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El húngaro Victor Kovats salta en los montes de Tianmen (China). Al día siguiente de tomarse esta imagen, Kovats, que tenía 700 saltos, se estrelló.

Los hombres que vuelan

Apenas 60 personas hacen salto BASE en España. Todos se conocen. Las muertes de Darío Barrio y Álvaro Bultó les han dejado tocados

Julián Méndez

Domingo, 22 de junio 2014, 00:50

"Lo que estos dos hombres, Darío Barrio y Álvaro Bultó, han vivido, lo que hemos vivido juntos, no lo sentirá nadie aunque tenga diez vidas". Nani Corella, instructor de paracaidismo y salto BASE en Skydive Empuriabrava, acaba de bajar de la avioneta desde la que practica con sus alumnos de la escuela. Tiene Corella a la espalda 17.000 saltos como paracaidista y otros 1.500 con un traje de alas. En los últimos meses acaba de perder a tres compañeros en accidente: Darío Barrio, Álvaro Bultó y Manuel Chana.

Más que amigos eran miembros de una fraternidad fuera de toda norma. Su relación sería comparable a la de esos camaradas de trinchera que se han jugado el pellejo centenares de veces y han vuelto del abismo para contarlo entre risas y cervezas. Tipos que han mirado a la muerte a la cara y le han guiñado un ojo. "Hemos cruzado el Estrecho de Gibraltar con alas, hemos sido los primeros en volar en la Antártida y en el Polo Norte, hemos volado desde el Salto del Ángel y en el Crack (un estrecho desfiladero rocoso) de Lauterbrunnen en los Alpes suizos...". Santi Corella repasa esos momentos mágicos y las imágenes de los saltos, de los vuelos, de sus amigos, centellean en sus ojos. "De todas esas experiencias recuerdo sobre todo la parte humana, ese tiempo tan vivo y tan intenso en el que creamos una hermandad. Es difícil que alguien que no haga esto pueda entenderlo del todo. Pero la tragedia se ha cebado con nosotros", cabecea. Corella no tiene dudas. Nunca dejará de volar.

170 muertes en 30 años

  • de alto riesgo

  • Apenas 60 personas hacen salto BASE en España. En su mayoría son paracaidistas veteranos quienes se enfundan los trajes de alas. Está considerado el deporte más peligroso del mundo más de 170 muertes en 30 años.

  • No hay normas. Solo cuando saltan desde globos o avionetas, los pilotos solicitan un permiso a la torre de control de la zona, el Notam.

"Me pregunta por qué lo hago. Busco sensaciones. Y las que se sienten volando son únicas, imposibles de expresar con palabras. Yo, como muchas otras personas, he soñado que saltaba y podía volar. Ahora lo hago de verdad. Vuelo igual que un águila, pegado a las paredes, controlando, dirigiendo mi cuerpo... En ocasiones he pasado hasta dos minutos volando, en caída libre. Es el eterno sueño de volar hecho realidad", explica Nani Corella, un hombre sensato que transmite serenidad absoluta en sus palabras.

Todos los practicantes de salto BASE, apenas 60 en toda España, han salido tocados de la doble muerte de Darío Barrio y Álvaro Bultó. Todos se conocen. Todos han saltado alguna vez juntos o han coincidido en cursillos o en los mismos espacios (drop zone) desde los que se precipitan hacia el suelo. Todos sueñan con limar laderas y se sonríen al ver en un vídeo cómo Dean Potter, uno de los referentes en este mundo, prepara a su perrillo con casco y gafas de aviador antes de lanzarse juntos al vacío. O alucinan con esas pasadas inverosímiles, a cerca de 200 kilómetros por hora, como cazas de combate en vuelo rasante sobre los roquedos y los abetos, en el Crack, el estrecho desfiladero que, como un tajo inclinado se abre entra las rocas, y por donde estos hombres que vuelan pasan como centellas.

¿Un deporte mortal?

"No es un deporte de muerte", sostiene Juan Ramón Nestares, un vitoriano de 45 años, exbuceador y paracaidista, que ya suma 65 saltos con los trajes de alas. Uno de ellos, en el Mushroom, a 3.300 metros de altura, en la cara norte del Eiger, en los Alpes suizos, cinco días después de que Álvaro Bulto tuviera allí mismo su accidente. "También coincidí con Darío Barrio en un cursillo. Tenía un carácter especial. Esto ha sido un palo muy duro, pienso en la angustia de sus seres queridos", resume. Este deporte minoritario, "joven y muy libre", no sujeto todavía ni a normas ni a reglamentaciones, debe poseer una capacidad de adicción fuera de lo común para que a sus practicantes ni se les pase por la cabeza dejarlo. "Lo mejor son esos tres segundos en los que estás al borde del precipicio, en el exit, a punto de saltar... no es una descarga de adrenalina. Es otra cosa. No sé explicarlo. Es una condena. Me gustaría dejarlo, por la familia. Para mí es muy seguro", suspira el compañero de vuelo de Nestares. Tal vez, intuye el reportero, les atraiga esa incertidumbre del todo o nada, la posibilidad de tocar lo imposible con los dedos, de hacer realidad la quimera de Ícaro a quien su padre, Dédalo, fabricó unas alas de plumas y cera para escapar del encierro de Creta.

"Es adictivo. Pero no es para hacerlo solo. Te motiva tener gente al lado, volar con otros, hacer maniobras y figuras con tus compañeros de vuelo, acercarte el máximo a las paredes de rocas, lo que llamamos proximity flying", dice este saltador, que prefiere permanecer en el anonimato. "Tengo un trabajo donde firmé que no practicaba deportes de riesgo", sonríe.

"Desde los años 80, cuando empezó, cada vez hay más personas que practicamos estos saltos. Tienen un peligro intrínseco. Cierto. Un error te lleva a la muerte. Somos pioneros, corremos un riesgo, nadie lo duda", reconoce Santi Corella. "La gente más experta es la que cae", admite. "Ahora hacemos cosas que hace dos años eran impensables, como volar cerca de tierra o hacer pasadas aproximándote a las paredes... Rizamos el rizo. Siempre vamos a más. La evolución es tan rápida que, a veces, nos supera. El mono de alas es de la última década. El paracaídas tiene ya cien años", dice.

El salto BASE (por las iniciales en inglés de los lugares desde los que se salta: Buildings, Anthens, Spans y Earth: edificios, antenas, puentes y tierra o acantilados) es un deporte joven. Empezó en los 80, entre escaladores que ascendían a las torres de Yosemite y, una vez allí, decidían que no había nada mejor que arrojarse en paracaídas, a saco, para bajar. Con el tiempo, los materiales fueron perfeccionándose y, hoy, los saltadores usan los llamados trajes de alas (wind suit) o trajes intermedios (track suit) que les permiten planear durante minutos. Son trajes de nylon muy resistente, con protecciones en las punteras de los pies y en las manos, acanalados para que se formen corrientes de aire, y que, como las membranas de las ardillas planeadoras, se despliegan cuando el saltador separa sus extremidades. La dirección del vuelo, del planeo, se controla con sutiles movimientos de manos y hombros. A veces basta con mover un dedo para girar. Cada traje posee un coeficiente de planeo: por cada metro de caída hacia el suelo, permiten volar tres o cuatro metros.

Un traje puntero como el Phoenix Fly Vampire 4 cuesta 1.300 euros, los modelos Phantom y Shadow rondan los 700. Un casco potente no baja de los 350. Los saltadores usan minicámaras adosadas a sus cascos para filmar sus caídas y el vuelo de los compañeros.

Abrir a menos de 100 metros

Los saltadores no usan altímetros, por lo que la apertura del paracaídas después del planeo (solo saltan con uno, mientras que en paracaidismo se usan dos: uno de seguridad, de apertura automática) es siempre manual. En ocasiones abren cuando quedan poco menos de 100 metros al suelo. A ojo. "Lo más importante es el control del paracaídas, los movimientos dinámicos y el tacto. Antes de volar hay que tener un buen bagaje detrás", explica el instructor Corella. "El BASE es un deporte muy técnico: hay que calcular los segundos hasta el impacto, cuánto tiempo vas a estar en caída libre... Para volar debes haber saltado en paracaídas no menos de 200 veces".

Los hombres que vuelan (que a veces no usan estructuras y saltan desde avionetas, globos, helicópteros o parapentes motorizados) poseen una geografía propia: El Pisón y la Visera, en los Mallos de Riglos, el puente de Muntañana, Montserrat y el espeluznante paso (de Alexander Poli) por un agujero en la piedra llamado, claro, La Foradada... "Es un deporte joven y muy libre. No hay reglamentos, todo está sin regular. Hoy asegura Corella te compras el equipo por internet y te tiras sin más conocimiento. Eso provoca accidentes. El salto BASE debería regularse, marcar zonas exclusivas de salto en entornos controlados...", razona Corella. "Sería mejor para todos".

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