El Lazarillo de Zadorra
Picaresca. Un retrato abstracto de los truhanes de medio pelo que se tratan de saltar el confinamiento
A él ningún ciego le tiene muertito de hambre ni le zurra la badana cuando trata de llevarse algo de comer al buche. A él ningún clérigo avaro le pega hostias como panes cuando trata de zamparse un cacho de ídem. Al contrario que su colega salmantino, al que alguien le puso el de Tormes por el río, a este Lazarillo vitoriano nuestro, el de Zadorra, la vida no le ha tratado tan mal. Este no se ha vuelto un pícaro redomado por pura supervivencia. Mientras que el resto lleva mal que bien lo de tirarse el día encerrado en casa, él traza planes para darse un garbeo furtivo. Mientras que el resto cumple con las muchas y duras normas de este excepcionalísimo estado de alarma, él hace todo lo posible por saltárselas. Él como Jeanette, se cree rebelde porque el mundo le hizo así.
Esta es la brevísima historia de Lazarillo de Zadorra y de sus fortunas y adversidades. Este es el retrato abstracto de todos esos pícaros de medio pelo que estos días recorren las calles como almas en pena con una bolsa del súper como coartada. Los que montan guateques clandestinos en casa, que han convertido su salón en un 'speakeasy'. Los que quedan con los colegas y con los ligues del Tinder en el supermercado, que de esta sale una comedia romántica de las malas. «Que dónde se conocieron mis padres, pues en el Carrefour, entre las sardinillas en lata y los pimientos del piquillo en frasco», dirán algunos críos dentro de unos años.
También están los que tienen al pobre perro hartito vivo de tanto paseo. Los que llenan la bolsa de periódicos para fingir que van a sacar la basura hasta el contenedor más lejano del barrio. Los (muy retorcidos) que se inventan que se les ha muerto la abuela para poder pasar el finde en la casa del pueblo.
Y lo peor de todo es que, en el fondo de los fondos, para él, lo de menos es disfrutar de un buen paseo. Lo de menos es caminar un rato bajo el sol. Incluso se la trae al fresco recuperar unos minutos de esa libertad que este virus nos ha arrebatado a todos. Para él, todo eso es lo de menos. Este Lazarillo disfruta burlando al sistema, desafiando a la autoridad. A este sólo le mueve esa sensación, tan atávica y tan egoísta, de saltar todo el rato por encima de las cabezas del resto del rebaño para ponerse en primera fila. El muy panoli se cree más listo que los demás.
El Lazarillo de Zadorra (y del Nervión y del Ebro y del Tajo y del..., que los hay por todas partes) es el mismo que está convencido de que el resto son unos imbéciles redomados por pagar religiosamente a Hacienda lo que toca y cuando toca. Es el mismo que aparca en la plaza de minusválidos porque sí, porque él lo vale. Es el mismo que convence a su vástago para que le diga al revisor que tiene menos años para ahorrarse el billete del autobús. Es el mismo que se lleva los folios de la oficina y el papel higiénico. Cuando este virus despertó, él ya llevaba mucho rato ahí. Tratando de tangar al personal.