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Vitoria enmascara su apatía
No Carnaval. El personal no se resignan a colgar el disfraz y, aunque minoritaria, aséptica y deslavazada, la fiesta salpicó las calles desde el vermú a la tarde
Pasó La Blanca y pasaron todas las farras de las de muy guardar. Nos resignamos a que no tocaba y en el fondo no encontrábamos ... si quiera razones para celebrar. Antes de que se cancelaran las cabalgatas ya nos habían avisado de que el Carnaval, masivo y colorido Carnaval vitoriano, no iba a poder ser. No fue. Pero hubo quien no se resignó a no disfrazarse que, en el fondo, no es más que convertirse por un día, por un rato, en otro; en vivir una vida distinta a la monotonía diaria. Y esto es ahora más necesario que nunca. Discreta, testimonial, aséptica, sobria y deslavazada, sí, pero la alegría salpicó la ciudad, desde el vermú hasta la tarde. Vitoria enmascaró su apatía. Que buena falta hacía.
Durante toda la mañana, por las calles del corazón de la ciudad apenas se distinguía algún que otro crío disfrazado, algún superhéroe de músculos de gomaespuma, alguna princesita cándida, algún que otro pirata con el garfio de papel albal... todo bastante comedido, sin grandes alardes, con poco estreno y mucho disfraz reciclado de otros años. Al pequeño Unai le pintaron la cara como un león, apropiadísimo con su mascarilla a juego, que simulaba unas fauces, igualitas a la de aquel de la Metro Goldwyn Mayer. «No he querido vestirle más por si daba mucho el cante, no sabía si la gente iba a ir disfrazada y he preferido que fuera algo más discreto», comentaba su ama, Naiara -ejem- León. De casta le viene al felino.
Al acercarse la hora del vermú sí que empezó a aparecer, como por ensalmo, algún que otro grupito disfrazado. En General Loma se habían dado cita Markel, Iker y Ander, los tres de negro, con sombrero de copa, como enterradores de los de antes. En estos tiempos, el suyo pasaría por un disfraz incorrectísimo. Pero no, al menos esa no era la intención. «¡Qué va, ni nos lo habíamos pensado, vamos de 'gentlemen'!», se excusaban los jovenzanos. «La verdad es que hemos improvisado sobre la marcha: teníamos los trajes de nochevieja sin utilizar y los hemos aprovechado», reconocían, acompañados por un unicornio con el brazo en cabestrillo y un par de hippies. Este día siempre ha hecho rarísimos compañeros de juerga. «Ya que este año nos hemos quedado sin viaje de estudios, ni fiestas, ni cotillones, por lo menos, nos disfrazamos y tomamos un par de cervezas juntos». Ay.
De vuelta a los bares
Sin fiestas, ni kalejiras, ni desfiles, sin tradiciones tan 'atavicovitorianísimas' como la de los pintores, el de la cerveza con (cuatro) amigos, el del vermú con careta y mascarilla, el de la comida en petit comité fue el único plan posible este sábado. Las terrazas se volvieron a llenar a pesar del cielo amenazador y las calles se volvieron a animar después de dos ominosos sábados de cierre hostelero. Costó -mucho- encontrar mesa sin reserva en los restaurantes del centro.
Pasado el mediodía, el ambiente carnavalero se concentraba en la plaza España que hasta mostraba una estampa que podía recordar de una forma remotísima a la de un sábado de los de antes, cuando la máscara todavía era un mero complemento y no una obligada imposición. «Nos hemos disfrazado por el 'peque', porque nos parecía un poco triste pasar un día como este así, sin más, y la verdad es que pensábamos que más gente saldría disfrazada», apuntaban Estíbaliz y Álex. Por allí correteaban ninjas, elfos, indios y vaqueros (siempre tan socorrido disfraz). «No me he liado mucho, le he puesto unos vaqueros, un chaleco, un pañuelo y va que chuta... este año, por lo menos no me he tenido que tirar una semana cosiéndole el disfraz del colegio», reconocía, con alivio, Miren Ortiz de Olano. Hay quien tiene una habilidad pasmosa para ver siempre el lado bueno de las cosas.
A falta de desfiles coloridos, de logradas carrozas, las manifestaciones, la de los jubilados y la de los trabajadores de Aernnova -últimamente, los fines de semana, el centro de Vitoria es un manifestódromo- le agitaban un poco la modorra a la mañana plomiza de paseo, compras y vermú. Hasta se agradecían los silbatos de esos indignados senior, con sus consignas pegadizas. Tenía aquello un ligero aire de batucada reivindicativa con artritis.
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