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«Aguantaremos lo que nos dure el disfraz»
El centro y el Casco Viejo desenmascaran la primera gran celebración desde el inicio de la pandemia
Jipis, indios, pitufos, superhéroes, roqueros… Probar un nuevo papel después de tanto tiempo con media cara tapada no ha sido complicado para los vitorianos. El ... disfraz en realidad es tan solo una excusa para reunirse con amigos y familiares, para poner en suspenso las preocupaciones y permitirse un poco de locura, aunque solo sea por creerse al personaje. Vitoria lo comprobaba este sábado, cuando se volvió a vestir de llamativos colores en Carnaval tras un año anterior gris, sin desfiles, y mucho más gris. «Estamos contentos y animados. Ya era hora de poder celebrar en condiciones normales», contaba la familia 'pirata' Murguía pasadas las ocho y media de la tarde en una terraza. El ánimo festivo, la sensación de fin de la pandemia y vuelta a las resacas se notaba en las riadas de vecinos de la capital alavesa que subían por la cuesta de San Francisco, cerca de su mesa. «Parece que ahora hay otras preocupaciones que no son la pandemia».
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Aunque el disfraz no era lo más importante. «Nos lo hemos hecho hoy mismo, hace un rato», decían Esti y Bea, disfrazadas de buceadoras mientras apuraban una caña y hacían cola para pedir otra. Bucear y sumergirse entre copas era uno de esos planes sospechosos que no tardaban en desvelarse. «No hay una hora para volver. Lo que dure el disfraz, nos dejan nuestros padres y Urkullu», bromeaban en torno al fin de la emergencia sanitaria del pasado 14 de febrero. Y es que la celebración se parecía muchísimo a la que habíamos imaginado el pasado febrero cuando apenas unos pocos salieron luciendo el disfraz en una ciudad más gris que ahora.
Poco bicho verde
«Había más ganas si cabe», comentaban Ane e Idoia, veinteañeras con un elegante abrigo y sombrero mientras. Ambas portaban un cartel con las demandas del movimiento sufragista, un original guiño feminista que llamaba la atención por su originalidad. «Vamos a tomar algo», esa era la respuesta más repetida en un sábado en el que las ganas de pasar página de la pandemia se reflejaba en los pocos disfraces con esa temática. Los trajes de protección especial o las telas recreando al bicho verde se encontraban en minoría absoluta.
Janire Robles, de pitufa junto a su cuadrilla, caracterizados como jipis y conejos, contaba que más que acudir a una discoteca la idea era pasar horas en la calle. «No tenemos hora para llegar a casa, pero porque ya somos mayores», apuntaba una amiga. En su caso, habían aprovechado la tarde para reunirse.
El año pasado las comparsas asumieron que no era momento de bailar. Y en esta ocasión las ganas aplazadas se notaron en la tarde-noche con algunas vías del Casco Viejo abarrotadas. Con más multitud en torno a los bares que durante el recorrido del desfile.
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