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Estoy sentado ante la página abierta en el ordenador. Ayer mismo comentaba con periodistas de verdad lo duro que tiene que ser ponerse así, delante ... la de la página vacía, y tener que llenarla. A mí, como no soy periodista, no me había pasado nunca.
Yo siempre llego corriendo con la cabeza llena de lo que quiero decir. A veces me acompaño de algo que he escrito en la servilleta del algún bar, para que no se me olvide lo que quiero escribir. Por lo menos la idea. La idea, ¡madre mía! Es terrible tener una idea, aunque sea mala, y que se te olvide. No quiero ni pensarlo.
Llego y me pongo a escribir a toda velocidad. Bueno a poca, porque escribo con dos dedos. Pero es verdad que, normalmente, acelerado. Como si me quisiera quitar de encima el marrón de tener que materializar lo que sea porque, si ya está en mi cabeza, para qué.
Por eso me siento, raro. Lo que no hago nunca, miro por la ventana a ver si se ha movido algo en la iglesia de San Pedro. Llevo 40 años sintiendo que la iglesia de San Pedro me mira cuando escribo. Por eso yo no la miro. Ya sé que me vigila. A mí y a todos. Desde hace más de seiscientos años nos vigila. Pero, yo a lo mío. A sentarme delante del ordenador y a escribir. Menos hoy.
Son las cuatro en punto de la tarde. No las cinco, gracias Federico, no las cuatro y diez, gracias Aute, son las cuatro, sin más. Una hora como cualquier otra.
Aunque depende de para quien. Porque a esa hora quizás, le estarán colgando por el cuello hasta morir a un jugador de fútbol que, si la vida le hubiera llevado por otros derroteros, quizás pudiera estar jugando a esa misma hora un partido de fútbol. Una final del Campeonato Mundial.
Por eso me ha pasado que como no estaba dispuesto a ver ese partido de fútbol, ni quería siquiera escuchar los comentarios enloquecidos de esa panda de esbirros histéricos que llenan las ondas sonoras de estupideces cómplices, me he sentado aquí, cabe San Pedro, a ver si se me ocurría algo.
Para ambientarme le he pedido a mi Alexa de confianza que me pusiera música de cantautores. Ella ya sabe que me encantan. Pero, la muy.... ha ido y me ha elegido Javier Krahe y, ya se pueden imaginar cuál, 'La hoguera'. Así que ahora estoy igual de sentado y en blanco que antes solo que cantando: «pero dejadme, ¡ay!, que yo prefiera, la hoguera, la hoguera, la hoguera...» ¡Qué oportuna ha estado la maquinita!: la hoguera, la hoguera, la hoguera,...
Me río todavía al recordarlo. Cuando se la ponía a los alumnos/as en clase de ética. Para ambientar la reflexión sobre la pena de muerte. Primero, información. No creáis, la pena de muerte ha estado en vigor en nuestros países hasta hace nada. En Francia se abolió en 1981, en Reino Unido en 1999, aunque llevaban unos años sin practicarla. En España se abolió en 1978, con lo de la Constitución actual, en EE UU sigue vigente en tal y tal estado... Y todavía, al día de hoy, la practican en 55 países. Luego un par de preguntas, tipo encuesta. La primera, ¿eres partidario/a de la pena de muerte? Respuesta, mayoría absolutísima, ¡NO! Segunda. Cuando salgamos a mediodía del 'insti', vas a tu casa y te encuentras con que alguien ha violado y ha asesinado a tu madre y a tu hermano/a pequeño/a, ¿qué harías con el culpable? MATARLO!!!!, Unanimidad.
!Claro!, es que de la teoría a la práctica siempre hay un trecho. En la ética también.
Dicen algunos autores, yo ni entro ni salgo, que cada persona nace con una vida pero si le quita la vida a otra, la pierde. Las sociedades con pena de muerte solo ejecutan esta sencilla regla. Hacen que sea realidad. Que el que ha quitado una vida pierda la suya. El debate histórico, según este punto de vista, ha sido cómo quitarle la vida al que ya la ha perdido. Y ahí es donde entra Krahe aplicándole un punto de estética al asunto. Como él mismo dice, la hoguera tiene algo especial que solo tiene la hoguera.
La guillotina estuvo bien como adelanto médico pero hay que reconocer que resultaba absolutamente antiestética. Sobre todo si, en un descuido del verdugo, el cuerpo salía corriendo sin cabeza, como los pollos. La horca tenía el problema de que se condenaba al reo a colgar de la cuerda hasta que muriera pero eso podía retrasarse tanto que, a veces, impedía a los espectadores poder tomar el té de las cinco. Lo del garrote vil resultaba tan bruto tan hispánico que llegó a protagonizar una de nuestras mejores películas. Lo de los americanos es de chiste, malo. No han conseguido un sistema que no les dé problemas de todo tipo.
Pero debe reconocerse que nadie ha sido tan chapucero, tan impresentable como los que andan colgando a la gente de una grúa. Qué cosa más ridícula. Y hasta hay gente que asiste a la cutrez, como si tuviera algo que ver con una revolución o así. Cuando solo tiene que ver con el descerebramiento asesino de unos tipos que para que no se les reconozca se disfrazan todos igual. Turbante, barbas, túnica negra, aspecto de viejo, aunque a lo mejor no lo son. Pero, claro, los cucarachos que vemos en la tele no son los que llevan al reo hasta la grúa. Esos son otros. Muchos. A los que se conoce que les parece bien y colaboran con entusiasmo a la burrez.
Los historiadores tenemos la culpa de, por simplificar, relacionar las dictaduras con personas. Hitler, Franco, Stalin, Putin, el ayatolah no se qué... Pero esto no es justo. A estos jóvenes a los que ya han asesinado en Irán, a este futbolista que lo mismo está ya muerto cuando empiece el partido a las cuatro de la tarde, no los están matando solo sus jueces ni sus verdugos. Los está matando el que el mundo que debería impedirlo no lo impide. Y no lo impide porque, en cierta medida, colabora con que ocurra lo que ocurre. Qué sería de esta mierda de personas si no tuvieran algo que vender a los países que se rasgan las vestiduras mientras asisten al partido.
Yo, de verdad, prefiero no haber sido jugador de Argentina ni de Francia. Así no habría tenido que elegir. Pero si lo fuera, el domingo a las cuatro, no hubiese jugado mientras una persona pueda morir no por haber quitado la vida a otra, simplemente por haber manifestado que le parecía mal que una chica hubiera muerto por algo tan estúpido como llevar el pelo bien o mal tapado. Algo que, por cierto, el Corán deja a la voluntad de la propia mujer.
A las cuatro de la tarde podrías haber hecho cualquier otra cosa, como he hecho yo, aunque sea escribir estas cuatro malas letras. Porque ¿qué sería de todos ellos/as si nadie ve el partido?
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