Nubarrones sobre el cultivo alavés
El sector primario no para. Pero la tormenta del virus se acerca, se pierde género, caen las ventas y se teme por la mano de obra cuando toque recolecta y vendimia
Se suspendieron las clases en todos los niveles educativos. De esto aún no hace un mes. Luego cerraron bares, restaurantes, comercios excepto los de alimentación, sanitarios y algún otro singular; también cines, teatros, bibliotecas, centros cívicos... El Alavés tampoco tira a portería y el Baskonia no lo hace a canasta. La población va a por su cuarta semana de cautivero y solo circulan los vehículos con alguna razón de peso para justificar su movilidad. Por último, excepto los teletrabajadores y los empleados de la industria considera «esencial», las demás fábricas, talleres, oficios y negocios prescindibles llevan una semana «en hibernación», curioso término para referirse a un país casi parado desde el martes. Lo nunca visto.
¿Y qué sabemos de las gentes del campo? De esas que sí son vitales porque alimentan con productos de primera necesidad las estanterías de tiendas y los lineales de supermercados que no dan abasto. Esa buena gente, que tampoco está vacunada contra el maldito virus y que puede enfermar en su aislamiento rural, sigue a lo suyo, a la faena de cada día en medio de la pandemia que cuenta fallecimientos por hora. Porque ajenas a la emergencia sanitaria y al estado de alarma, a la vaca hay que ordeñarla, la patata no ha oído hablar del covid-19 y la vid necesita que la poden hoy si el viticultor quiere llegar con ella hermosota a la vendimia de otoño. Porque así ha de ser irremediablemente en la Álava agraria si queremos brindar con vino de Rioja cuando acabe la pesadilla.
«La agricultura y la ganadería ni cierran ni se detienen». Lo advierte para tranquilidad de todos, de los consumidores, Javier Torre, agricultor, presidente de la Unión Agroganadera de Álava (UAGA), el único sindicato del territorio integrado por 1.300 explotaciones. Desde un caserío de Saratxo, donde el confinamiento tiene menos de excepcional, al cuidado de sesenta cabezas de vacunos de todas las edades, Joseba Ibarrola se expresa hasta más directo si cabe en su sentencia: «Esto no se puede parar como una fábrica de tubos». Lo asegura sin ánimo de molestar y con cierto sentido didáctico, en referencia a las dos empresas cercanas de Amurrio y Llodio dedicadas a los cilindros.
En el congelador
«Parece que somos los únicos que podemos trabajar. Tampoco es así», aclara por su parte la voz autorizada de los más de 4.000 agricultores y ganaderos que mantienen vivo el sector primario alavés. A la UAGA pertenecen algo más de la mitad y el resto va por libre porque gestiona a su antojo la huerta, el establo o el panal de rica miel.
Veamos. «Tenemos miedo porque ha bajado el consumo de cordero y hortalizas y muchos productos listos para consumir están parados en las cámaras de frío de los restaurantes y bares, y se van a echar a perder con el tiempo. Hay idea de recoger todo eso y meterlo en la cadena de consumo, pero ya veremos», reflexiona Javier Torre. El agro está sumido en la «incertidumbre», en realidad como todos los campos de la sociedad, pero él avanza con el tractor y la mano cuarteada inquieto por que descargue una tormenta inesperada y lo arrase todo. Entretanto, las tareas siguen adelante. La tierra solo sabe de lo suyo. Al menos por ahora, el coronavirus que nos trae a malvivir carece de fuerza para suspender una cosecha o agotar la ubre de la oveja. Aunque toca rezar el Ángelus.
El calendario agrícola es inamovible y no distingue el laborable del día festivo. El cereal, ya sembrado, aguarda al tratamiento con nitrato y herbicidas. Gran cantidad de remolacha germina bajo tierra. La patata está en su primer gran mes, abril, el de la siembra. «Estamos tranquilos, preparando el terreno», confiesa Alfonso Sáenz de Cámara. La cooperativa Udapa, de la que es su director general, trata cada año en torno a 60.000 toneladas y ha apreciado un incremento del 30% en su consumo desde que se desató la 'guerra bacteriológica'. Al sur del territorio, en los viñedos de Rioja Alavesa, se trabaja con cierta normalidad en torno a la poda. Luego vendrá el momento de retirar los hierbajos de las cepas y he aquí, por la necesidad de manos, donde puede surgir un quebranto. Y en las cuadras, establos y pastos es tiempo de cordero, que se ha dejado de consumir por el cierre de la hostelería, mientras las demás cabezas animales esperan a salir al pasto plácidas. Así está el panorama a grandes rasgos.
«Preocupante», lo divisan desde la UAGA. «La situación tampoco es favorable para nuestra gente. Estamos más liberados en los movimientos para ir a la finca, pero ya nos repercuten los inconvenientes asociados a la distribución y venta a corto plazo». «No somos ajenos a la crisis sanitaria», añade Torre, aunque no viva en la calle Dato. «Hay gente que ya está perdiendo dinero en el campo». Y lo que queda. Quizás, el mundo agrario no tenga razones para temer por la pérdida de puestos de trabajo ni por la necesidad de implantar un expediente de regulación de empleo, en contra de lo que sucede a cuchillo en otros sectores de la economía. «El 90% de nosostros no tiene empleados. Trabajamos por nuestra cuenta o con ayuda familiar. Aunque estamos en las mismas, la explotación ganadera no se puede cerrar».
La comercialización del vino
Ahora bien, llegará el día en que sí reclame mano ajena, la del temporero, mayormente extranjero, que acude a la llamada para la recogida de patata y uva sobre todo. «¿Y qué vamos a hacer entonces? Si a lo mejor no se puede contratar a los de fuera. ¿Quién va a tirar la tubería, podar o recoger?», se pregunta Torre «Lo estamos viendo ahora con la fresa en Andalucía», avisa. Un trastorno no tan lejano, que puede llegar a Rioja Alavesa pronto, en semanas, cuando toque la espergura y el desniete, la retirada de brotes malos de la vid. Es este un territorio vinícola: 340 bodegas, 13.000 hectáreas, 2.500 viticultores, 89 millones de kilos de uva en 2018 y 92 millones de litros de vino, el 35% del total de la denominación.
Ahí, entre cepas y oficinas, trabaja Íñigo Torres, director general del Grupo Rioja, una asociación de 55 bodegas que acapara el 75% del total de la producción. «El coronavirus nos afecta muchísimo, como a todos, con un importante impacto negativo en las ventas a partir de marzo», donde ahora está el vino. Con las barras cerradas y los manteles plegados, «no hay pedidos y se aplazan los pagos», aunque afortunadamente «la alimentación sí funciona más o menos normal» y la exportación están sujetas al cierre de fronteras. «La hostelería va a seguir a cero. Hasta que se levanten las restricciones y volvamos a la normalidad, pasarán meses. Veremos cómo llegamos a final de año», alarga el balance.
«Ahora somos imprescindibles»
joseba ibarrola. ganadero
Acaba de sacrificar un ternero, en breve sacará las vacas al pasto y después segará. «Normalidad total» en el caserío Zubiako, en Saratxo, donde Joseba, veterinario, cuida de sesenta vacunos que llegado el momento serán empaquetados de cinco en cinco kilos para su venta directa al cliente. «A los animales no se les puede confinar. Aquí, aislados, cada uno en su faena, pero seguimos la rutina, que no es otra que la de producir. La ganadería y la agricultura tienen su ciclo».
Tres décadas de ganadero le dan para un lamento y un consejo. El primero: «Ahora resulta que somos imprescindibles, que hay que producir más que nunca, cuando hace cuatro meses las vacas contaminaban y había que hacerse todos veganos». ¿El consejo?: «Hay que parar este ritmo de vida. No puede ser. Igual el planeta nos está poniendo en nuestro sitio. Y también a ver si somos capaces de consumir lo de aquí. Salvo el pescado, lo que come el humano necesita tierra».
«Las ventas han bajado un 60% estos días»
yolanda vicente. horticultora
Puede con ocho hectáreas de huerta –que se dice pronto–, de las que extrae legumbres y quince hortalizas, algunas extrañas, en Pobes. Ni aislamiento ni leches, sus criaturas la reclaman de lunes a domingo. Eso sí, el virus asesino se ha manifestado en su caso con «retrasos en la entrega de pedidos de plantas, semillas, piezas de riego... Es todo», sentencia Yolanda, administrativa y urbanita de Vitoria que hace seis años le dio por meterse a horticultora. Y feliz de la vida en su invernadero.
Cada jueves regresa a la ciudad para montar su tenderete, su sustento, en el mercado de Santa Bárbara. Ella que pone cuidado para evitar contagios aprecia que «las ventas han bajado un 60% estos días», desde que se coló el covid-19 en nuestras vidas. Aunque los puestos se mantienen, la gente mayor, gran parte de su clientela, «no sale de casa» y de los barrios al centro «ya nadie se acerca a comprar».
«A ver a cuánto se paga la uva»
maría de simón. bodeguera
A quien temen los viticultores es a esa helada que puede malograr la vendimia. El virus preocupa menos a pie de cepa en Rioja Alavesa, donde, según De Simón, «se sigue con el proceso natural, ahora la poda». «La gente del campo no deja de ir a trabajar», aunque Viñedos y Bodegas de la Marquesa, de Villabuena, sí paró por seguridad. Las vides han recibido lluvia, fenomenal, pero su limpieza –espergura y desniete– «puede traer problemas con la mano de obra. Igual no hay temporeros para esa faena», teme.
También ha oído que «con la crisis a ver a cuánto se paga la uva. Me sorprende. Si es buena...». Y a corto plazo, «la hecatombe la está sufriendo el enoturismo».
«Ya hay gente que se plantea cultiva o no»
ricardo maldones. agricultor
Con 150 hectáreas de cereal y patata que atender en Villanueva de Valdegovía, a Ricardo, como a muchos agricultores alaveses, les asalta la «incertidumbre». El estado de alarma no afecta a su faena, pero siembra dudas de futuro. «El problema del cultivo tardío como la patata está en septiembre, cuando se necesite mano de obra temporal. Hay gente que ya se plantea si cultivar o no por esto». Abril es el mes de siembra de un producto básico.
Cree el labrador que el covid-19 «pasará factura» a la labranza, pero confía en que el tubérculo siga en las estanterías. Peor lo tiene la cebada maltera. «No hay ocio, no hay consumo. Está muy parada» sin cerveza.