Hábitat
La arqueología, es sabido, trabaja la recuperación de las huellas de la vida humana, para conocerla, cuando los grupos humanos no nos han dejado por ... escrito nada que nos permita hacerlo. El arqueólogo trata de conocer la historia grande o pequeña de los habitantes de un territorio, espacio, en una época determinada o tiempo.
Es muy habitual que el arqueólogo trabaje sobre lo que ha quedado de los lugares, en los lugares donde vivían los grupos humanos que estudia para recomponerla a partir de lo que ha encontrado y con los que se irá elaborando la Historia.
Pero su función no termina con la recogida sistemática, científica, de esas huellas. Bien sean los restos de las viviendas o edificios que ha levantado, de los objetos de todo tipo que ha empleado, de lo que ha dejado tras de sí en forma de cadáver o cenizas. El arqueólogo intenta no ya imaginar, saber, cómo vivían las personas de las que recoge lo que han dejado.
Particularmente, me ha interesado siempre intentar saber no ya cómo vivían los antiguos en cuyos restos he hurgado, saber por qué vivían como vivían donde vivían. Es lo que llamo el 'hábitat'. La relación con el espacio de cada grupo 'habitante'.
Entre las múltiples conclusiones, siempre adoptadas en precario, y las más reflexiones que me han llevado a callejones con poca salida hay una creencia que poco a poco he ido consolidando. Los grupos humanos prosperan si llegan a conseguir dominar el espacio natural. Acomodarlo de manera que les resulte útil. Partiendo de una capacidad casi mínima de modificarlo, con herramientas elementales, aunque probablemente siempre con la ayuda del fuego, los grupos se fueron haciendo cada vez más fuertes, más capaces, sobre todo a partir de conseguir dominar las técnicas de domesticación, agricultura, fabricación de cerámica y elementales, aunque cada vez más sofisticados, utensilios de metal.
Cuando encuentro restos de hábitat, me pregunto por qué, quienes fueran, eligieron ese lugar para vivir. Evidentemente porque las condiciones ambientales les favorecían, de acuerdo con sus capacidades. Y me sorprende cómo, cuando esto ocurre, los grupos humanos crecen, a veces de forma tal que al final llegan a desbordar la capacidad del terreno en el que se han asentado y se ven obligados, algunos, a buscar otro nuevo.
Para mis cábalas he utilizado a menudo el ejemplo de lo que ha ocurrido en la zona donde al final surgió la ciudad en la que vivo.
Según el padre José Miguel Barandiarán, hubo gente por la zona en tiempos muy antiguos, pero nunca pensó que asentados. Eso quedaba para las tierras y cuevas hacia el Cantábrico; de ahí que lo de Zubialde despertara tantas dudas desde el principio porque la cueva con pinturas paleolíticas está hacia este lado de los montes y eso la convertía en un 'unicum'.
Las cosas debieron cambiar sustancialmente en el periodo que denominamos Eneolítico-bronce. 4 o 5.000 años a. C., en el que las comunidades son ya algo agricultoras, sedentarias, viven en poblados, usan cerámica, útiles de piedra sílex y algo de cobre primero y más tarde de bronce.
Las zonas llanas entre los Montes de Vitoria y el Zadorra, entre los ríos y regatas que bajaban de estos, las tierras sobre las graveras cuaternarias, debieron representar un ambiente muy favorable, un hábitat inmejorable para el establecimiento de estas comunidades, amplias, organizadas y, en cierta manera prósperas. Tanto como para poder malgastar tiempo y esfuerzos en construir las grandes tumbas de piedra que hoy llamamos dólmenes. Es curioso que los levantaran, se supone que con un gran esfuerzo colectivo, junto a las orillas del Zadorra; 'campo tumular de Eskalmendi'. Me gustaría saber por qué ahí. Sueño con que el Zadorra fuera el gran río madre de todos los cursos de agua que les daban la vida y que morían vivían en él.
Se explica que esta situación, que pudo durar cientos de años, se trasformó con la llegada de gentes que procediendo de otros lugares, muy lejanos tal vez, buscaban un hábitat que se acomodara a su manera de vivir, a sus capacidades técnicas, sociales... Los llanos junto a los ríos no les interesaron y prefirieron instalarse en una de las pequeñas montañas por encima. Ahora la llamamos Olárizu.
Con mucha mayor capacidad que los anteriores, conocedores de la técnica para producir lo que fuera en hierro, atacaron las tierras altas y es de suponer que muy boscosas de la colina y las transformaron en espacios útiles para construir en ellos sus viviendas y organizar también su terrazgo.
Por razones que se les escaparían a ellos mismos, conocemos su filiación tribal, Caristios, y el nombre que daban al lugar en el que vivían, Suestatium. Si lo sabemos es que porque esta gente forma ya parte de la historia. De la historia narrada por otros que también vinieron de lejos pero que, a diferencia, habían convertido en hábitat todo lo que se les había antojado pues sus capacidades así se lo permitían.
He contado toda esta historia persiguiendo un solo objetivo. Recordar, como ya hice hace muchos años, que la vida de Vitoria comienza en las tierras que tiene al Sur y también en Suestatium. Propuse entonces que se tuviera en cuenta, con actuaciones de recuperación patrimonial, vía arqueología pero también de otras. Las noticias y lo que he visto me ha llamado la atención en este sentido. Las máquinas han actuado, bien. Para tratar de aliviar los problemas, que también les afectarían a los viejos habitantes entre ríos, derivados de las crecidas de los riajos del Sur, pero no he advertido, a lo mejor sí la habido, una puesta en valor previa de que con los trabajos podían estar desapareciendo los restos del primero de nuestros hábitat.
Ya sé que no es mi trabajo pero suponer lo es de todos. ¿Es insuponible una reproducción de los fondos de cabaña de los poblados del Bronce, a modo de recuerdo histórico de donde empezamos a vivir, volver a levantar una parte siquiera del poblado indígena de Olárizu./Suestatium, la primera Vitoria?
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