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Un manantial de oportunidades
De mamotreto a pulmón del pueblo. Kuartango rehabilita por fases el gran hotel del viejo balneario: ahora aquí burbujean nuevas empresas
Hubo un tiempo en que por aquí los paisanos se hacían cruces, no terminaban de entender a santo de qué todos aquellos señoritingos capitalinos llegaban ... para bañarse, para inhalar los vapores de aquellas aguas que olían a huevo podrido. Pero no tardaron en reparar en que esa fuente sulfurosa, la que llamaban la de los huevos lluecos, iba a regar de prosperidad el pueblo. El balneario de Kuartango fue a finales del siglo XIX y comienzos del XX uno de los referentes del turismo de aguas termales en España. La 'jet set' del momento, los políticos más influyentes, llegaban hasta este recóndito pueblico alavés para tomarse unos días de asueto con la promesa de sanar sus males y, de paso, entregarse al hedonismo: a bailar en su fastuoso salón y sentarse a la mesa de un festín pantagruélico en su magnífico comedor. De aquello, de esa época dorada, a los años de abandono. Más tarde se largaron también los Salesianos, que lo ocuparon durante tres décadas. Y sólo quedó el silencio y el deterioro. El balneario dejó de manar abundancia hasta resecarse. Ahora, vuelve a rezumar vida.
En 1882 el balneario de Zuazo recibió el visto bueno para tratar a los primeros visitantes con sus aguas sulfuradosódicas-nitrogenadas. En los periódicos de todo el país el centro se empezó a publicitar como «un sanatorio sin rival» para tratar enfermedades respiratorias. El doctor Eleizegui, uno de los primeros directores médicos del centro termal, prometía curar bronquitis y paliar los efectos del asma crónica. Con la llegada del tren, el complejo llegó a albergar a 1.000 pacientes en una temporada. Fue un éxito rotundo cuyo ocaso, como el de otros tantos balnearios de la época, se precipitó con la Guerra Civil. En 1946 acabó cerrando y años más tarde, en el 57, los Salesianos lo convirtieron en seminario menor. Ellos también se acabaron largando, 30 años después. Y ahí se quedó ese gigante aletargado, de más de 5.000 metros cuadrados, cada vez más achacoso, cada vez más indigesto. Nadie sabía muy bien qué hacer con él.
Durante años, han sido los propios vecinos los que se han encargado de mantenerlo en pie. Han organizado jornadas de limpieza, han reparado lo más urgente, lo han protegido de los vándalos que entraban para arrancarle de las entrañas el cobre de las tuberías y del sistema de calefacción.
Tras sondear varios proyectos empresariales que prometían revivir el centro y que quedaron en agua de borrajas, el Ayuntamiento decidió intervenir poco a poco, por fases. El alcalde, Eduardo Fernández de Pinedo, recibe en el zaguán, tras franquear ese estupendo portón con molduras de estilo art nouveau, a los pies de esa escalinata de madera con balaustrada, de los pocos elementos originales que todavía se conservan. El regidor conduce a los invitados, un poco como lo hacían los botones en la época, por ese edificio que se antoja laberíntico.
1882fue el año en el que el viejo balneario, entonces conocido como el de Zuazo, recibe la autorización para tratar con aguas medicinales. En 1946 cerró y en el 57 fue convertido en seminario menor. Los Salesianos lo abandonaron en el 87.
Allá afuera, ese ascensor exterior que se está a a punto de inaugurar para cumplir con los actuales criterios de accesibilidad, muestra todas las ventanas, guía de planta en planta, a través de esas pequeñas obras que el Ayuntamiento ha ido acometiendo con las subvenciones que ha ido rascando aquí y allá, con ayudas de la Diputación y los fondos de desarrollo rural del Gobieno vasco. Da la sensación de que quizás la intervención quizás no sea la más respetuosa con el edificio, hasta se antoja una colección de retazos de pladur. Pero han logrado que el viejo balneario se mantuviera en pie. El mamotreto está mutando en el pulmón que, confían, hará que el pueblo respire.
Creación cultural
«El objetivo es que este edificio sirva para fijar población en la zona, destaca el alcalde, que, de planta en planta, de espacio en espacio, desliza todos los proyectos que podría acoger el edificio. Habla de una fábrica de creación cultural, de espacios para residencias de artistas (el Artium ya colaboró con el pueblo para traer aquí a colaboradores), de locales para las asociaciones del pueblo, hasta de una 'scape room'... Y le gustaría dedicar una de las alas del gigantesco edificio a viviendas comunitarias, pequeños apartamentos con zonas de servicios comunes. «Podrían salir unos 12», destaca.
5.000metros de superficie en tres plantas (más buhardilla) tiene el complejo. Como en un juego de matrioskas, alberga un teatro, una fábrica, una sidrería, un vivero de empresas y se quieren habilitar viviendas.
No será por metros. Aquí, precisamente, metros e ideas sobran. Lo que falta es presupuesto. De momento, en la parte baja, el antiguo salón de baile ha sido convertido en un teatro con un aforo (prepandemia) de 240 espectadores. Las fotografías de la época retratan un espacio fastuoso, con frescos, con molduras, con una tarima tan encerada que parecía un espejo. Los salesianos lo convirtieron en capilla. Y el pueblo ha ganado aquí un escenario de 9x6 que bien poco le tiene que envidiar al de cualquier centro cívico de la capital. Hace unos días actuó la bailaora flamenca Askoa Etxebarrieta, por cierto, vecina del pueblo. Algo se mueve aquí, en Kuartango. Y más que quieren que se agite.
A la sidrería, que funciona desde hace casi un lustro en el antiguo comedor y a la pequeña fábrica de estupendas conservas ecológicas que regenta Zuriñe Vigalondo, Kuartango quiere sumar pequeñas empresas para atraer actividad económica. Las aulas de los salesianos se han habilitado como espacios de 'coworking' y de vivero de empresas. Allí se ha instalado María Santorum.
Su abuela trabajó en el antiguo balneario, sacándole lustre a la plata y encerando esa tarima que todavía hoy cruje bajo los pies. La madre también dio el callo allí, ya cuando los Salesianos llegaron para cambiar la 'joie de vivre' por la frugalidad de Don Bosco. Y ahora es ella, la hija, la que va a trabajar aquí. Sus circunstancias son muy distintas. Dejó un puesto de directora financiera en Reino Unido para volver al pueblo y montar una editorial. Sí, eso sí que es una inversión de alto riesgo. «Claro que la apuesta es fuerte y claro que la gente se extraña cuando les explicas el proyecto, pero estoy ilusionada y convencida, creo de verdad en la vida en el pueblo: aquí, todo compensa». María es la viva imagen de que aquí ahora manan segundas oportunidades. Vale que por ahora es apenas un chorrito, pero está regando de optimismo a una de las zonas más deprimidas de Álava.
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