«Los agricultores no envenenamos a la gente, la alimentamos»
El uso de fitosanitarios, cada vez más restringido, genera enormes suspicacias fuera del mundo agrario. «Hay un gran desconocimiento, pero si no tratas un hongo, puedes acabar con el 40% de tu cosecha»
Todavía queda para que la tierra quede abrigada por un manto de mies dorada, dispuesta para la cosecha. El campo es una sucesión de frondosos ... tonos verdes, de todos los verdes, incluso en una misma finca, como en una cartaPantone. Los trigos y las cebadas, ya altas, ya vigorosas aunque todavía tiernas, se mecen estos días con la brisa hasta crear un oleaje hipnótico. A la vista, el campo se antoja ahora, en este junio de nubes, claros y borrascazos, tórrido y fresco a ratos, como un inmenso mar de interior que, en lugar de medirse en millas náuticas, se abarca en hectáreas. Y la función del agricultor pasa por hacer todo lo posible para que su cosecha, su todavía promesa de cosecha, no naufrague. Frente a una tempestad, frente a una granizada, como la que esta semana ha destruido tantas hectáreas de cereal y viñedo en Rioja Alavesa, el labriego se siente impotente. Ante la roya y el rincosporium y ese pulgón verde tan voraz, su salvavidas
Las cebadas que Javier Ortiz de Orruño, el agricultor al que EL CORREO sigue durante todo un año de trabajo, sembró el pasado diciembre ya despuntan con las espigas formadas, con el grano de leche. La finca, en Arangiz, es de un verde lustroso. Las suyas parecen plantas sanas, lozanas. Sin embargo, al apartar unos tallos, el ojo clínico de Javier no tarda en percatarse de que, en la cara interna de las hojas han aparecido unas manchas parduzcas, una especie de eccema de forma elíptica. Para el diagnóstico, Javier no precisa de ninguna punción, de ninguna biopsia. «Es rincosporium», concluye, una de las enfermedades más comunes de la cebada en esta época del año. No es grave, pero si no se trata a tiempo, puede suponer una merma en la cosecha de hasta un 40%. Toca aplicar el tratamiento.
«Hay que estar continuamente encima del cultivo, es una época del año en el que los hongos, las plagas te pueden arruinar todo el trabajo del año: esto es como cualquier enfermedad, hay que tratarla», insiste el agricultor mientras prepara el remedio para atajar la enfermedad que amenaza con acabar con su cereal. Igual que las enfermeras cargan las jeringas con la dosis precisa de la vacuna estos días, Javier dosifica el tratamiento, el Priaxor, en una gran cuba que 'inyectará' en la tierra con un pulverizador, adosado en un carro y enganchado al tractor.
Surco a surco, Javier deja una bruma espesa a su paso, de un olor penetrante. Sabe perfectamente que la imagen puede resultar polémica porque el de los cuidados, el de los fitosanitarios es el asunto más espinoso al que se enfrenta la agricultura. «Es que a los agricultores se nos ha tachado de envenenadores y eso sí que no, nosotros no hacemos eso, nosotros nos dedicamos a alimentar, no a envenenar –defiende, muy molesto, el agircultor–, lo que pasa es que hay mucho desconocimiento, la gente no entiende lo que se hace en el campo y para qué se hace».
Las cebadas de Javier han quedado 'vacunadas' y en pocos días sanarán. Pero la vigilancia en el resto de sus cien hectáreas de cultivo es constante. Pronto empieza a detectar también pulgón verde en las remolachas, unos 'bichitos' minúsculos capaces de devorar el cogollo de la planta, en unos días y que se manifiesta en la cara sombría de las hojas. «Si no estás vigilante, se te apodera», lamenta el labriego, que tendrá que aplicar piretrina al cultivo. También el Ridomil para los hongos que atacan a la patata.
«Álava es una de las provincias más restrictivas en el uso de fitosanitarios», asegura un especialista
Cada producto se aplica a unas concentraciones bajas, con dosis muy controladas, «nada que ver a lo que se hacía antes en el campo, nuestros padres no aplicaban los tratamientos como se hace ahora», reconoce el labriego. «Ocurre lo mismo con los nitratos, cuyo uso cada vez está más y más restringido por Europa», explica el agricultor. En efecto, la PAC, la Política Agraria Común, prevé una disminución drástica de estos compuestos, cuyo uso en la agricultura extensiva está íntimamente ligado con la contaminación de acuíferos.
Con todo, cada producto que se usa en el campo alavés está perfectamente parametrizado, todo sigue unos férreos controles específicos y las autoridades realizan inspecciones continuas. «Álava es una de las provincias más restrictivas en cuanto al uso de estos tratamientos, cada vez hay menos productos cuyo uso está permitido», sostiene Eder Landa, técnico especialista de la cooperativa de cereal Garlan. «Y todo tiene que quedar registrado en el cuaderno de campo que tenemos que llevar los propios agricultores y presentar cuando se nos hace una inspección que son cada vez más frecuentes», apostilla Javier .
–Pero, si sois los propios agricultores los que os dedicáis a llevar el control en ese cuaderno, ¿no resulta demasiado fácil falsear los datos? Al final es como hacerse trampas al solitario...
– No, no lo es. Las cantidades que yo registro, las que digo que echo en el campo tienen que coincidir con las facturas de todos los fitosanitarios que he comprado, no puede haber una diferencia entre lo que yo digo que he utilizado y lo que he comprado. No hay 'trampa' posible.
Entre tanto, el calendario agrícola avanza inexorable. Queda ahora esperar a la cosecha de las cebadas, en julio. Pero Javier no se queda de brazos cruzados viendo sus plantas crecer. Hasta la recogida cuidará de cada brizna y la curará, siempre con el ojo puesto en esos pedriscos endemoniadas que a él, de momento, no le han afectado. «Nadie sabe la rabia que da perder el trabajo de todo un año por media hora de granizada».
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