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Es complicado dejar sin palabras al chef Martín Berasategi. «¿Dónde habéis estado?», logró pronunciar cuando degustó la sal de Añana en 2009. Había probado aquellas ... procedentes de la otra punta del mundo, pero no el 'oro blanco' que se produce a 130 kilómetros de su 'casa' en Lasarte. Desde entonces forma parte de sus recetas, como pasa con Andoni Luis Adúriz, Eneko Atxa, Bittor Arginzoniz, Diego Guerrero, Edorta Lamo, Francis Paniego o el Celler de Can Roca. Semejante constelación de estrellas Michelin hubiese resultado increíble hace apenas 25 años, cuando se inició el plan de recuperación del Valle Salado.
Hasta entonces, esa sal que ahora se aprecia tanto se usaba en invierno para evitar la congelación de las carreteras y los niños usaban los chuzos que se generan debajo de las eras -un elemento altamente apreciado por la gran cocina en la actualidad- como tizas para dibujar garabatos en el suelo. «El producto se había devaluado tanto que muchas familias del pueblo habían abandonado las eras y éstas habían empezado a derrumbarse», explica Valen Angulo, uno de los impulsores de la asociación Gatzaga, que agrupa a todos los propietarios del Valle. No tuvo suerte cuando llamó a la puerta de los departamentos de Agricultura, Minas, Turismo y Comercio, pero sí cuando finalmente acudió al servicio de Patrimonio de la Diputación.
7.500 años ha permanecido sin cesar la producción de sal en Añana. Ni siquiera se paró en sus peores momentos en el siglo XX por una competencia feroz entre los productores del mismo Valle.
Punto de inflexión. El diagnóstico y la medicina. Juan Ignacio Lasagabaster y Agustín Azkarate impulsaron desde las instituciones el plan para recuperar el Valle que los salineros de Gatzaga reclamaban desde hacía años.
2.000 eras de cristalización se han recuperado en el último cuarto de siglo. Sobre todo por la candidatura de la Unesco.
Allí se encontró a Juan Ignacio Lasagabaster, que ejercía como jefe. «En esa época viajaba cada semana en un 'dos caballos' con el aparejador Jesús Rioyo a Valdegovía para trabajar en la Torre de los Varona y se me caía el alma a los pies cuando veía cómo se estaban cayendo las eras», recuerda. El doctor en Historia y Catedrático de Arqueología Agustín Azkarate viajaba a bordo de un Dyane 6 para estudiar las cuevas rupestres de Treviño cuando descubrió lo que entonces quedaba del Valle Salado. «Se habían convertido en una especie de muñón de aquello que llegó a ser. Era una estructura que estaba en absoluta ruina y que hubiera sido abandonada ante los ojos de cualquier persona que mirase la rentabilidad con criterios economicistas», desarrolla.
La naturaleza había recuperado terreno ante unas salinas que forman parte de Añana desde el Neolítico, es decir, hace 7.500 años. Pero lejos de ser el paisaje blanco que ahora luce en las vistas panorámicas de la Vuelta a España o las pruebas de exteriores de 'Máster Chef', su color era una especie de «marrón oscuro casi negro». La gente lo había abandonado y los jóvenes se habían desplazado a Vitoria dejando a un lado la producción de sal. «Yo siempre digo que el deterioro del Valle llega a medida que Fagor empezó a crecer. ¿Por qué? Los frigoríficos estaban presente en todas las casas y ya no se necesitaba dejar los productos en salazón», comenta Valen Angulo.
Siguiendo el ejemplo que tanto éxito empezaba a cosechar la Catedral de Santa María, Lasagabaster y Azkarate decidieron impulsar un plan director en 2000. «Este documento es una especie de diagnóstico que localiza el problema, la 'medicación' que se debe recetar, la posología y cuánto vale el tratamiento», cuenta. Ahí detectaron cómo el empleo de cemento desde el siglo XIX contribuyó a que las eras se hundieran de forma masiva.
Valen Angulo, Juan Ignacio Lasagabaster y Agustín Azkarate reconocen que al principio pocos creían en el potencial del Valle Salado y más cuando se anunció que se necesitaba una inversión de 5.000 millones de pesetas (es decir, 30 millones de euros). Este cuarto de siglo y su continua transformación han servido para que Añana logre «un prestigio y un renombre importante» como producto y también como proyecto de recuperación de este entorno natural.
En estos 25 años se han recuperado más de 2.000 eras de cristalización y el Valle se ha convertido en el motor económico, social y cultural de la Cuadrilla de Añana. «Desde el inicio del proyecto se vio con claridad que la producción de sal iba a ser insuficiente para la sostenibilidad del Valle Salado y que habría que complementarla con nuevas actividades que garantizasen su futuro. La clave estuvo en el desarrollo de una política de 'puertas abiertas' para que la sociedad pudiera conocer las labores y producción», defiende Azkarate. Desde entonces se ha superado el millón de visitantes procedentes de 56 países.
Y es que la producción de sal no ha cesado en sus 7.500 años. Ni siquiera en sus peores momentos, a principios del siglo XX, cuando la mejora de las vías de transporte derivó en una «competencia feroz» incluso entre los propios productores del Valle, que crearon distintas marcas. «En los años sesenta llegó a haber 5.648 eras porque se competía por la cantidad, por lo que se construyeron encima de pozos y el río. Eso fue un desastre. A finales de los noventa apenas había 300 en uso. Siempre ha habido un mínimo de tres familias que se ha dedicado a la elaboración. Eso nos convierte en las salinas en activo más antiguas del mundo», subraya Alberto Plata, doctor en Arqueología e Historia y responsable de Cultura y Comunicación de la Fundación desde su propia creación.
Gracias al impulso de la candidatura a patrimonio mundial de la Unesco se recuperaron 1.521 eras y actualmente están en torno a las 2.000. «Eso es lo más visible, pero tan importante como ellas son la recuperación del resto de infraestructuras de producción salinera, como los pozos, los almacenes para guardar la sal, los terrazos del interior del Valle y los trabuquetes para elevar la salmuera», explica.
Entre gerentes, personal administrativo, guías y, sobre todo, productores, en las salinas trabajan ahora alrededor de cincuenta personas. «Aquí se pasó de tener 700 vecinos y nueve bares a mediados del pasado siglo a ver cómo los jóvenes se marchaban en masa hacia Vitoria, hasta el punto de que no había ningún negocio hostelero. Con el resurgir del Valle, ahora contamos con tres restaurantes y el mismo número de agroturismos, además de otros dos bares más», comenta Juan Carlos Medina, alcalde de Añana.
A diferencia de otros ayuntamientos de similar tamaño, ese tránsito continuo de visitantes ha hecho que se proceda a las mejoras en los accesos viales, el parking y la muralla, aunque también con el proyecto para construir una variante para sacar 800 coches diarios del casco urbano del núcleo urbano y sólo permitir la entrada de 200, entre lugareños y turistas.
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