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Blanca Castillo
El belén de... Teresa Murga

Lo más parecido a la realidad

Viernes, 1 de enero 2021, 08:28

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La estrella, el ángel, los tres Reyes Magos a camello con oro, incienso y mirra; María y José con el Niño Jesús en el pesebre... Una montaña, un río que surca el valle, un pueblecito con sus moradores entregados al quehacer gremial... Un belén da cabida a todos estos personajes y elementos y a muchos más. Pero de alguna manera exige rigor histórico, respeto a un pasaje de la Biblia, a la vida misma, a pesar de que se preste, cómo no, a la imaginación del que lo arma cada año por Navidad. Y más aún si hay críos de por medio, que lo alteran desde su inocencia y capricho. Un pastor con su rebaño de ovejas puede compartir escenario, y de hecho lo hace, con un astronauta.

Teresa Murga fue hasta su retiro laboral proyectista de jardines, una mujer meticulosa, con gusto y amante de la naturaleza. Así que ella, cuando monta su nacimiento en el pueblo de Vitoria donde vive, siempre, siempre lo hace ajustándose lo más posible a la realidad de aquello, a lo que pudo ser el alumbramiento de Jesús en Belén hace dos milenios. «Tiene que tener su lógica, ser realista», aconseja una mujer que fue de las primeras en vincularse a la Asociación Belenista de Álava, vivero de miniaturistas.

«En lo primero que reparo es en la estructura del paisaje, en hacer un planteamiento general del relieve, con sus planos, ubicaciones... Para luego ir encajando los grupos de figuras y viviendas en distintas zonas», aconseja Teresa, quien, según habla y muestra su composición, ofrece una clase urgente para principiantes acerca del montaje de un belén. Didáctica. «Se trata de imitar la escena bíblica con bastante exactitu, aunque le añadas fantasía».

El suyo tiene su montaña, su valle, su río, ahora artificial aunque hubo un tiempo que el agua corría por el cauce. Emplea materiales naturales como el corcho, el musgo, que lo cuida de un año para otro y advierte de su prohibición de recogida en el monte; piedras, madera, ramas, arbustos... «Siempre meto elementos de la naturaleza. Hay métodos para su conservación», cuenta.

Teresa conoce la técnica del modelismo, pero no se atreve de momento con la creación con sus manos de figuras. Las que distribuye en los seis metros cuadrados de su composición son en su mayoría «simples, sencillas, ingenuas». Algunas las tomó de su madre, luego tienen más de 80 años, y están desvencijadas. Otras las adquiere a artistas de la modalidad en congresos. «Pero se puede tener una colección coqueta sin necesidad de gastarse una barbaridad», anima.

Un arte en miniatura

Defiende la tradición, la creatividad y el arte. «El belén tiene un poco de todo, arquitectura, paisajismo, pintura, escultura...», sostiene Teresa Murga, que ya ha iniciado a su nieta en la afición. «No es un arte propiamente, pero tiene su cosa. Un atractivo, una simbología religiosa, didáctica. A mí me inspira mucho. Todos los nacimientos dicen algo, misterio, curiosidad. Y son el resultado de un esfuerzo. He visto verdaderas preciosidad», recuerda.

Sobre la misma base, cada año trata de innovar, de añadir a su elaboración componentes que la distingan de la anterior. A modo de consejo subraya, como muchos otros belenistas, la conveniencia de respetar la perspectiva, los tamaños de las piezas, las estructuras y demás. Así que no vale poner a un herrero junto a una casa por la que no cabe o a un perro tan alto como su dueño. Murga también cuida de la iluminación, muchas veces desatendida o chillona con esas lucecitas parpadeantes que desentonan. «Tiene que haber una luz general, del paisaje. Queda muy bien al fondo, toda igual. Y luego otra u otras que enfoquen puntos importantes, la gruta, la Anunciación, que resalten los detalles, las viviendas».

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