¿Algunos bonos hoy?
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Tesoro de EE UU utilizó a estrellas de cine, al Pato Donald y a músicos famosos para que animaran a la sociedad a comprar deuda pública y hacer la declaración de la renta
Javier Muñoz
Domingo, 18 de mayo 2014, 00:56
Hasta el Bundesbank alemán ha accedido a emular a la Reserva Federal de Estados Unidos y a Japón. Su inflexible presidente, Jens Weidman, ha aceptado accionar la máquina de emitir euros a través de la compra de deuda pública y ya no teme que se deprecie la moneda comunitaria. ¿Estamos ante una guerra de divisas? Jonathan Tepper y John Mauldin aseguran en el libro 'Código rojo' (Editorial Deusto, 2014) que la batalla ha comenzado en Nueva York y Tokio (a los que se ha sumado Berlín). Y ambos van más allá: auguran que la combinación de tipos de interés bajos y la emisión de deuda pública con remuneraciones mínimas 'confiscará' los ahorros de los jubilados y los obligará a consumir menos y a prolongar su vida laboral (quienes puedan hacerlo).
Ese escenario "de represión financiera", en palabras de Tepper y Mauldin, sería el resultado de una serie de medidas no convencionales de los bancos centrales (código rojo) que sólo aplazan el problema principal: la acumulación de una deuda global como jamás ha existido y que tarde o temprano habrá que devolver o repudiar. Los autores citan lúgubremente el Eclesiastés: "Lo que ya ha acontecido volverá a acontecer, lo que ya se ha hecho se volverá a hacer; no hay nada nuevo bajo el sol".
El ensayo recuerda que lo que estamos viendo hoy se produjo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense se enfrentó a otra "enorme carga de deuda". El Tesoro movilizó entonces a las celebridades de Hollywood para que lo ayudasen a vender bonos de guerra. En la campaña publicitaria participaron Bette Davis y Rita Hayworth; y el compositor Irving Berlin compuso una canción titulada '¿Algunos bonos hoy?'. A fin de que la remuneración de esos títulos fuera baja, la Reserva Federal se dedicó a comprarlos con dólares que obtenía de la máquina de imprimir.
Cualquier idea era buena para contribuir al esfuerzo colectivo. Y ese esfuerzo consistía en abonar como fuese la factura de la guerra. El Pato Donald advirtió al contribuyente de que la declaración de la renta era "un deber y un privilegio". "Abbot y Costello aparecieron en anuncios para conseguir que la gente pagara impuestos", escriben Tepper y Mauldin. Irving Berlin se las ingenió para componer "no sólo sobre los bonos, sino también sobre impuestos". Una de sus canciones fue 'Pagué mi impuesto sobre la renta hoy'. Con esa melodía de fondo, la deuda de Estados Unidos llegó al 110% del Producto Interior Bruto (PIB) al acabar la Segunda Guerra Mundial.
El libro 'Código Rojo' no analiza únicamente épocas en las que una marea de deuda flota sobre la economía. También describe lo que ocurre cuando los bancos centrales orientan sus políticas en sentido contrario. Y para ello se detiene en Paul Volcker, el economista de 2,01 metros de altura que presidió la Reserva Federal entre 1979 y 1987. A fin de "quebrar todos los huesos de la inflación", apretó los dientes y subió los tipos de interés al 21%, secando la oferta de dinero. "Mientras Volcker es considerado hoy en día como un héroe -dicen Tepper y Mauldin-, un ejemplo mostrado a todos los banqueros centrales como el paradigma de lo que debe ser la independencia, debemos recordar que fue muy difícil para él personalmente tomar el camino que tomó".
El banquero grandullón, que hoy asesora al presidente Obama, provocó dos recesiones y elevó el paro al 10%, una cifra desorbitada en Estados Unidos. Fue más que odiado por sus compatriotas; y el expresidente Carter, que lo había puesto al frente de la Reserva Federal, no ha olvidado el día en que lo escogió. Un gentío quemó a Volcker en efigie delante del Capitolio de Washington, como a un condenado por brujería.
A Volcker lo reemplazó en la Reserva Federal Alan Greenspan, el campeón de la desregulación financiera que ha originado los desórdenes actuales de la economía. Y el siguiente presidente fue Ben Bernanke, que inundó Estados Unidos de dólares para evitar el colapso del sistema bancario.
A la sucesora de éste último, Janet Yellen, se le abren teóricamente dos escenarios. El de Bernanke (y el Pato Donald) o el de Volcker (que cree que la última gran innovación financiera de la historia fue el cajero automático). De momento, Yellen apuesta por seguir igual. ¿Pero quién osará cortar el grifo y se dejará quemar en efigie?