Una peseta, un ladrillo para San José
Todos los vecinos se volcaron en la recaudación de los cinco millones que costó la iglesia y la convirtieron en su centro social
El aluvión de inmigrantes que supuso la industrialización, llenó el barrio de San José. Se construyeron los 'pabellones' y un colegio a toda prisa para ... atender a toda esa gente que luchaba por labrarse un porvenir. Juntos construyeron el barrio y hoy ese sentimiento de pertenencia sigue muy arraigado. También juntos, construyeron la iglesia. «Se hizo de todo para recaudar fondos. Se decía entonces que una peseta, era un ladrillo», apunta el párroco, Samuel López, en el cincuenta aniversario de la construcción del edificio.
Luisa Camino recuerda que «había muchos niños en el barrio y era complicado llevarles a misa y a catequesis hasta Santa María». Así que el obispo, Francisco Peralta, emitió un decreto para erigir la nueva iglesia «considerando la gran distancia al templo parroquial, homogeneidad de personas y problemas de los habitantes del barrio de San José, excesivo número de feligreses de la Parroquia de Santa María a cuyo bien espiritual no se puede atender adecuadamente mediante Coadjutores», argumentó.
El barrio creció al calor de la inmigración industrial y mantiene un sentimiento de pertenencia
Inmigración
«La gente del barrio se volcó. Se recogió vidrio y cartón que traían los comercios para vender», recuerda Josune Tamayo, hija de Ignacio. «Cortasa hacía unas cigüeñas con las piñas y viveros Argatxa, donó cientos de pinos de Navidad para recaudar fondos», añade Beatiz Aramendi, que a sus 88 años, solo tiene palabras de agradecimiento para todo el barrio y para la parroquia de Santa María «que se portó como una madre». De hecho, la colecta dominical se dedicó durante mucho tiempo a financiar la obra que costó cinco millones de pesetas, unos 830.000 euros. Y volvió a solidarizarse cuando San José Obrero pidió ayuda unos años más tarde para arreglar la mitad de su enorme tejado, que tenía goteras.
«Después de terminar la obra, debíamos todavía dos millones de pesetas, pero no había fondos, así que el párroco, Ángel Isasi pidió mil pesetas a cada familia del barrio. Todo el mundo aportó. Algunos a plazos, pero todos colaboraron», recuerda Aramendi.
Centro social
La iglesia ha funcionado siempre como centro social. El bar se alquila cada lustro y se abre al público. «Abajo hay un salón. Durante años íbamos los chavales. Había fubolines y un billar. Te daban un refresco y unas gominolas y allí pasábamos las tardes», recuerda Tamayo. El sentimiento de barrio se palpó desde las primeras comuniones del día de la inauguración, el 1 de mayo de 1971. Ella participó en aquella ceremonia en la que «una modista nos hizo hábitos blancos a todos, que se usaron durante años». «Todavía tenemos algunos guardados» apunta Luisa Camino.
De allí surgió «un grupo de teatro, que hasta hace poco ha representado el belén viviente y un coro que creó Félix Núñez», el cura que llegó tras la inauguración para sustituir a Eusebio López, que puso en marcha el proyecto y se encargó de la obra. «Hemos tenido párrocos estupendos», recuerda Camino. La actividad de la parroquia agrupa aún a un número importante de personas, algunas de edad avanzada, comprometidas desde hace medio siglo en la limpieza «que siempre se ha hecho gratis».
Todavía hoy, a pesar de la pandemia, el 1 de mayo sigue siendo un día grande en el barrio y sólo esperan que vuelva la normalidad para seguir compartiendo la vida como siempre.
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