Ibarreta y el cacique Cubataga
El aventurero bilbaíno, que dio su nombre a una población del norte de Argentina, murió degollado por los indios en 1898 cuando exploraba el inhóspito río Pilcomayo
Javier Muñoz
Domingo, 6 de julio 2014, 01:09
Ibarreta es una localidad del norte de Argentina, de unos 8.600 habitantes, que, según la Wikipedia, se dedica a la producción de muebles. El lugar, situado en la provincia de Formosa, recibió el nombre del aventurero Pedro Enrique de Ibarreta y Uhagón, nacido en Bilbao en 1859 y asesinado en aquellas tierras en 1898 por los hijos del cacique indio Cubataga. Lo degollaron junto a otros dos compañeros cuando exploraban el Pilcomayo, un río que nace en Bolivia y hace de frontera entre Argentina y Paraguay. Ningún europeo había estado tan cerca de llegar a su desembocadura, en el río Paraguay, según el 'Atlas de los exploradores españoles' (Geoplaneta, Sociedad Geográfica Española).
A Ibarreta, que era ingeniero geógrafo de profesión, apenas se le conoce en el País Vasco. Fue un individuo singular, un hombre impetuoso y arriesgado que no salía de una aventura y se metía en otra, coqueteando siempre con la muerte. Uno de sus momentos estelares se produjo cuando se celebró su funeral en la ciudad argentina de Rosario, donde lo habían dado por muerto tras haber partido en otro viaje de exploración al Chaco, en la parte argentina de esa región, que se extiende también por Bolivia y Paraguay. Los rosarinos se quedaron de piedra cuando el finado regresó, casi sin fuerzas.
Ibarreta pertenecía a una familia acomodada de la capital vizcaína. Una hermana había sido dama de honor de la regente María Cristina. En 1878, con 19 años, inició sus estudios en la Escuela Militar de Ingenieros de Guadalajara, pero su padre lo sacó de allí tras resultar herido en un duelo con otro alumno, un cadete que le había ordenado que le sacase brillo a las botas. El incidente enojó tanto a sus parientes que el joven acabó trabajando en los ferrocarriles de vía estrecha de Durango a Bilbao bajo una estricta vigilancia.
Sin embargo, Ibarreta no tenía esa vocación y emigró a Argentina en 1883. Residió en Buenos Aires y Rosario, ejerció funciones diplomáticas y completó su formación de ingeniero. Sus andanzas de explorador empezaron cuando conoció a Carlos Casado del Alisal, un banquero que poseía tierras inexploradas en el norte. El terrateniente necesitaba un agrimensor para sus inmensas concesiones en la región de Santa Fe. Era una misión cortada a la medida del bilbaíno, que partió en 1887. Fueron ocho meses que lo dejaron agotado, durante los cuales se celebró su funeral en vida. No faltaron las habladurías sobre supuestos amoríos con una indígena, chismes que circularon mientras el explorador estaba oficialmente desaparecido, a merced de los mosquitos.
En 1893, Ibarreta partió al Alto Paraguay para buscar oro. Lo acompañaban un vizcaíno, un compañero canario, un guía y una mula que tiraba de un carro. El infortunio se cernió sobre ellos. El carro y la mula se hundieron al cruzar un río; el canario se ahogó y el guía se esfumó. Ibarreta y el otro vasco superviviente deambularon durante tres días hasta que un vapor de una empresa de harinas los encontró y los llevó de vuelta a casa.
Ibarreta no tenía suficiente con haberse salvado de milagro. En 1894 viajó a España para recaudar fondos con destino a otra expedición más peligrosa: recorrer íntegramente los más de 1.500 kilómetros del río Pilcomayo, una proeza que muchos habían intentado, pero nadie había conseguido. Sin embargo, el ambicioso proyecto de Ibarreta tuvo que esperar. Antes debía encargarse de la herencia de sus padres, que habían fallecido; y por si fuera poco en 1895 estalló la guerra de Cuba, así que casi no tuvo tiempo para alistarse. Como era habitual en él, en 1897 fue evacuado a la península enfermo y con una condecoración.
Mientras se recuperaba, el veterano de Cuba no dejó de pensar en el Pilcomayo. Era un escenario plagado de esqueletos de exploradores, los más recientes los del médico Jules Crevaux y una veintena de expedicionarios que fueron exterminados por los indios en 1882.
La intentona de Ibarreta comenzó seis años más tarde. A la cabeza de una decena de expedicionarios y de dos mujeres indias, se dirigió a la colonia Crevaux, el último reducto civilizado. Más adelante, en el fortín de San Antonio, construyó las barcas. Las mujeres fueron conducidas a su poblado, y los demás siguieron el curso del río, cada vez con más dificultades y hostigados por las tribus. Cuando las provisiones se agotaron, incluido un caballo que habían comprado a unos indios, Ibarreta envió a sus compañeros de regreso a la población de Formosa -capital de la provincia- para que pidieran ayuda, pero sólo dos lograron llegar.
Detrás se quedaron el bilbaíno, provisto de un rifle y munición, y dos miembros de la expedición que estaban enfermos. Intentaron sobrevivir, pero todo se torció la tarde en que se les acercaron dos hijos del jefe indio Cubataga, uno de los cuales intentó aparentemente vender una oveja. Cuando ese indígena habló con Ibarreta, el otro lo atacó por la espalda y le rebanó el cuello. Los compañeros del bilbaíno tuvieron el mismo fin.
Los restos de las víctima fueron rescatados dos años después por otra expedición. Ningún explorador había llegado tan lejos como el arrojado Ibarreta.