantidad equivalente a diez millones de pesetas de las de entonces. Pese a que los Quinlan lo habían solicitado de forma privada, los médicos se negaban en redondo a desconectarla, ya que eso supondría ser acusados de homicidio.

Para colmo, ellos eran católicos. Cuando se hizo pública su intención, el papa Pablo VI se posicionó por mantenerla con vida condenando la eutanasia, y el caso se convirtió en objeto de encendido debate en el país y fuera de él. De ahí las fotos de Karen en colegios religiosos. Pero tras consultarlo con sacerdotes amigos de la familia, decidieron dar el paso y acudieron a los jueces. Según contaba el diario The New York Times, "en una demanda histórica el 12 de septiembre de 1975, los Quinlan pidieron que se desconectara el respirador para permitir que su hija pudiera morir con gracia y dignidad", al no haber esperanza de recuperarla. En un primer momento, una Corte Superior de Nueva Jersey rechazó esa solicitud, pero finalmente el Tribunal Supremo dictó sentencia a su favor, un hecho que algunos veían como un derecho esencial y otros como un asesinato. Sus padres se quejaban de la imagen que algunos medios de comunicación daban de ella: A diferencia de la bella durmiente representada en artículos periodísticos y bocetos dibujados por artistas que nunca habían conseguido ver a Karen, ella no estaba descansando tranquilamente. Su cuerpo mostraba claramente cómo se resistía a los tratamientos y las molestias ocasionadas por el respirador. Karen fue desconectada en medio de la expectación mundial.

No murió. Siguió respirando por sí sola. "Se trata de un hábito, una rutina que no puede dejar de cumplir", le contó Joseph Quinlan a Morris Plaids, periodista de Reuters. Diariamente siguió visitando a su hija durante los diez años que vivió desde que fue desconectada del respirador artificial. En la habitación de Karen siempre había música. Su padre le hablaba de la familia, tenía dos hermanos. Su madre, Julia, la visitaba varias veces a la semana y le cepillaba el pelo. No esperaban buenas noticias. Karen vivió todo ese tiempo alimentada por un tubo; pesaba 37 kilos y permanecía en posición fetal. Su historia, con ella aún en vida, inspiró a uno de los grupos más representativos de la Movida madrileña, Glutamato Yeyé, que escribió la canción La balada de Karen Quinlan. Aquí la interpretan en una actuación en el programa La Edad de Oro, en 1983.

Plaids, el periodista de Reuters, publicó en abril de 1985 que el coste de internamiento de Karen, sin tratamiento médico, era de cinco millones y medio de pesetas al año, pagados por el Estado. Sus padres habían instalado una puerta electrónica en su habitación para intentar "impedir la entrada de curiosos y curanderos, que en los primeros años, sobre todo, constituyeron una gran molestia para la familia. Aunque los periodistas ya no rodean continuamente la casa de los Quinlan, su padre reconoce que la notoriedad que ha rodeado el caso sigue siendo un problema". Un reportero llegó a vestirse de monja para entrar. Los dos hermanos de Karen, en plena adolescencia cuando sucedió todo, sufrieron por esta intromisión en sus vidas. Así lo explicaba Joseph Quinlan: "Es difícil incluso ir al supermercado porque siempre hay alguien que nos reconoce. Sin embargo, la mayor parte de la gente en nuestro barrio y en el trabajo se ha mostrado sensible a nuestra situación, y no hacen preguntas".

Dos meses después, avisaban a los padres, la muerte parecía inminente por culpa de una neumonía aguda. Ellos acudieron a su lado y permanecieron allí hasta el desenlace, fatal y feliz, el 12 de junio de 1985. No se intentó reanimarla por deseo de la familia. Sentían que era inapropiado. Karen murió sin ser molestada, de muerte natural, los padres simplemente fueron testigos del momento", dijo uno de los médicos a The New York Times. Con ellos estuvo Monseñor Thomas Trapasso, que le dio la extrema unción, un amigo de la familia durante toda esta terrible experiencia: Ellos perdieron una hija y reaccionaron como cualquier padre lo haría. Sabían que sería inminente, pero el momento de la muerte fue un momento de dolor", confesó ese mismo día a The New York Times. La madre de Karen, que colaboraba como secretaria de su parroquia, dice de este sacerdote, con quien había pasado horas hablando y llorando: "No sé lo que habría hecho sin él. Él era (y es) un gran amigo y partidario".

La tumba de Karen y su padre, Joseph.

Hacia la mitad de la historia de la Karen en coma, en 1980, sus padres fundaron el Hospicio Karen Ann Quinlan, que se mantiene hoy abierto para dar asistencia y cuidados paliativos a los residentes de la zona. Este caso fue decisivo para impulsar los comités éticos en los hospitales, a la hora de tomar decisiones y asistir a pacientes terminales. "No creo que nunca nadie se puede preparar al 100 por cien para la muerte de un hijo", reconoció Julia Quinlan. El padre murió en 1996. "Durante 10 años Karen vivió en un estado de limbo -recuerda su madre en la web del hospicio-. Mi familia y yo vivimos en ese estado de limbo. Me dolió Karen durante diez años y luego tuve que llorar de nuevo. Pero no me arrepiento. Haríamos lo mismo otra vez. Karen Ann nunca, nunca hubiera querido vivir de esa manera. Doy gracias a Dios porque hems sido capaces de tomar la decisión como una familia y seguir siendo una familia amorosa después de todo".

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