Salvemos la Navidad
'Liberad a Willy' o 'Salvar al soldado Ryan' son los títulos de dos películas -como otras muchas que se les ocurrirán a ustedes- en ... las que se impele al espectador a tomar parte activa en la acción, bien para salvar a una orca del cautiverio, bien para rescatar a un soldado de la muerte segura en el frente de batalla. Parece que con idéntico afán de llamada a capítulo ha nacido una nueva apelación ética con la que sumar a todos en la lucha contra la actual pandemia: ¡Salvemos la Navidad!
El copyright se lo debemos al insigne alcalde de Madrid, aunque más tarde le siguió manso un nutrido rebaño de predicadores a modo de corifeos, dando eco al feliz eslogan. Apelaba el intendente a la ciudadanía con el noble objetivo de salvar nada más ni nada menos que la Navidad. Como si la pandemia fuera el Grinch dispuesto a arruinar nuestra esperanza.
Iluso de mí, me emocionó tan emotiva llamada a la recuperación de los viejos valores que imaginé tras aquella apelación a la ciudadanía. Y me dije que ya era hora de que los políticos recuperasen de nuevo ideas solventes y valores firmes. Nada más lejos de la realidad.
En mi ignorancia creí que tan ilustre representante institucional realizaba una llamada a recuperar el espíritu navideño y los valores de solidaridad y amor que encarna la festividad cristiana de la Natividad. Una invitación a recordar el nacimiento del hijo de Dios en un pajar rodeado de mugre y pobreza al calor del ganado; la huida de la larga mano del rey Herodes; la fuga de la familia con un pollino de apoyo logístico o la persecución de los progenitores por la autoridad competente para darles matarile a ellos y al neonato.
E imaginé también que, en tiempos de tribulación, el primer edil encontraba así un banderín de enganche en la recuperación del uso de procesionar, que tanto les gusta, para aliviar los castigos divinos, ora en forma de plagas, ora de reales decretos del gobierno.
Pero al parecer, al alcalde le ocurrió lo mismo que a aquel aldeano de la Llanada que, en visita del IMSERSO al Vaticano, y a la vista de las riquezas, del oropel y de la púrpura que por allí proliferaban, exclamó boquiabierto '¡Madre mía! Y pensar que todo esto empezó en un pesebre!' De igual modo, el edil madrileño no estaba pensando en absoluto en los que pasarán a buen seguro las navidades entre cartones en la puta calle o en un portal, no de Belén sino de la Castellana. Más bien se me antoja que sus afanes iban por otros derroteros.
Al fin me caí del guindo. Y es que, en honor a la verdad, este señor tan ilustrado lo que pretendía indicar es que a quien hay que salvar no es a la Navidad propiamente dicha, ni a los valores que encarna; sino que el valor superior a preservar es más bien la campaña de Navidad. Que no es lo mismo tejidos y novedades, que te jodes y no ves nada.
O sea, que con ese salvemos la Navidad de lo que se trataba es de salvaguardar todo el tinglado comercial que lleva aparejado el montaje en torno a la anécdota aquella de la fuga y posterior parto en un corral de Belén. Lo que nos dicen es que la prioridad número uno es salvar la campaña de Navidad, como si este luto en bucle fuera más un problema de El Corte Inglés y de los grandes almacenes, y no una crisis mundial de salud pública.
Por fin entendí el busilis de la cuestión, tras mucho devanarme los sesos. Resulta que el fin supremo de nuestro confinamiento, bajo esta posición tan peculiar, es que no hay que comer en grupo ahora, para poder cenar en manada en Nochebuena y Nochevieja e ir a la Puerta del Sol a pasear la tajada. Que ahora toca confinamiento para que pueda haber desmadre consumista y gastador en fechas tan señaladas por el alumbrado y la llamada al consumo. Tócate los pelendengues.
Esta visión tan clásica y tan popular, por otra parte, me lleva a un pesimismo irredento y a pensar que el devenir de nuestros abuelos y otros grupos de riesgo, más que en manos de las instituciones, está depositado en las del Altísimo. Que si ha de salvarlos lo hará, si nos encomendamos a su bondad a través del santo adecuado. Y que depositar las esperanzas en manos de regidores como el madrileño es de soñadores y maldormidos que aún no saben que entre Dios y el dinero, lo segundo es lo primero.
A lo que están algunos es a cuadrar las cuentas, que es lo que exigen las responsabilidades de gobierno. Los daños colaterales, efectos secundarios o cifras de fallecimientos ya se consideran un imponderable. Y además, de paso, arreglamos las cuentas de la Seguridad Social, que lo de las pensiones está en un brete. Y si se mocha la pirámide de población no está tan mal, que ya le hacía falta una buena poda para fortalecer la base piramidal.
«Suelta a Leo»
Lo que no deja de ser un sinsentido es que los muertos hayan acabado por ser sólo un número, y algunos nos prometan que si somos buenos hoy podremos ser fieles a nuestra cita con El Almendro y con el vuelve a casa vuelve por Navidad. Como si tal cosa. Que no va a ser un virus el que nos joda el roscón de Reyes, los langostinos de Nochebuena y el cordero de Navidad. Que hasta ahí podíamos llegar.
Todo esto que les cuento, fruto de una calentura puntual tras un telediario cualquiera, no sería más que una pedrada de las que habitualmente adolezco. Pero metidos en asuntos de efemérides religiosas, les propongo un ejercicio de imaginación para juzgar el estado de opinión mayoritario sobre este espíritu navideño tan particular y tan lucrativo que nos ofrecen los adalides del salvemos la Navidad. Imaginen por un momento a Cristo y a Messi en medio del Camp Nou y al ex president Torra, con una jofaina al lado, emulando a Poncio Pilatos y gritándole a la multitud que abarrota el estadio: - Uno de los dos va a la cruz ¿A quién queréis que suelte? Pueden imaginar cuál sería la respuesta de la multitud.
- A Leo. Suelta a Leo.
Pues eso. Que salvemos la campaña de Navidad. A Willy, al soldado Ryan y al niño nacido entre pajas que les vayan dando por donde amargan los pepinos, que decía mi amiga Pili. Y el último que apague la luz.
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