Regreso al medievo cántabro
Una visita a las localidades de Bárcena Mayor o Carmona nos permite volver varios siglos atrás y contemplar una arquitectura tradicional montañesa apenas contaminada por la modernidad
Anje Ribera
Viernes, 16 de mayo 2014, 15:57
Si el objetivo es caminar hacia atrás unos cuantos siglos y plantarnos en el medievo cántabro no hay duda de que debemos dirigir nuestros pasos hacia Santillana del Mar. Es la solución más factible, la práctica, la habitual.
Pero, sin embargo, el atractivo turístico de la localidad que, como todo el mundo sabe, ni es santa, ni llana, ni tiene mar, le ha dotado también de un nivel de modernidad quizá demasiado elevado para los visitantes con gustos más arcaicos, amigos de introducirse en ambientes pretéritos de señores y siervos sin que nuestros correligionarios de visita nos recuerden en cada momento que sobrevivimos en el presente.
Por ello, si el viajero no desea toparse con una concentración de moteros, un autobús lleno de japoneses y sus cámaras o todo el censo neonatal y llorón del Cantábrico, conviene adentrarse unos kilómetros tierra adentro y penetrar, por ejemplo, en el valle de Cabuérniga.
Allí, una vez sorteada la abundante fauna bovina local, se recomienda acceder a Bárcena Mayor y Carmona, que aunque suena a andaluz, aseguramos que se encuentra a tan sólo hora y media de Bilbao. Ambos pueblos han sido declarados conjuntos histórico artísticos y garantizan no sólo un regreso al pasado sino asimismo un ambiente rural que ya los vascos podemos ver cada vez con más dificultad.
Bárcena Mayor: El pueblo más antiguo de Cantabria
Comencemos nuestra visita por Bárcena Mayor, que presume de ser el pueblo más antiguo de Cantabria y de conservar la misma fisonomía que en la Edad Media. Es cierto. El tiempo permanece detenido y nada ha cambiado en muchos años.
Situado en el término municipal de Los Tojos y cruzado por el río Argoza, cada uno de su centenar escaso de habitantes se sentirá orgulloso de ser honrado con la presencia de foráneos en este conjunto homogéneo y perfectamente conservado de la arquitectura montañesa.
Aunque cada vez es más víctima de la fama tras el esfuerzo realizado por el Gobierno regional para acondicionar el complicado acceso a su casco peatonal, no ha perdido el aroma de autenticidad acumulado a lo largo de los siglos.
Por sus calles empedradas todavía resuenan los sonidos de los cascos de los caballos durante la retirada musulmana o de la comitiva del rey Carlos I, que pernoctó allí de regreso de Flandes en 1571. Según los lugareños, se llevó de recuerdo los picotazos de las pulgas con las que compartió catre en un improvisado hospedaje. No obstante, aquellos estruendos de la soldadesca se han acallado ya y la paz y tranquilidad presiden el pueblo.
Una mirada a sus edificios posibilita ver ejemplos perfectos de la arquitectura popular cántabra, casas de dos plantas y zaguán en su interior, además de galería corrida en su exterior, sin olvidar la madera labrada en vigas y aleros y los grandes portales para guardar los carros. Eso en cuanto a la arquitectura civil. La religiosa tiene como ejemplo la iglesia parroquial de Santa María, del siglo XVI.
El coche conviene dejarlo en el aparcamiento situado a la entrada, poco antes de que muera la carretera. Aunque el paso a las calles está acotado, son muchos los que hacen caso omiso de la prohibición y contaminan los puentes del siglo XVI, las plazuelas, los edificios, sus fachadas... de su núcleo histórico.
Carmona: tudancas y abarcas
Es hora ya de dirigirse a Carmona, adonde llegamos tras superar un precioso alto y parar en su mirador para divisar el valle. Carmona está menos contaminado por el afán de rentabilizar su atractivo turístico. Entre sus calles no hay apenas rasgos comerciales, salvo algún veterano manufacturero que vende sus excelentes cubiertos de madera de nogal o cerezo.
Lo que sí es habitual es algún miembro suelto de la familia vacuna de raza tudanca que vuelven a sus cuadras por iniciativa propia marcando el terreno con sus huellas escatológicas. Tampoco es raro en el casco histórico divisar a lugareñas todavía calzadas con las típicas albarcas de madera que caminan entre los cerezos en germinación que adornar la ribera del río Nansa.
Este pueblo del municipio de Cabuérniga también es un ejemplo típico de las casonas montañesas. El visitante avezado también puede divisar algunas blasonadas que pertenecieron a la nobleza cántabra. Igualmente, en muchas de estas construcciones es harto frecuente encontrar tallas, tanto en madera como en piedra, con funciones ornamentales. Hojas de roble, rombos o flores son figuras recurridas.
El edificio más representativo de la localidad es el palacio de los Mier, a cuya vivienda, situada entre dos torres de tres pisos, se accede a través de tres arcos de entrada sobre los cuales hay un escudo de la familia Díaz de Cossío Calderón y Mier.
Otros monumentos de interés son la iglesia de San Roque, las ermitas de Nuestra Señora de Guadalupe y de las Lindes, todos rodeados de un montañoso paisaje verde perenne que atrapará a todos los recién llegados. Pero lo primordial es no perderse el tipismo de sus habitantes.
No malgastar la oportunidad de aprovechar las innumerables rutas de senderismo que vertebran la comarca. Así, por ejemplo, en los alrededores se encuentra el puerto de la Palombera, centro de una ruta por el parque natural de Saja-Besaya. Allí el visitante podrá degustar bosques de hayas y robles que conviven con tejos y abedules, sobre un manto de helechos y musgos que tapizan el suelo, sobre todo en otoño.
Su mágico misterio es un refugio ideal para ciervos, ginetas, martas y jabalíes, entre otros elementos de la fauna cantábrica. Pero tengan cuidado, porque, el recorrido por carrera se advierte constantemente de que por la calzada cruzan anfibios. Como lo leen.