«Hay que vivir el último paseíllo»
Cientos de familias disfrutan de los bailes de blusas y neskas en su desfile de despedida hasta las próximas fiestas
Daniel González
Miércoles, 10 de agosto 2016, 01:24
Rodeada de sus nietos, Nati Santiago cogía sitio en la calle Dato para no perderse el desfile de las cuadrillas. «He visto muchísimos paseíllos, ... y no han cambiado. Los blusas siguen animándose, saltando Con la misma alegría, porque los jóvenes son jóvenes», recordaba. El mensaje para sus nietos era claro. «Que vayan aprendiendo la tradición, lo que es esto», explicó, imaginándolos en unos años dentro de las cuadrillas. «Sería un orgullo, tienen que estar ahí». Por eso, en la familia son fieles a este desfile. «Y hay que vivir el último paseíllo, es la despedida y no va a haber más en mucho tiempo», avisó.
Poco a poco, las familias vitorianas se asentaron en la primera fila, dispuestas a disfrutar de los últimos bailes de blusas y neskas. Y a las cinco de la tarde el eco de un potente petardazo movilizó a las cuadrillas. La camioneta de Txolintxo asomó tímidamente, aún sin música, mientras la tropa se preparaba para darlo todo. A pesar de que tocaba despedirse de su público, la fiesta estalló como en días anteriores. Brazos en alto, saltos al son de las txarangas y brindis con los colegas. Nadie quiso dejar de divertirse mientras la música contagiaba el ritmo a los txikis. No estaban dispuestos a aceptar, aún no, que las fiestas se acababan, y por eso apuraban al máximo el último paseíllo de ida.
Sin rastro de harina
La alegría que desplegaron se tornó en una marcha silenciosa a la vuelta, el gesto acordado por la Comisión de Blusas y Neskas para condenar la agresión sexista sufrida ayer a la mañana por una joven de 21 años en la zona de San Martín. Pero en el de ida tocaba darlo todo. Entre abrazos y palmas, las cuadrillas cumplieron con el ritual sin que ninguna regresase a la vieja costumbre de lanzar harina. El conocido como día del guarro y su temida lluvia blanca siguió guardado un año más en el cajón.
Al contrario, lo que repartieron a destajo fue las codiciadas pegatinas que los más jóvenes coleccionan de cada cuadrilla. Algunas niñas extendieron su pañuelo en el suelo para que los mozos las fueran depositando allí, y tampoco faltaron los caramelos ni los globos de regalo. Los txikis de Bereziak portaban enormes katxis llenos de dulces, con cara sonriente y una consigna clara. «¡¡A repartir!!». Y quien reparte, claro está, se lleva la mejor parte. Los mayores, por el contrario, daban cuenta de las reservas líquidas para alargar un poco más la fiesta.
Pasarela blusa
Era el momento de exhibir los peluches de mono colgados del cuello, pintarse los últimos bigotes de gato o mostrar, orgullosos, las gafas de sol y sombreros adquiridos estos días. Completaban el desfile de modelos algunos de los que, tras un día de farra, despertaron rubios, o incluso con la melena multicolor. Hasta alguna marca de pintalabios se veía en las mejillas de los blusas, justificando la alegría y los saltos de sus portadores. Y cada furgoneta tuneada abría paso al jolgorio a través de una calle Dato atestada de incondicionales del paseíllo.
El eco de los tambores de fiesta también trajo espontáneos, como el caso de unos padres que acercaron a su hijita a la txaranga para que bailase. Con la excusa, ellos también se marcaron unos pasos, dispuestos a no olvidar los viejos tiempos. Y al paso de Jatorrak los espectadores pudieron comprobar uno de los secretos mejor guardados de la cuadrilla: los dispensadores de bebida escondidos en la carrocería lateral de su furgoneta verde, en el que se agolpaban sus integrantes para birlar algo de combustible. ¿Qué los de la barra no dan abasto? ¡Pues a por estos curiosos aspersores!
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