Banderas y pendones
Se non e vero... ·
No se dan cuenta, ilusos, de que con bandera o sin bandera, si el guiso no tiene chicha no hay nada que hacerNo sé si han sentido alguna vez esa sensación de angustia que te paraliza y apenas te permite respirar con dificultad; como cuando sacas a un pez del agua y lo sujetas en tu mano abierta mirando como boquea fuera de su entorno con carita de bueno, abriendo y cerrando la boca como si tirara besitos. #-Bota pa.
Así me hallaba yo, paralizado y expectante a la vez ante el nuevo espectáculo de producción municipal, como si me hubieran inoculado una toxina de esas que usan en las películas los indios del Amazonas, que untan las flechas con curare para bloquear tu capacidad de respuesta y te dejan cariacontecido, como si estuvieras pensando en algo profundo pero no.
Se preguntarán qué asunto capital era ese que tan encogido me tenía. No se trataba de nada relacionado con la pandemia, ni con la vacunación, ni con el Plan General, ni con el presupuesto social, ni con la participación ciudadana, ni tan siquiera con la Policía o los bomberos o el mismísimo soterramiento. No. Lo que ocupaba el tiempo de un puñado de concejales y concejalas era decidir quién podía echar mano de la bandera de Vitoria para decorar el escenario en las ruedas de prensa, ante la amarga queja de una portavoz municipal por su orfandad banderil.
¿Quién demonios podrá utilizar la bandera de Vitoria? ¿Seguiría haciéndolo el alcalde en exclusiva como decidió hace años Alonso? ¿Podría hacerlo al fin la quejosa concejala Comerón? Finalmente hubo fumata blanca en el Consistorio. Y vinieron en decidir que en el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz cualquier grupo municipal podrá usar como atrezo la bandera de la ciudad en sus comparecencias de prensa, reservada hasta la fecha para uso exclusivo del señor alcalde.
Como ya habrán intuido, nos hallamos ante un nuevo episodio del remake de Narciso Ibáñez Serrador 'Historias municipales para no dormir'. Permítanme ponerles en antecedentes. Resulta que en el siglo pasado allá por 1999 -finiquitada la era Cuerda- el Servicio de Protocolo de nuestra muy noble y muy leal ciudad decidió encargar la confección de una bandera de Vitoria -rico el tejido, dorado el hilo- con la que decorar la sala de prensa del Ayuntamiento en cada ocasión en que el alcalde compareciera ante los medios de comunicación.
El primer alcalde que estrenó la costumbre fue don Alfonso Alonso Aranegui. Se trataba de un edil realmente joven, alto y delgado; y al parecer los expertos del protocolo contratados a aquel efecto, pensaron que aquel pendón vitoriano ayudaría a llenar mejor el espacio escénico en las ruedas de prensa.
Todo el mundo coligió -especialmente los periodistas usufructuarios de la sala de prensa- que cada vez que los probos funcionarios del servicio de protocolo instalaban con suma diligencia y exquisita pulcritud la enseña sobre la tarima, no era otro sino el mismísimo alcalde quien se aprestaba a comparecer. Como cuando en las corridas de toros suenan los clarines y timbales y sabes que cambian el tercio y salen los banderilleros o la caballería a zaherir el lomo del astado. O como cuando en las películas que ponen en la tele en Semana Santa asoman unos julais con pelucón por las almenas de la fortaleza con unas trompetas infinitas, más largas aún que las bubucelas, para anunciar la llegada del rey, del emperador, del faraón o de quien corta el bacalao. Pues lo mismo.
Lo que pasa es que en el Ayuntamiento, a falta de trompeteros en nómina, decidieron que la bandera siempre antecedería la arribada del primer edil. Hay bandera, ergo habla el alcalde. Este era el silogismo. Si no hay bandera, habla el teniente o cualquier otro 'pelao'.
Y así fueron pasando los años, y el siglo cambió también, hasta que veintidós años después, una joven portavoz del mismo partido del alcalde que forjó aquella costumbre, harta ya de estar harta de comparecer sin bandera, montó en cólera. Que no es un caballo, sino un estado de ánimo ya habitual. Y dijo que ya estaba bien. Que una cosa es que esta costumbre se mantuviera mientras el alcalde fuera de su partido, pero que ahora había que suprimirla. Máxime cuando ella se había comprado una bandera a tal efecto.
Y si bien en Francia se fueron en cuadrilla y tomaron la Bastilla, aquí se reunió la Junta de Portavoces a analizar la cuestión. Podían haber recurrido a una comisión de estudio o a una ponencia, pero había que tratar de calmar las airadas protestas de la portavoz desbanderada. Y en un afán de aquí paz y después gloria, vinieron en decidir que a partir de este momento todo pichi-pata podría utilizar la bandera como parte del decorado. Que viene a ser un tipo de democracia participativa, pero en el uso de banderas. Y todos y toda tan contentos y contenta, oiga. Que ahora con mascarilla da menos cosa hacer el ridículo.
No se dan cuenta, ilusos, que con bandera y sin bandera, por mucha guarnición con la que adornes el guiso, si no hay chicha no hay nada que hacer. Es como cuando pides albóndigas y te ponen un plato abarrotado de patatas fritas y lechuga. Y allí, como desperdigadas, sestean tres pelotas de talla 'small', escasas de carne y de fundamento. Vamos, que pagas las patatas a precio de albondiguillas.
Ya metidos en estas cuitas de tanto peso específico y singular fundamento, podíamos aprovechar para profundizar en este nicho de creatividad banderiza que ahora se abre ante nosotros. Y me pregunto por qué ha de ser siempre la enseña vitoriana la que ocupe el escenario y no cualquier otra más del gusto del orador, en función del tema que vaya a abordarse en sala de prensa. Y que los periodistas hagan una porra a ver si son capaces de adivinar la cuestión que se abordará en la rueda de prensa en función de la bandera con la que comparezca cada edil. Y que si sale el concejal de Hacienda con una bandera pirata tras de sí, el par de tibias y la calavera anticipen la subida del Impuesto de Bienes Inmuebles. O cuando un grupo municipal va a proponer cambiar de ubicación la pista de hielo navideña, pues sales con la bandera de Noruega a tu espalda. Y así sucesivamente. Y es que ya ven que la vexilología - que así denominan a la disciplina que se dedica al estudio de las banderas- da para una ponencia, dado el afán y la predisposición de tanto concejal metido a vexilólogo. Que el servicio de protocolo lleva camino de convertirse en el servicio de protozoo.
Aunque en esto, como en tantas ocasiones, siempre echaremos de menos a José Ángel Cuerda, que preguntado por un ministro en una ocasión sobre dónde indicaba el protocolo que debía ubicarse para la foto, el alcalde, con aquel gesto de que aquello no iba con él tan característico, respondió con absoluta naturalidad mientras arqueaba las cejas:
-¿El protocolo, amigo mío? El protocolo está donde estoy yo.