La pistola de Henriette
Antes de que Francia se lanzara a la Primera Guerra Mundial, los opositores a la contienda sufrieron una campaña calumniosa que acabó en un crimen pasional y el asesinato del socialista Jaurès
Javier Muñoz
Domingo, 25 de mayo 2014, 01:44
¿La Primera Guerra Mundial comenzó en los periódicos? Es una pregunta retórica, quizás excesiva, pero resume la crispación y el extremismo que arrastraron a las democracias europeas a la contienda el 28 de julio de 1914. La carrera de armamentos entre Alemania y el Reino Unido, la inestabilidad en los Balcanes y el papel de Rusia desencadenaron virulentos debates que alcanzaron su cénit en la primavera de aquel año, cuando se convocaron elecciones en Francia. El recuerdo de Alsacia y Lorena, territorios arrebatados por Alemania en 1871, abrumaba a la sociedad francesa y caldeó una campaña calumniosa contra los dos principales opositores a la guerra, el líder socialista Jean Jaurès, y el político del partido radical Joseph Caillaux. El destino les reservó dos desenlaces trágicos, pero diferentes.
Ambos se oponían a que el servicio militar se prolongara a tres años y fueron tildados de traidores. Jaurès en particular se hizo acreedor a los insultos por apelar al internacionalismo obrero, un mensaje pacifista que los proletarios europeos ignoraron cuando los llamaron a filas. Tras soportar un aluvión de improperios, y de incitaciones a acabar con él, el político socialista fue asesinado por un exaltado el 31 de julio de 1914, a los tres días del inicio del conflicto. El verdugo sería excarcelado en 1919, el año de la paz de Versalles.
Caillaux no llegó a sufrir un atentado, pero las tentativas de desprestigiarlo en los meses previos a la guerra fueron terribles. No era realmente un pacifista, pero defendía un diálogo exigente con Alemania. La derecha francesa lo odiaba por partida doble, porque además de rechazar una mili de tres años quería introducir el impuesto sobre la renta. Aquel odio le costó caro en el plano político y el personal (aunque no tan caro como Jaurès).
Es una historia conocida. La menciona nuevamente el escritor francés Max Gallo en su libro '1914' (Editorial Martínez Roca). El 13 marzo de ese año, a las puertas de las elecciones a doble vuelta de abril y mayo, el periódico Le Figaro publicó una antigua carta que Caillaux había enviado a su primera esposa, unas impresiones personales políticamente comprometedoras que escribió a su cónyuge cuando aún no se había divorciado de ella para casarse con su amante Henriette. 'Las pruebas de las maquinaciones secretas del señor Caillaux', decía la portada.
Cuando el rotativo amenazó con sacar a la luz nuevas cartas privadas del político, Henriette tomó una determinación que estremeció a Francia. Convencida de que las filtraciones procedían de la anterior cónyuge, el 16 de marzo se presentó en la redacción de Le Figaro, esperó a que el director la recibiera y le pegó cinco tiros con una pistola Browning que escondía en el manguito.
Antes de perpetrar el asesinato, la mujer había dejado una nota a su marido: "Me has dicho que algún día le cortarás el cuello al innoble Calmette (director de Le Figaro). He comprendido que tu decisión es irrevocable. Por eso yo también he tomado una decisión. Seré yo quien imparta justicia. Francia y la República te necesitan; seré yo quien cometa el acto (...) Te amo y te abrazo desde lo más hondo de mi corazón".
El 'affaire Caillaux' hipnotizó a los franceses. Pero con Henriette en prisión, su esposo, el hombre que se oponía a una política belicista y que defendía el impuesto sobre la renta, estaba neutralizado. Paradójicamente, en los comicios de aquella primavera tanto Caillaux como Jean Jaurès obtuvieron buenos resultados. Los candidatos contrarios a la paz y al impuesto de la renta sufrieron un retroceso.
Ése fue el resultado de los ataques sin límites al 'partido alemán', como fueron bautizados Caillaux y Jaurès; un tándem contra el que también intrigaron los sectores que protegían los préstamos concedidos a Rusia para rearmarse.
La publicación 'L'Action Française' llegó a escribir: "Caillaux el alemán y la dama que mata". "Cailloux es el apache que ha nacido rico -prosiguió el rotativo-, es el bucanero juerguista, con los pies en el estiércol y las manos en el dinero alemán, cubiertas con la sangre de Calmette que incitó a verter a su mujer. Sigue teniendo buena presencia este presidiario del gobierno, este navajero en buena forma, este traidor que entrega el territorio a cambio de dinero contante y sonante".
El juicio contra Henriette arrancó el 20 de julio de 1914, una semana antes del comienzo de la guerra. Los periódicos dedicaron más atención a ese caso que a la escalada militar que se produjo en Europa tras el atentado de Sarajevo. La esposa de Caillaux fue absuelta al aplicársele la atenuante de arrebato pasional. Una comisión parlamentaria también concluyó que Joseph Caillaux no tenía ninguna responsabilidad. Las deliberaciones fueron presididas por Jean Jaurès, al que le quedaba poco tiempo de vida. Lo mismo que a los miles de soldados franceses que serían movilizados para la guerra.
Meses después, cuando Jaurès había sido asesinado en un clima desquiciado por el crimen del director de Le Figaro, y cuando la guerra ya estaba en marcha, un joven alférez francés escribió: "Calma fingida de los oficiales que se dejan matar de pie; bayonetas caladas en los fusiles de algunas secciones obstinadas, cornetas que tocan a la carga, dones supremos de heroísmos aislados... No sirve de nada. En un parpadeo parece que toda la virtud del mundo no puede prevalecer contra el fuego".
El oficial, que había sido herido el 15 de agosto, se llamaba Charles de Gaulle.