El zapatero de Vitoria que calza a Blusas y Neskas
Es el gran aliado de Celedón con el que armar las fiestas patronales
Es el gran aliado de Celedón para armar la fiesta en Vitoria cada 4 de agosto. Y el culpable de que la animada sombra de La Blanca se estire, al menos, hasta la subida del aldeano de Zalduondo a la torre de San Miguel. Y eso de que Blusas y Neskas no se cortan a la hora de quemar 'zapatilla' entre paseillos y una juerga que brilla de noche. Está claro que las manos de Josu Mundin hacen magia. Por su zapatería Dono, ubicada en el número 11 de la calle Santo Domingo, desfilan ya decenas de maltrechas albarcas (ese otro paseillo) que buscan una segunda vida. El negocio se ha convertido en esa especie de boxes que pone a punto esta indispensable parte de la vestimenta de las cuadrillas de Vitoria.
Aunque antes de la gran fiesta, San Prudencio brinda un aperitivo. «Muchos se las ponen también durante estas fechas y después me las traen para que las deje de nuevo a punto para el chupinazo». El talón de Aquiles de las albarcas, explica, suele ser «la costura en la base, después de tanto ajetreo se suele empezar a soltar». La tarea, explica, no es sencilla, lleva horas, pero ahí que se pone él manos a la obra. Gallego de origen, por el momento no ha podido vivir en directo la ebullición que provoca Celedón porque regresa a casa reunirse con la familia. «Pero viendo cómo traen las albarcas y lo mucho que significan para los vitorianos estas fiestas tengo claro que es algo muy bonito, me gustaría vivirlo», confiesa el encargado de que, sobre todo, el calzado del día a día de los vitorianos luzca perfecto.
Mantiene en pie, con la ayuda de su mujer Ainara Furelos, un negocio que pasa ya por la tercera generación. «Empecé hace ocho años, cuando mi suegro se jubiló. No quería que se perdiese un negocio histórico que lleva abierto al menos desde 1965, así lo refleja el documento más antiguo que tenemos. Pero creemos que es de antes». Procedente de la construcción, no le temió al cambio. Tras un periodo de adaptación y aprendizaje de la mano de su suegro, Mundin se anudó el delantal a la cintura, encendió la maquinaria de trabajo y aplicó betún a la zapatería para mantener el brillo. El trabajo es exigente. «Cuando subo la persiana apenas puedo hacer reparaciones, porque la gente entra a entregarte zapatos o pedirte. Realmente trabajo cuando tengo la persiana bajada, desde que sale el sol hasta la noche», confiesa.
Conoce al dedillo a la ciudad, de los pies a la cabeza. Porque cuando entra un cliente ya sabe qué pares debe buscar en ese inifito armario de zapatos, zapatillas y botas. «Tendré más de 300. Y cada día no paran de entrar más y más». La conversación, interrumpida constantemente por la entrada de clientes da fe de ello. Y en caso de duda, la suela de los calzados esconden una pequeña gran chuleta. Ahí pega una pegatina en la que revela el propietario y el tipo de reparación. «Los arreglos más típicos suelen ser los tacones de los zapatos de mujer. Pero cada vez veo más zapatillas». Y claro, quién mejor que él para decir si la gente viste bien sus pies. «La mayoría se preocupa por cuidar los zapatos. La pisada, por lo que veo, generalmente es buena; la parte más desgastada debería ser el talón, si es la zona central es mala señal», aconseja, mientras todos ahora revisaremos las suelas.