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Momento del rescate de 'Jimmy' el pasado domingo.
FÚTBOL

¿Un antes y un después?

El tiempo dirá si el asesinato del ultra del Deportivo acaba siendo el principio del fin de la violencia en el fútbol español. Algunos lo dudamos, pero no queremos perder la esperanza

Jon Agiriano

Sábado, 6 de diciembre 2014, 01:18

El pasado lunes, tras la reunión de la Comisión Antiviolencia, el presidente del CSD, Miguel Cardenal, hizo una de esas declaraciones que, por su aliento profético, deberían conservarse en formol, de manera que no caigan en el sumidero de las hemerotecas.

- A partir de hoy, habrá un antes y un después con la violencia en los estadios.

Cuando este tipo de sentencias vienen de un político, el sentido común te obliga a recelar. Eso como poco. Lo más lógico es que te lo tomes a risa, que vuelvas a preguntarte, una vez más, por el origen del adanismo inevitable de los cargos públicos, y que recuerdes las veces que has escuchado a las autoridades del fútbol español afirmar, rotundas, que el último día de la violencia había llegado. Pienso ahora en la muerte de Guillem Lázaro, aquel niño de 13 años al que una bengala le atravesó el pecho en el viejo Sarriá a principios de 1992. El caso fue convenientemente escondido debajo de la alfombra para que no oscureciera el brillo planetario de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que se celebrarían pocos meses después. Y pienso en el asesinato de Aitor Zabaleta, sobre cuya memoria han seguido escupiendo durante años los camaradas de su asesino, que son los mismos que el pasado domingo mataron a palos a un hincha radical del Deportivo y lo tiraron al Manzanares.

Cada una de estas tragedias tuvo su resaca de indignación y buenas intenciones. En estos casos, la reacción suele ser unánime entre políticos y dirigentes deportivos. A algunos, los más histriónicos, sólo les falta rasgarse las vestiduras o flagelarse en público. Pero en unos pocos días, pongamos en unas pocas semanas, todo comienza a olvidarse poco a poco, todo vuelve a ser más o menos igual y el dolor queda apartado en su rincón íntimo de siempre, el de los seres queridos de las víctimas. Todo queda reducido a la tragedia privada de los padres y el hermano pequeño de Guillem, que le vieron morir en la misma grada de Sarriá, o a la del aita destrozado de Aitor Zabaleta. Como ahora, dentro de bien poco, por mucho que los Riazor Blues hagan de él su gran mártir, todo quedará reducido al dolor de la madre, las hijas y la novia de 'Jimmy' Romero Taboada, un pobre desgraciado. Los hinchas radicales del Deportivo le llamaban 'El abuelo'. Ese mismo apelativo es su retrato: el del viejo yonqui cuarentón, superviviente de mil estragos, que sigue metido en todas las movidas, infantil como siempre, más patético que otra cosa, intentando ganar el prestigio de las fieras más jóvenes. Sólo puede inspirar piedad.

No sé si las palabras de Miguel Cardenal serán un brindis al sol. El tiempo lo dirá. Quizá la enorme presión que ahora ejercen los medios, incomparable a la de hace unos años, provoque la necesaria catarsis. ¡Algo tienen que tener de bueno tantas tertulias airadas y tantos debates televisivos! Y es que a nada temen más los políticos que a las grandes piras mediáticas. Yo, por si acaso, no me haría demasiadas ilusiones. Y no por culpa de Cardenal, de cuya buena voluntad no puedo dudar, sino por nuestra acreditada desmemoria y por la particular fauna directiva del fútbol español. No voy a hacer ahora un repaso histórico del nivel, Maribel, de muchos de estos dirigentes. O de su catadura moral. Pero permítanme que, conociéndolos, no sea muy optimista.

Coraje moral

Tengo verdadera curiosidad por lo que sucederá realmente con el Frente Atlético, que ha campado a sus anchas toda la vida, hasta el punto de entrar en un entrenamiento del equipo colchonero a pedir explicaciones. ¿Lo recuerdan? Miguel Ángel Gil Marín ha anunciado su expulsión. Me parece evidente que tanto él como Enrique Cerezo han sido forzados a ello por el Gobierno. Les han apretado las clavijas, vaya. Sólo así se explica su radical cambio de postura en unas pocas horas. Recordemos que Cerezo, ese señor tan gracioso como la mayoría de sus películas de 'Cine de Barrio', aseguró el domingo que los participantes en la pelea no tenían nada que ver con el fútbol ni con el Atlético de Madrid o el Deportivo. Debían ser extraterrestres recién aterrizados en la ribera del Manzanares para dar un garbeo y tomarse una caña. O qué decir de Gil Marín, autor el lunes de una de las frases de la década al ser cuestionado sobre el pelaje de los miembros del Frente Atlético. "En estos momentos es muy difícil no tener antecedentes penales", afirmó. Hay que joderse, pero también hay que entenderle. Siendo hijo de quien es, y habiendo sido él mismo condenado por apropiación indebida, tener antecedentes penales debe parecerle a este señor algo tan natural como tener la partida de nacimiento o el carnet de familia numerosa.

Disueltos ya los Boixos Nois y los Ultras Sur, creo que esta batalla contra el poderoso Frente Atlético es fundamental. De ganarse puede provocar un efecto dominó muy benéfico y terminar suponiendo la práctica desaparición de los grupos de fanáticos radicales en el fútbol español. Para que la victoria sea definitiva, sin embargo, hacen falta más cosas. La principal, como bien decía Alfredo Relaño el pasado miércoles, coraje moral. Se trata de una vieja carencia en este deporte, un bello juego que nació y se popularizó en los años de la Primera Guerra Mundial, tiempo de banderas, trincheras y nacionalismos. No es extraño, por tanto, que a lo largo de su historia haya dado cobijo a tantos sentimientos innobles: sectarismo, borreguismo, irracionalidad, racismo, violencia...

Y cobardía. Cobardía, precisamente, para hacer frente a los violentos y arrostrar las consecuencias de ese combate por la dignidad. En general, se ha preferido mirar hacia otro lado. Siempre hay argumentos para ello. De lo más variados: que si sólo son unos chavales y la juventud es radical y apasionada, que si animan mucho y dan colorido, que si son unos hijos de puta pero son nuestros hijos de puta... Todavía estoy esperando oír a un entrenador o a un futbolista en activo criticar a los ultras de su equipo. De dorarles la píldora, plegarse sumisamente a sus dictados e incluso aceptar sus distinciones -recuerden a Mourinho siendo agasajado por los Ultras Sur con una placa en su último partido con el Real Madrid-, podríamos hacer una larga lista. Y no tenemos que mirar tan lejos. En estas cosas siempre conviene mirarse a uno mismo. Durante años, en el Athletic fue imposible hacer minutos de silencio en memoria de las víctimas del terrorismo bajo la excusa de que no había que mezclar el fútbol con la política, como si el silencio y la equidistancia no fueran una forma cobarde y calculadora de hacer política. Por no hablar de otras cuestiones. ¿Han sido reprobados alguna vez por el público de San Mamés, aunque sea tímidamente, cánticos como el de 'españoles hijos de puta' o 'hay que matar a un Ultrasur'?

No me hago muchas ilusiones, dicho queda, pero tampoco quiero perder toda esperanza. No puedo negar que soy todavía un poco ingenuo y que, quizá porque este deporte me gusta tanto, siempre he pensado que existe la posibilidad de que algún día sea la más espectacular representación de lo mejor de nosotros mismos.

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