La prensa alavesa está 'on fire'. Vuelve uno de vacaciones otoñales y casi te da una 'linotipia' leyendo las noticias; te entran ganas de escaparte ... a Benidorm con el Inserso para huir de esa sección de sucesos que nos acongoja cada mañana con truculencias de lo más variopintas.
Hojeas el diario y te topas con la noticia de que un atracador de abuelos es detenido al fin por la policía tras asaltar a personas mayores durante meses, reducirlas en el portal de sus domicilios y hacerse con sus pertenencias por la fuerza.
Fue la falta de dientes, según declararon sus víctimas, la pista que condujo a la policía a la detención del criminal. Además, el coraje de una de ellas, que hizo una foto al delincuente desde el suelo mientras huía, resultó definitiva para la identificación del canalla. Hoy sabemos que en vez de usar el dinero obtenido para ponerse un postizo dental que le hubiera dado un aire menos patibulario, el ladrón se jugaba el botín en las tragaperras, tratando de ahogar en ellas una ludopatía galopante.
Daría la historia para una canción de Sabina, si no fuera porque sus víctimas se han llevado el susto padre, viéndose avasalladas y agredidas por el robador; y tardarán en reponerse del impacto emocional y del terror que vivir un atraco con violencia deja en tu memoria.
Pero para colmo de sobresaltos, leer que los jardineros vitorianos en huelga amenazan con iniciar una huelga de hambre si no se atienden sus exigencias me desató una arritmia de chupa de dómine. Fue leerlo y se me puso un mal cuerpo que para qué les voy a contar. Que a mí más me pareció una excusa para iniciar un ayuno intermitente, tan de moda entre tiktokers, instagramers y demás.
En Bernedo, niños y adolescentes pasaron experiencias bizarras ante la indolencia de las administraciones concernidas
Pero la gota que colmó el vaso de la paciencia de este lector poco avisado fue la del lío de los campamentos nudistas de Montaña Alavesa. Pasé la hoja y me sorprendí con la noticia de que las colonias veraniegas en un udaleku alavés convirtieron la pacífica localidad de Bernedo en una suerte de Sodoma y Gomorra, donde niños y adolescentes pasaron experiencias bizarras ante la indolencia de todas las administraciones concernidas.
Nunca se vivió una ceguera de tal calibre entre quienes debieron tutelar a los menores y les pilló el asunto de vacaciones; cuestión ésta que pone en evidencia la desidia de un sistema que permite dejar a tus hijos en manos de abusadores y de terapias de Paulov.
Hoy, todos los responsables se echan las manos a la cabeza diciendo que hay que hacer algo, aunque nadie parezca saber muy bien qué. Y los más atrevidos insinúan que la administración no puede poner un policía o un inspector en cada campamento veraniego, llamándose a andanas. Que hacen falta bemoles.
Muchos pensamos que las denuncias de abusos en seminarios e instituciones religiosas formaban parte de un pasado remoto y que estábamos vacunados de espanto. Hoy constatamos nuevamente que no hay más que dejar a menores en manos de adultos indocumentados para sobresaltarnos ante el remake cutre de abusos y tropelías. Despotismo de unos monitores, que se sintieron con licencia para convertir un udaleku de menores en una suerte de comuna hippie trasnochada.
Parece que el lento mecanismo de este Titanic que son las administraciones se ha puesto en marcha finalmente. Desconocemos si el rumbo trazado será el adecuado, o el transatlántico se estampará una vez más contra el iceberg de la abulia.
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