

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
No sé si somos la ciudad levítica, tal y como nos bautizó hace un tiempo el 'viejo profesor' Antonio Rivera. Pero desde luego, cuando la ... festividad de Semana Santa anida en la segunda o tercera semana del mes de abril, más que en levítica, Vitoria-Gasteiz se convierte en la ciudad del Éxodo, si elegimos uno de entre la retahíla de 76 libros que componen el texto sagrado.
Si al sacrosanto acueducto pascual le añadimos el puente laboral que enlaza San Prudencio con el 1 de mayo, pues para qué les vamos a contar el efecto multiplicador que se desata en la ciudad.
La escena nos recuerda a la de aquel desalmado arrojando un petardo en un gallinero y los pollos huyendo sin freno ni descanso hacia ninguna parte.
Y este éxodo repentino, haciendo honor a su nombre, adquiere un tamaño de dimensiones bíblicas a tenor de atascos, embotellamientos, aparcamientos colapsados como el del aeropuerto de Foronda y demás ejemplos tan poco edificantes de desaforado apelotonamiento humano.
A juzgar por los folletos de las agencias de viaje, los vitorianos salimos por millares de nuestro pueblo como alma que lleva el diablo. Y lo mismo nos da un roto que un descosido. El caso es darle al selfi allí donde quiera que nos vayamos, sin hacerle ascos a destino alguno.
Así, Caboverde, Estambul, la Capadocia, Canarias, Málaga, Sevilla, Punta Cana o hasta la mismísima Villa Tripas de Arriba se convierten en nuestros refugios temporales durante estos últimos días de abril.
Como si de una colosal estampida se tratase, huimos del moho y del musgo que amenaza con adueñarse de la suela de nuestros zapatos tras esta lluvia interminable que arrostramos desde tiempo inmemorial.
Y en un alarde de la generosidad que nos caracteriza, les cedemos graciosamente nuestras procesiones, nuestra Tamborrada, nuestra Retreta, y hasta el talo y las rosquillas de Armentia a los turistas que en estos días deciden visitar la Atenas del norte.
Dicen las estadísticas que los andaluces nos han descubierto y que aprovechan los puentes aéreos de Ryanair para poder traerse los plumas, cazadoras y abrigos que duermen por años en los armarios de sus casas, entre vapores de naftalina. Y los ve uno atiborrándose a pinchos desde el Toloño al Sagartoki, desfilando por la Cuchi y gozando como cochino en charca de las sabrosuras locales.
Y es que nuestro comportamiento resulta de lo más previsible. Los del norte huimos al sur y los sureños añoran el fresquito de las brisas del norte y el verdor que acumulan nuestros paisajes tras el riego perenne de San Prudencio meón. Nuestra actitud parece responder a las leyes de la termodinámica y al viejo aforismo de que todo el mundo añora aquello que no tiene.
Y al fin, cautivos y desarmados cual ejército republicano, regresamos a casa cariacontecidos, sin dinero en el bolsillo y con la convicción de que en tres meses no levantaremos cabeza.
Y nos empollamos el especial San Prudencio de EL CORREO y nos preguntamos si no hubiéramos hecho mejor quedándonos en casa.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Hallan muerta a la mujer que se cayó ebria estando con un bebé de 1 año a su cargo
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.