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Los viajes del jesuita.

Un cura en elefante por Afganistán

Antonio de Montserrat fue un jesuita catalán que conoció el Tibet en el siglo XVI, dibujó el primer mapa del Himalaya y probó su primer café en Yemen con Pedro Páez, que descubriría después las fuentes de Nilo Azul

Javier Muñoz

Domingo, 29 de junio 2014, 01:06

En el 'Atlas de los exploradores españoles' (editado por Geoplaneta y la Sociedad Geográfica Española), el jesuita catalán Antonio de Montserrat (1536-1600) aparece descrito como "misionero, explorador y cartógrafo". A decir verdad, fue todo eso y algo más. Fue uno de los grandes aventureros del siglo XVI, con un perfil típico de la Compañía de Jesús y una biografía trepidante, atiborrada de ideas para una novela de acción. De Montserrat protagonizó proezas como las que varios siglos después realizaron otros exploradores occidentales en Afganistán, hazañas profusamente glosadas por escritores e historiadores del mundo anglosajón. En 1580 intervino en una campaña militar del Gran Mogol contra los guerreros afganos. Un episodio que protagonizó montado en elefante y que recuerda las batallas que libraron los soldados británicos en aquellas tierras en el XIX y los norteamericanos en el XXI (estos últimos utilizaron mulas).

Nuestro héroe -un personaje comparable a Sir Richard Francis Burton y a Lawrence de Arabia- nació en Barcelona en 1536 y se ordenó sacerdote en Portugal. En 1568 viajó a Goa, enclave portugués situado en la costa oeste de la India, donde llegó a sus oídos una noticia que marcó su destino. El Gran Mogol, Akbar el Grande, invitaba a una delegación cristiana a viajar a su corte, en Fatehpur Sîkri, al noroeste, en el actual estado indio de Uttar Pradesh. La excusa del monarca, que no debía de ser cierta, era que lo evangelizaran, así que enseguida se formó en Goa una avanzadilla jesuita capitaneada por De Montserrat. Al catalán lo acompañaron el napolitano Rodolfo Acquaviva, originario de Nápoles, y un persa bautizado como Francisco Henríquez, que conocía los idiomas locales.

El grupo navegó al puerto de Daman escoltado por un embajador del Gran Mogol y otro intérprete. En diciembre de 1579 partió a Surat y desde allí se adentró en el territorio de Akbar el Grande para alcanzar la capital. Los tres religiosos permanecieron en Fatehpur Sîkri durante un año -las ruinas se alzan al suroeste de la actual Agra-, y De Montserrat se convirtió en tutor del heredero. Fue ese pupilo, que se llamaba Murat, quien le propuso embarcarse juntos en una operación militar en Afganistán. Allá se fueron, subidos a sendos elefantes, camino de Jalalabad, exactamente igual que los británicos en la primera guerra afgana (entre 1839 y 1842).

El cura catalán, salvando las distancias, exhibía algunas cualidades que hoy se exigen a los servicios de inteligencia. Lo cierto es que conoció algo parecido al Gran Juego tres siglos antes de que Rudyard Kipling escribiera la novela 'Kim' (1901). La guerra Akbar el Grande contra los aguerridos afganos (cuyos sucesores actuales son los talibán) se prolongó hasta 1581, descubrieron al religioso un mundo desconocido para la inmensa mayoría de los occidentales desde los tiempos de Alejandro Magno: el Punjab, el río Indo, Delhi, Pakistán, el sur del Himalaya...

De Montserrat trabó relación con las etnias de Cachemira y del Tibet, un logro que en la década de 1620 inspiró a otros jesuitas a ir más allá y explorar el Tibet occidental. Antes de morir les había dibujado el primer mapa del Himalaya que se conoce, un trabajo de gran fiabilidad que no fue mejorado hasta el siglo XIX. Dice el 'Atlas de los exploradores españoles' sobre aquel trabajo cartográfico: "Las coordenadas son de una minuciosidad fuera de lo normal para su época, tomando como referencia el ecuador, y además incluyen no sólo el Himalaya, sino otras cadenas montañosas al norte, como el Karakorum, Hindu Kush, Pamir o los montes Suleimán, junto a vastas regiones de la India, Afganistán y Pakistán".

La peripecia afgana del jesuita fue relatada por el protagonista en una 'relación' escrita originalmente en portugués y traducida al latín. Su tranquilidad no duró mucho en Goa. Felipe II irrumpió en la ya ajetreada vida del sacerdote y le encomendó viajar a Etiopia. Tenía que convencer al emperador de Abisinia de que sus súbditos cristianos podían ser ovejas del redil de Roma. La expedición fue un completo desastre, ya que De Montserrat y el joven que lo acompañaba, Pedro Páez, otro jesuita de Madrid que descubriría más adelante las fuentes del Nilo Azul, fueron capturados en el viaje y sometidos a un largo y penoso cautiverio.

La tragedia de ambos religiosos, que se habían disfrazado de mercaderes de Armenia, comenzó en 1589 después de navegar frente al estrecho de Ormuz y avistar Omán. El capitán del barco que los llevaba los entregó a un caudillo de Yemen y deambularon durante un tiempo como cautivos, cruzando territorios nunca hollados por un europeo. En el camino probaron café (bebida prácticamente desconocida en Occidente) y fueron liberados y vueltos a apresar, esta vez convertidos en esclavos. En 1595 los trasladaron a Mokka, en Yemen, y los enviaron a remar en galeras.

Montserrat salvó la vida porque había un jugoso rescate en juego. De la India partió una nave con mil ducados, y los dos rehenes cristianos fueron liberados. Regresaron a Goa en 1596, donde Pedro Páez se restableció. De Montserrat, en cambio, sufrió las secuelas de su cautiverio y murió en 1600 a causa de unas fiebres contraídas en la isla de Salsete, frente a Goa.

Dieciocho años más tarde, Páez descubrió las fuentes del Nilo Azul. Murió en Etiopia en 1622, después de haber convertido al catolicismo a dos emperadores.

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