Borrar
Rafael Gutiérrez, en su casa. RAFA GUTIÉRREZ
OBITUARIO

El médico que remendó a Manolete

Rafael Gutiérrez Benito falleció en Vitoria el 18 de junio de 2018. Fue, entre otras muchas ocupaciones, presidente del Colegio de Médicos de Álava

Miguel Gutiérrez Garitano

Viernes, 22 de junio 2018, 02:00

Comenta

Dicen que la infancia vive en nosotros el tiempo que viven nuestros abuelos. Si es así, el 21 de junio enterré a mi niño interior entre mirtos y cipreses, en el panteón familiar del cementerio de Santa Isabel. El pasado 18, con 97 años, mi abuelo Rafael Gutiérrez Benito emprendió su viaje sin retorno. Se ha ido, como hacen los hombres buenos, dejándonos en herencia una pléyade de bellos recuerdos. Imágenes que nos visitan estos días: del abuelo en la campa de Eribe, frente al caserío familiar, leyendo la prensa junto al inevitable aperitivo; o tertuliando con amigos en su mesa del Círculo Vitoriano, a la que casi no faltó un solo día en 80 años; o trabajando en mil proyectos en sus cuartos-taller de sus casas de las calles Postas y Becerro de Bengoa. Siempre con una idea en la manga y regando ilusiones propias y ajenas; coleccionando monedas y sellos, medallas históricas y viejos documentos; escribiendo poesía y prosa; acopiando anécdotas vitorianas; aprendiendo encuadernación y programación cuando los ordenadores surgieron como dragones de nuevos fuegos. De chaqueta en los días de diario -que usó aún en sus últimos momentos- o con camisa corta y sombrero Panamá o visera castellana en los días de esparcimiento. Siempre con varios libros en su mesilla; con la broma ingeniosa presta para ser disparada y la sonrisa para ser regalada. Pequeñas pinceladas de un hombre fecundo que era mucho más que «el abuelo» y cuya biografía solo he podido sopesar de adulto.

Corría el año de 1944 cuando el matador Manolete recibió una herida en una mano mientras lidiaba en la plaza de toros de Vitoria. Al punto, y tras remendarle la herida, un joven estudiante de Medicina en prácticas le pedía los datos para la ficha de rigor:

-¿Nombre?

-Manuel Rodríguez.

-¿Diestro, picador o banderillero?

-Diestro.

El joven respondió sin énfasis:

-Anda, usted debe de ser el famoso Manolete.

En aquel momento Manolete era el hombre más conocido de España y quedó estupefacto ante el joven médico que le atendía sin inmutarse. Al poco, el torero, durante una entrevista en la que le preguntaron por cómo llevaba la fama respondió: «Pues tan famoso no soy, cuando en una plaza del norte y vestido de luces, hace poco no me reconocieron».

Hijo, nieto, padre y abuelo de médicos, Rafael Gutiérrez llevaba en la sangre la ciencia hipocrática, entendida en su dimensión más humanista. De sus años como médico de la Seguridad Social quiero rescatar otra anécdota que permite acercarse al hombre real y a su sofisticado sentido de la ironía. Hace unas décadas llegaba a Vitoria una adolescente con ánimo de asistir a un campeonato de natación. Al poco de llegar, la muchacha enfermó tan gravemente que se temía por su vida. Mi abuelo se hizo cargo del caso y salvó a la chica acertando en el diagnóstico y deparando un trato tan humano a la familia que el abuelo de la moza, agradecido, le concedió una de las medallas de la federación que acababa de crear. El tipo era nada menos que Bernard Picornell, nadador franco-catalán, fundador del primer club de natación de España y presidente de la primera federación de este deporte. De esa anécdota el abuelo solía decir que era el único medallista en natación del mundo entero que no sabía nadar.

Anécdotas aparte, Rafael Gutiérrez Benito fue un gran médico aunque jamás le escuchara fardar de currículo. Licenciado en Valladolid, trabajó primero como médico general y después como psiquiatra y psicólogo clínico. Primer diplomado de Vitoria en Psicología por la Complutense, fue pionero en Álava en esta disciplina, de la que -en los 40- impartía clases en la Escuela de Magisterio tras obtener también el título de maestro. Fue asimismo Director del Centro de Atención e Investigaciones Psicológicas de Vitoria, entre otros cargos. También fue psiquiatra, aunque como recuerda su hijo, el Catedrático Miguel Gutiérrez Fraile, «a la psiquiatría se incorporó tarde. Destacó, no obstante, por su labor como Presidente del Colegio de Médicos de Álava, por la que le fue concedida la Encomienda de la Orden Civil de Sanidad».

Descendiente por parte de madre de la alta burguesía bilbaína y por parte de padre de una saga de afanosos villanos de Castilla, Rafael era un gentilhombre de la vieja escuela, mezclando su bonhomía con una acerbo incansable por la cortesía y las buenas maneras. Siempre caminaba a la derecha de las damas y jamás le escuché un taco o palabra malsonante. Y, aunque era un hombre tranquilo y poco dado al conflicto, como auténtico caballero no dudaba en cargar adarga en ristre cuando la propia vergüenza así lo demandaba.

Fue también político de poca fortuna. Quien esto escribe recuerda su devoción por la honradez. Tal vez por ello fue un político reticente y un nulo negociante. Defensor férreo de la meritocracia, odiaba visceralmente la corrupción. En un contexto de corrupción generalizada, su actitud se vivía como algo insólito, e incluso ridículo o quijotesco.

Archivo fotográfico

Recuerdo que un tipo me contó que, «como concejal de Vitoria tu abuelo era un tipo incómodo y extraño. Era honrado hasta el fanatismo y eso le hacía chocar a menudo con mucha gente. Y peor que él era su cuñado, el también concejal Doroteo Fraile, que devolvía hasta las entradas del teatro. Doroteo escribía educadas cartas devolviéndolas, asegurando que por ser concejal no debía recibir trato de favor alguno».

Sospecho que el abuelo, que amaba Vitoria con pasión de enamorado, salió escaldado de su travesía del desierto del Ayuntamiento; aunque a él le debemos algunas buenas cosas, como la creación del Archivo Fotográfico de Álava (también era aficionado, como la abuela, a la pintura y la fotografía), o el hermanamiento de Vitoria con la ciudad francesa de Angulema; esto último gracias a la amistad de la familia con los De Maillard, aristócratas franceses supervivientes de la Revolución. Por encima de todo, el abuelo fue un firme defensor de la mejor versión del vitorianismo; que para él no era sino una aceptación de sus paisanos, sin importar sus creencias y tendencias religiosas o políticas.

Fue la falta de sectarismo del abuelo lo que le granjeó el cariño de sus paisanos. El abuelo era, como decía, muy buena gente. Buena gente de verdad. Quien le trató en corto lo sabía y lo apreciaba. Por eso en su funeral había desde nobles, hasta activos miembros del colectivo inmigrante, pasando por los viejos amigos y paisanos de Vitoria. Vinieron a decenas a despedir al vitoriano tranquilo, caballeroso e irónico, que tuvieron el placer de tratar y conocer.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo El médico que remendó a Manolete

El médico que remendó a Manolete