La Navarra y la Araba vaciadas
Para que ambos territorios sean ejemplos de equilibrio y sociedades con vida en sus pueblos hay que asumir que Pamplona y Vitoria deben dejar de crecer
Aitor Uriarte Bautista
Es técnico superior de Medio Ambiente en el Servicio de Patrimonio Natural de la Diputación de Bizkaia y presidente de la Asociación Cultural Museo Minero de Gallarta
Martes, 4 de marzo 2025, 00:21
En aquel pueblo que visitépegué tres gritos al aire, el eco me respondió, será que no había nadie.
Recorro con desazón docenas de hermosos pueblos ... de Navarra y Araba. Su osamenta, perfectamente conservada, casi intacta, permite con facilidad revivir con la imaginación escenas pasadas. Los juegos de los niños en las calles y sus gritos y carreras; el mercadeo en las plazas; el trasiego de animales, vehículos y gentes que sería recuperable, acaso, si se dieran las circunstancias precisas. Pero actualmente esos pueblos ya no existen, ya no se percibe el aliento de la vida de las gentes en esos tristes y apagados espacios que, no hace tanto tiempo, rebosaron de ánimos e ilusiones, de esperanzas y pasiones. Su existencia física, sin embargo, la de las estructuras óseas de esos pueblos, sus calles y sus viviendas, permite soñar y, quizás, mantener una esperanza que cada año que pasa, languidece más y más.
El autor
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Aitor Uriarte Bautista Es técnico superior de Medio Ambiente en el Servicio de Patrimonio Natural de la Diputación de Bizkaia y presidente de la Asociación Cultural Museo Minero de Gallarta
Muy cerca de los resecos huesos de los pueblos casi abandonados, el obsceno crecimiento de la ciudad y su cada vez más patente obesidad, casi mórbida en el caso de Vitoria. ¿Es que nadie va a decir de forma alta y clara que si hay una Navarra vaciada, si hay una Araba vaciada, es porque hay una Navarra y una Araba llenadas?
Poco puede hacer un ayuntamiento pequeño para evitar que un municipio se quede vacío. Los incrementos o reducciones de impuestos en función de empadronamientos son imprescindibles, pero difícilmente tienen utilidad práctica si no se compaginan con la exigencia de uso real de las viviendas. Las mejoras de transporte público serán condición necesaria, pero absolutamente insuficiente para sacar de la UCI a unos pueblos, los de la montaña por ejemplo, que precisan herramientas mucho más contundentes.
Las escuelas de concentración sacaron a los niños de los pueblos. Se llevaron con ellos el futuro, primero, y a sus familias después. No sé si existió una alternativa educativa en aquel momento y buscarla ahora parece ya un ejercicio inútil, pues ni tan siquiera niños hay.
Se precisan armas mucho más pesadas que las que portan los ayuntamientos para revertir un proceso que se antoja imparable. Y difícilmente se puede evitar la sangría de los últimos habitantes de muchos pueblos ofreciendo acondicionar centros sociales para sociedades ya inexistentes.
¿El turismo rural? Complemento necesario, pero que también escapará (y escapa ya), porque a pocos les gusta hacer turismo en 'sociedades rurales' donde el espacio existirá, pero la sociedad que alimentó y creó lo 'rural' ya no.
¿Dónde está la ordenación del territorio? ¿Puede alguien afirmar que una ciudad que crece sin parar, aspirando los recursos humanos y la energía vital del resto del territorio, dejando pueblos y comarcas enteras vacías, responde a un proceso sano?
Navarra podría ser el más maravilloso ejemplo vivo de un territorio social y económicamente equilibrado pero, en lugar de ello, ha renunciado a una adecuada ordenación del territorio que permita la vida en los pueblos. No vale refugiarse en el 'es lo que la gente quiere', las tendencias de la población a agruparse en las costas y en los lugares donde se concentran los recursos de todo tipo es patente y se produce a nivel mundial, pero puede y debe regularse y ordenarse. Navarra podría ser también un ejemplo de cómo hacerlo. No es necesario, Sr. Asirón, construir más viviendas en Iruña, ni tampoco urbanizar más suelo industrial en los municipios de la cuenca. Las distancias en Navarra permitirían vivir en los pueblos y trabajar en sus entornos cercanos, si la ciudad dejara de fagocitar recursos de todo tipo y se distribuyeran por las comarcas y pueblos de Navarra. Pero hay que parar ya. La ciudad debe parar de crecer. Hay que buscar esa sostenibilidad de la que todos hablan y que es incompatible con un crecimiento ilimitado de suelo urbanizado, de habitantes, de consumo de energía y de … todo.
Porque da igual lo que piensen y pidan los vecinos de los pueblos a sus alcaldes. Deben entenderlo, ni los alcaldes de Navarra y de Araba, ni sus municipios, tienen armas suficientes para luchar contra la despoblación. Y deben dejar de suplicar por unos recursos que no salvarán sus pueblos y comarcas. Deben dejar de suplicar, para empezar a exigir una ordenación del territorio que permita la existencia de los pueblos. Deben exigir que se detenga el crecimiento de las ciudades, en especial de Iruña y Gasteiz.
La ciudad debe acudir al rescate de los pueblos, aunque sea por propio egoísmo. ¿Es que creen los vecinos de Gasteiz o Iruña que su vida será mejor y más fácil por construir 10, 20 o 30.000 viviendas más, sociales o no? A la vista está que no es así y quien diga lo contrario miente. Para que Navarra y Araba sean finalmente ejemplos de equilibrio y sociedades con vida en sus pueblos, deben asumir que deben dejar de crecer. Debemos ser capaces de poner límites al crecimiento de las ciudades y, para ello, los Parlamentos deben legislar en ese sentido (no veo a ningún partido del espectro político que lo proponga) y los Gobiernos (Sra. Chivite y Sr. Pradales) de Pamplona y Gasteiz, deben aplicar una ordenación del territorio donde el equilibrio poblacional prevalezca. Sólo en este caso, si limitamos el crecimiento de las ciudades, podrán servir para luchar contra la despoblación las otras armas tan frecuentemente esgrimidas de las que hemos hablado antes.
Iruña no necesita crecer de forma ilimitada para recordarnos a todos lo que ya sabemos, que es una capital, y Gasteiz no va a ser una ciudad más amable y atractiva por dejar sin población al resto de su territorio histórico.
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