La memoria que no ahoga el agua
La Diputación coloca una placa en la presa de Ullíbarri-Gamboa para recordar a los 600 vecinos que tuvieron que dejar sus casas para construir el embalse
El municipio de Gamboa quedó sumergido bajo el embalse que desde hace más de 65 años surte a Vitoria y la comarca del Gran Bilbao. ... Sus 146 hectómetros cúbicos cubrieron por completo los pueblos de Mendizábal y Orenin, mientras que Garaio y Zuazo de Gamboa sufrieron transformaciones irreversibles tanto en su morfología como en su demografía. Pero ni el agua ni el paso del tiempo han logrado hundir los recuerdos de quienes tuvieron que abandonar el antiguo valle. «La mayor parte de aquellas poblaciones afectadas se vieron forzadas a emprender una nueva vida», destacó este lunes el diputado general, Ramiro González, en el primer homenaje de la institución foral a quienes tuvieron que cambiar drásticamente de vida hace más seis décadas.
Buen testimonio de ello daba Asunción Garro, que a sus 95 años observaba con enorme emoción en sus ojos el acto apoyada en un bastón y agarrada al brazo de un familiar. «Aquí unos se marcharon con mucho y otros con poco. Nosotros éramos 'renteros' de tierras que trabajábamos y nos fuimos con lo puesto. Yo estaba casada y tenía un niño bien bonito. Nos dejaron un nuevo hogar y mi marido, que trabajaba en un aserradero que desapareció, se hizo cartero hasta que murió atropellado por un camión. Aquí nací y aquí espero morir», confiaba esta nonagenaria.
A su lado estaba Esther, su hermana pequeña, quien explicó que el embalse arrasó campos de cereales y caseríos. «Este reconocimiento ha tardado demasiado tiempo, con lo miserablemente que entonces nos dejaron. Yo tenía 16 años, pero los chicos de la familia tuvieron que marcharse fuera en busca de trabajo», recordaba.
Javier Echevarría también vivió en primera persona aquel 'éxodo' del Valle de Gamboa, donde se hunden sus raíces -su padre nació en Mendizábal y su madre, en Nanclares de Gamboa- y cuya memoria trató de homenajear con el libro 'Garayo y el pantano'. «Mucho antes de que yo naciese en 1941, ya se hablaba sobre el proyecto de levantar una presa y no fue hasta que yo era un mozo que empezaron con las catas para el 'pántano' (sic), como aquí se le llamaba», apunta. «Fue un drama general, aunque visto desde el presente en algunos casos se puede decir que fue una oportunidad. Mientras en Orenin tenían luz eléctrica, carretera, cura y escuela, en algunas zonas de Garaio nos seguíamos alumbrando con un candil y no vimos un camión en el pueblo hasta 1957», rememoraba Echevarría, que después de la ceremonia charlaba con Rufo Ugalde, uno de los que más ha luchado en los últimos tiempos para conseguir un homenaje a las familias que tuvieron que dejar sus hogares y todos los trabajadores que murieron en la construcción de esta obra de ingeniería hidráulica.
A partir de ahora, un tótem recordará en un lateral de la presa a los pueblos que, total o parcialmente, quedaron sumergidos por el embalse. Y a aquellas familias «que entre 1947 y 1957 vieron transformados sus hogares y alteradas sus vidas. La construcción de este embalse marcó un hito en la ingeniería vasca, pero también significó el sacrificio de un valle surcado por el río Zadorra y con identidad propia». «Nunca olvidaremos las vidas que el agua cubrió, ni la historia que reposa en sus profundidades (...) Necesitamos que su historia perdure en el tiempo, recordándonos la importancia de preservar nuestra memoria colectiva y el legado de quienes nos precedieron», se lee en la placa.
En un acto en el que estuvieron las alcaldesas de Elburgo, Nati López de Munain, y Arratzua-Ubarrundia, Blanca Antépara, el diputado general recordó que más de 600 vecinos se vieron obligados a partir de 1957 a «dejar su tierra, sus raíces y su comunidad» . Junto a la presa estuvieron los vecinos más veteranos de aquellos pueblos, los descendientes de quienes ya no están y las personas que han recopilado la historia de un hecho que transformó la vida de toda una región. «Este es un humilde homenaje que se ha organizado desde el corazón, pero no queremos que nadie olvide en generaciones venideras a aquellas familias que con su valentía y sacrificio por el bien de un desarrollo económico que beneficiaría a otras personas y comunidades». Su historia es un recordatorio, añadió el máximo responsable foral, de que «el progreso no debe olvidar a quienes la construyen. Las tierras de cultivo y las comunidades ahogadas en el pantano nos invita a honrar su sacrificio y aprender de las lecciones del pasado», concluyó.
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