"Y finalmente, monsieur, una delgadísima chocolatina"
El regreso de los Monty Python a los escenarios es la excusa para recuperar al tremebundo señor Creosota, uno de sus personajes más memorables, hilarantes y desagradables. "Un cubo, por favor"
Isabel Ibáñez
Jueves, 3 de julio 2014, 01:27
¿Qué es la creosota? Se trata de una palabra procedente de dos vocablos del griego que significan carne y conservar. La definición de la RAE habla de un "líquido viscoso, de color pardo amarillento y sabor urente y cáustico, que se extraía del alquitrán y servía para preservar de la putrefacción las carnes, las maderas, y para otros usos". Así queda claro por qué los Monty Python, que están agotando las entradas en su vuelta a los escenarios, eligieron este nombre para uno de sus personajes más recordados, sorprendentes e hilarantes. Y vaya si los tienen. Siempre es buen momento para recordar al señor Creosota, encarnado por Terry Jones, pero este regreso después de 30 años (falta Graham Chapman, fallecido en 1989 de cáncer) es la excusa perfecta para traerlo de nuevo a la actualidad; sin ir más lejos porque el martes los Python estrenaron con llenazo un show que es una revisión de la película El sentido de la vida, la última del grupo. Los cómicos septuagenarios bailaron otra vez disfrazados de monjas y curas junto a un pene XXL, entre otras ocurrencias, volviendo como siempre a dar una clase de transgresión a la que debería asistir Miley Cyrus. Aunque esta vez le tocara al otro Terry, Gilliam, acabar vomitando y con las vísceras a la vista tras el correspondiente reventón.
El señor Creosota aparece en El sentido de la vida (Terry Jones, 1983) en el capítulo que aborda los años de madurez. Fue el propio director quien se responsabilizó del papel del obeso cliente que acaba por explotar, digamos que por eso de la gota que colma el vaso. Fueron necesarias tres horas de maquillaje para meter a Jones en la distendida piel de Creosota, una sesión de caracterización que corrió a cargo de Christopher Tucker, que ya se había esmerado años antes en la ardua tarea de convertir a John Hurt en El hombre elefante (David Lynch, 1980). Terry Jones ha contado en alguna ocasión cómo se llevó a cabo aquel complejo sketch al que, en un principio, se opuso John Cleese, el sufrido maître encargado de ofrecerle las viandas mientras aguanta las vomitadas del enorme comensal, por eso de que el cliente siempre tiene la razón, y quien finalmente le da la onza de chocolate que provoca el desastre. Pero Cleese cambió de idea al ver las posibilidades que ofrecía su personaje. Es más, tuvieron que repetir varias veces la toma en la que le tienta con la delgadísima chocolatina. Sencillamente no podía contener la risa", recordaba Jones. Todo comienza cuando el orondo personaje se sienta a la mesa y, tras echar la 'papilla' unas cuantas veces en un balde que exige para la ocasión -"Un cubo, por favor"-, el maître empieza a leerle la carta: Mejillones a la marinera, foie, caviar de beluga, huevos Benedictine, tarta de puerros, ancas de rana pequeños huevos de codorniz sobre una cama de puré de champiñones muy delicado y sutil. Quiero todo, es la respuesta del ya henchido Creosota. La escena resulta desternillante y sorprendente; ahora bien, hay que reconocer que es un tanto desagradable, así que los estómagos delicados que aún no la hayan visto están avisados. Aquí va la primera parte (en inglés):
Tras el atracón, llega el momento culminante con este diálogo entre el Cleese y Jones: Y finalmente, monsieur, una delgadísima chocolatina, dice el maître. No, responde Creosota tajante. Oh señor, es muy delgada, delgadísima, insiste. Lárguese, estoy harto. Como ve, es muy delgada. Oiga, no puedo comer nada más, estoy realmente harto, lárguese. Oh señor, solo una. Está bien, solo una, acaba por ceder el hombretón. Solo una, sí, voilà, dice el camarero, metiéndole una especie de 'after eight' en la boca. Acto seguido, suelta un bon appétit y corre a esconderse. Lo que pasa a continuación puede verse en este vídeo, si el lector se ha quedado con ganas.
¿De qué estaba hecho y cómo se logró aquel potente chorro de vómito capaz de derribar el cubo una y otra vez y de aterrizar a varios metros sobre las cabezas del resto de comensales? Aquella asquerosa pasta que emergía de las entrañas de Creosota eran litros y litros de sopa minestrone. Jones tenía un tubo metido por dentro del traje y desde debajo de la mesa bombeaban el líquido que simulaba la comida sin digerir. Costó bastante conseguir que pareciera que salía de su boca. Más tarde, cuando el hombre explota, utilizaron una especie de catapulta para duchar literalmente al resto de comensales, pobres personajes que a su vez, ya no pueden contener su propio vómito, rozando la cosa el paroxismo de la repugnancia. Tardaron días en rodar aquello, días de lanzamiento de minestrone en los que aquel elegante comedor quedó absolutamente impracticable, con la bazofia de marras escurriendo por paredes, mesas y suelo del restaurante. Después limpiamos todo de forma impecable recuerda Michael Palin- y a las doce horas había una pareja casándose allí mismo. Me pregunto si alguna vez supieron lo que había ocurrido en el mismo sitio apenas medio día antes. Hay quien afirma, sin embargo, que a la semana siguiente, los invitados a otras bodas aún encontraban trozos de zanahoria pegados a la pared, aparte de tener que arrugar la nariz por un leve pero perceptible hedor.