El traslado de la estación liquida una decena de bares y comercios
Los negocios supervivientes del Anglo cifran en un 40% la pérdida de clientes, que corresponde a viajeros de pueblos cercanos
Nerea Pérez de Nanclares
Viernes, 20 de mayo 2016, 22:49
El Anglo ha acusado la falta de viajeros en sus calles desde que, en marzo del año pasado, se cerrara la estación de autobuses de ... Los Herrán. No es de extrañar en un barrio que nació y creció rodeado de pasajeros. Primero, los del tren Vasco-Navarro. A ellos se sumaron luego los de la estación de autobuses de la calle Francia y, cuando ésta fue demolida, han llenado sus calles, bares y tiendas durante veintiún años los usuarios de la terminal provisional. «Con su traslado, han matado al barrio», sentencia Josu Rubio, vendedor de la ONCE.
Rubio es un damnificado más que ha presenciado desde su puesto de venta, en la esquina de Los Herrán y Arana, cómo se han clausurado más de una decena de bares y comercios en este tiempo. Él mismo ha tenido que cambiar de plaza y marcharse al centro. «Por la tarde me acerco por aquí para no fallar a los cuatro clientes fieles que me quedan en la zona. Pero cuando estaba la estación, estas calles por las mañanas eran un hervidero de gente. Ahora, se han quedado sin vida», lamenta. Y no se refiere sólo a las arterias que bordean la antigua terminal, sino que dibuja su radio de influencia en un área que abarca desde la calle Francia y la plaza San Antón hasta la de Logroño.
Nada más esfumarse el ajetreo de viajeros, fueron cayendo persianas. Primero la de los bares Bus, Los Alpes, el Paralelo, Marea, Iru y la Parrilla Argentina. Después, les tocó el turno al Donosti y La Dehesa. Algunos de ellos han vuelto a llenar sus barras de pintxos. Unos con más éxito que otros. Desde hace sólo unos días, el Paralelo -tras un año clausurado- y el Itzala tienen nuevos dueños, igual que el Marea. «Tenemos que acostumbrarnos a vivir de la gente del barrio. Nosotros no vamos a ver las oleadas de clientes de las que hablan otros», afirma el actual propietario de este último local de la calle Arana.
«A ver cuánto duramos»
Los comercios tampoco se libran de los efectos de la fuga de viajeros hacia Lakua. «El que no cierra, sobrevive como puede. Ha sido un año muy duro. A ver cuánto duramos», lamenta Nuria Martínez de Lizarduy, de Aperitivos Martín Martín, que recuerda que «teníamos clientes que venían de los pueblos cada semana y hacían la compra en el barrio. Pero no han vuelto a aparecer. Las mañanas eran muy movidas», evoca.
Las tiendas achacan a la desaparición de la terminal la pérdida de hasta el 40% de sus clientes. Se trataba de viajeros procedentes en su mayoría de localidades de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa que «venían a Vitoria con la agenda del día repleta. Muchos aprovechaban el jueves para ir al mercado, al médico, hacer compras y pasar por la peluquería», recuerda Rebeca Huidobro, una de las dos propietarias de Confecciones Kinka, un negocio que abrió hace 42 años y hoy anuncia su cese.
«Antes, con la crisis, habían bajado las ventas, pero redujimos los pedidos y así tirábamos. Pero este invierno ha sido horroroso. Sabíamos que la desaparición de la estación nos iba a costar el negocio», afirma Rebeca Huidobro al tiempo que repasa la lista de negocios que han desaparecido. No hay que ir muy lejos, a escasos metros de su tienda, empieza la cuenta con una frutería. «La zona se ha quedado desolada, a los que cerraron como consecuencia de la crisis nos sumamos ahora los que hemos sufrido la marcha de la estación», concluye. Y es que la calle está salpicada de lonjas donde cuelgan carteles de se vende o se alquila hace tiempo.
Comerciantes y hosteleros, sin embargo, consideran que ellos no son los únicos perjudicados por el traslado de la estación. «También la gente de los pueblos, porque en Lakua no hay tanto comercio como en el centro», afirma Luis tras el mostrador de la carnicería Mari. Sus palabras las comparte Josefina, desde su peluquería Cabellos, a donde se acerca todavía algún cliente de la zona rural. «Están negros con este cambio», asegura.
Muchos vecinos coinciden con los comerciantes en que el barrio «se ha quedado muy triste. Nos han puesto unos columpios, que están bien, pero no traen gente», afirma Lourdes Sánchez. Pero no todos son lamentos, entre los residentes también hay quien piensa que la zona ha ganado en tranquilidad. «Se vive mejor ahora, con menos atascos, menos tráfico y menos ruido», afirma Ana Bengoa.
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