La UCI alavesa para 20.000 animales
Martioda ·
El centro foral cumple 25 años como referente nacional. Acaba de recuperar dos cárabosLos cárabos al nacer son pequeños y débiles, con plumaje esponjoso y ojos cerrados. Pero esta especie de búho es nidífuga, es decir, que rápidamente ... quiere emanciparse. Un espíritu aventurero que muchas veces resulta demasiado precoz. Ese fue el caso de dos crías que a finales de marzo llegaron a Martioda, una procedente del albergue de Barria y otra desde Labastida. En el centro de recuperación de la fauna silvestre han permanecido dos meses y esta semana han echado a volar, dejando atrás este 'hospital' en el que han recuperado fuerzas para buscarse a partir de ahora la vida en plena naturaleza.
En los últimos 25 años han pasado 20.000 pacientes por estas instalaciones de la Diputación alavesa. Animales alados, cuadrúpedos o reptiles que han necesitado del socorro de su equipo de biólogos, veterinarios y cuidadores. Una cifra abultada -y eso que no se cuenta con datos exactos sobre su actividad entre 1975 y 2000, cuando su trabajo no estaba tan tecnificado- que demuestra que Martioda ha salido al rescate de la naturaleza.
Desde que la administración foral compró este recinto hace cincuenta años, todo ha cambiado. En aquella época, a algunas especies se les seguía considerando alimañas y llegaban animales que la gente se encontraba en sus viajes por carretera como oseznos e incluso lobos que habían quedado malheridos en algún accidente. Pero también otros que estaban lejos de su hábitat por capricho humano, como los monos o guacamayos. Ahora, sobre todo, llegan aves a esta 'clínica'. ¿Por qué? «Los mamíferos y los reptiles tienden a esconderse cuando sufren heridas», explica el jefe del Servicio de Patrimonio Natural de la Diputación, Joseba Carreras.
Fundamentalmente se atienden pollos caídos de nidos (149 ingresos en el último año) y otros animales con golpes indeterminados (102). En la primera categoría se incluyen los cárabos recién liberados. Estas instalaciones cuentan con un quirófano, sistemas de anestesia, rayos x, una sala de cuarentena y una unidad de cuidados intensivos (UCI), y allí han recibido tratamiento. Ahora, a diferencia de sus inicios, se cuenta con jaulones amplios y un voladero en forma de elipse para que las rapaces practiquen cómo planear y cazar ratones. Ahí se han estado 'entrenando' los dos pequeños búhos durante dos meses porque el objetivo siempre es devolverles a la naturaleza.
Hace un tiempo que se cancelaron las visitas al centro porque, aunque servía para concienciar a los más pequeños, suponía una importante incomodidad para los 'pacientes' de Martioda. También se intenta no ponerles nombre para no 'humanizarles'.

¿Y qué se hace si no es posible reinsertarles en su hábitat? Se les traslada a parques de la naturaleza o centros de educación medioambiental. «Aún recuerdo una cría de tejón que nos llegó hace bastante tiempo y estaba totalmente adaptada al ser humano. Yo veía que cuando entraba en Martioda me 'saludaba' y si me ponía a escribir se me subía al hombro. La acabamos llamando 'Neska' y cuando ya estaba recuperada decidimos enviarla a un centro de El Escorial (Madrid), donde los niños debían enamorarse de ella», recuerda Joseba Carreras. «Un día me llamaron y cuando me dijeron que tenían una mala noticia, pensé que se había muerto. No, no. Se había escapado. Me alegré porque ese es el objetivo de todo este programa, que vuelvan a la naturaleza», añade.
Graves accidentes
Pero hay que recordar que cuando un animal llega a Martioda lo hace después de un importante accidente, que les impide valerse por sí mismos y, de hecho, permiten que un humano les ayude. El 14,2% fallece en menos de 24 horas, el 10,3% aguanta un poco más, un 8% recibe la eutanasia y el 24,6% directamente llega muerto. El 31,9% consigue ser liberado y son marcados, se les anilla o se les introduce un microchip para ser identificado en el futuro.
Según los últimos datos a los que ha tenido acceso EL CORREO, el 82,9% son aves (de 92 especies distintas), el 11% reptiles (seis especies), un 5,8% mamíferos (de 17 tipos diferentes) y el 0,21% son anfibios. Los galápagos de Florida se cuelan entre las diez especies más frecuentes, que son pájaros. Y es que esta tortugas de orejas rojas, que han sido la mascota de muchos, es la única especie exótica que se recibe en estas instalaciones forales, porque -como explica Carreras- aunque está prohibida su venta, hay gente que todavía los consigue por otras vías y muchas de ellas acaban en ríos y fuentes públicas, un auténtico peligro para las especies locales.

Por las urgencias de Martioda sobre todo han pasado patos de collar, gorriones, vencejos, urracas, ánades friso, mirlos, buitres leonados, cernícalos y anátidas. Entre los mamíferos, lo más común son las crías de erizos que quedan huérfanas. «Este es un espacio indispensable y del que nos sentimos orgullosos. En el caso de aquellas especies que, por una y otra razón, requieran de una actuación inmediata porque su estado fisiológico no es el correcto, este centro nos permite poder devolverlas al medio en un estado favorable», destaca la diputada de Sostenibilidad, la jeltzale Saray Zárate.
El sueño del «Félix Rodríguez de la Fuente alavés»
José Ignacio Aresti era un funcionario de la Diputación que ejercía como delineante. Era un amante de los animales y empezó a cuidarlos en la vieja escuela de Armentia, que finalmente se derribó, y convenció a la Administración foral para que comprase una vieja casona en Martioda para desarrollar allí una labor de recuperación de la fauna. Al principio había osos, lobos, loros, tejones, gatos monteses e incluso un mono que había recibido como regalo un niño enfermo. Este 'hospital' situado a diez kilómetros del centro de Vitoria recibía animales de toda España, pues se consideraba un referente para el sector.
«Estudié en Madrid, cuando hice las prácticas en unas instalaciones que había en la Casa de Campo y se enteraron que yo era de Álava me preguntaban por la labor de Martioda», recuerda con cierta vergüenza el jefe del Servicio foral de Patrimonio Natural, Joseba Carreras.
Para muchos, Aresti fue «el Félix Rodríguez de la Fuente alavés», «el loco de los pájaros», un delineante que, mientras los españoles aprendían frente al televisor a distinguir un buitre de un águila o descubrían la belleza del lobo ibérico, cambió los lápices por los biberones y las tiritas para halcones y cigüeñas heridas. Y en Martioda abrió el primer centro de protección de animales salvajes de España y enseñó a miles de escolares que no hay nada en el mundo igual al vuelo de un águila. El centro rápidamente se convirtió en un referente y allí se trasladaban ejemplares 'malheridos' de cualquier punto del país.
Con el paso del tiempo, este amante de la fauna se fue alejando de Martioda y acabó montando al margen de la Diputación un parque con animales en Sobrón. Allí cuidaba de Ver y Oír, dos enormes osos que en 2001 le atacaron mientras les daba de comer y lo mataron. Un episodio brutal que desgraciadamente eclipsa la trayectoria de una figura clave que divulgó los secretos de la naturaleza con inmaculada sencillez.
«Ha vivido entre bichos y ha muerto entre ellos», resaltaban los allegados de este hombre de 49 años aquel fatídico día. Acababa de pedir su reincorporación como funcionario foral. Y es que el parque de Sobrón había iniciado su declive después de que los propios Ver y Oír atacasen a una turista alicantina a la que tuvieron que amputar una pierna.
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