¿Problemas de autoestima? No eres tan poca cosa como crees
El problema radica, muchas veces, en que nos comparamos con quien no debemos
Juan creció a la sombra de sus hermanos mayores. Ellos eran «los guapos»; Juan, que a ojos de los demás era un joven atractivo, se ... quedó, sin embargo, con la etiqueta de «el gracioso». «Esa comparación constante caló hasta hacerle creer que no era atractivo en absoluto, atribuyendo únicamente a su sentido del humor el hecho de que alguien mostrara interés por él». Cuenta la anécdota Javier García Ruiz, psicólogo y autor de 'Kit de emergencia para reparar tu autoestima' (Vergara).
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¿Qué le pasaba a Juan para que se 'enfadara' con el espejo, para que creyera que solo una gracieta podría hacer volver las miradas hacia él? Que se comparó con quien no debía. «Sus dos hermanos no son una buena muestra porque es un grupo muy pequeño. Sería más lógico compararse con todos los chicos de su edad de su entorno», sugiere el experto. Así, no solo se reconciliaría con el espejo, tendría también una visión de sí mismo más real que la distorsionada con la que cargó siempre.
«Es imposible no compararnos. Porque que seamos altos, guapos, inteligentes... tiene un valor y una definición porque nos comparamos con otros. Yo vivo en Sevilla y te puedo decir que hace calor porque, en comparación con el resto de ciudades españolas, hoy aquí hay más temperatura.Pero si lo comparara con Dubai tendría que decir que en Sevilla está incluso fresco».
Y pasa eso, que miramos a Dubai en lugar de a Toledo, viene a decir el experto. Lo explica en su consulta recurriendo a la pizarra. Traza una suerte de 'U' invertida, una montaña que asciende para luego descender: la campana de Gauss, una representación gráfica de cualquier característica. La gráfica se estrecha en los extremos pero engorda en la zona central porque ahí estamos casi todos: ni muy guapos ni muy feos, ni muy listos ni lo contrario, ni mucho calor ni mucho frío... en la media, que se extiende «hasta el 68% de la población». El problema, señala el psicólogo, es que no nos comparamos con el gentío de esa media, sino con los cuatro que se sitúan a los extremos de la gráfica.
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Recurre Javier al ejemplo:«La mayoría de las mujeres de España tienen una altura de entre 1,56 y 1,68. Pero si una chica mide 1,75 y va a Países Bajos, donde la media de estatura femenina es más alta que en España, podría pensar que no es tan alta. Igual que si viaja a Filipinas, donde las mujeres son más bajitas, le parecerá que es altísima. Pero ni una cosa ni la otra es real. «Lo que tiene sentido es compararse con las mujeres de España, que es el grupo al que pertenece, lo que podrían considerarse sus iguales».
El guay de la guitarra
Aunque nos empeñamos en lo contrario. «En el colegio nos fijamos en el que más corre, en el que mejores notas saca... Siempre estamos atendiendo a lo que nos deja en mal lugar». No digamos ya si nos metemos en redes sociales, «donde todos son los más listos, los más guapos, los que más ligan...». Que antes también había de esos, pero no tenían un altavoz para presumir. «Si yo con 15 años tocaba la guitarra y era el único de mi clase que lo hacía, era el guay. Pero hoy ves en las redes a cantidad de chavales e incluso niños que tocan la guitarra y hasta son unos virtuosos. Entonces lo tuyo ya no parece tan valioso». Y eso, advierte, «va minando la autoestima».
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– ¿Por qué el físico tiene tanta importancia en la construcción de la autoestima?
– Porque se percibe de manera inmediata y te coloca automáticamente mejor o peor en la escala social, especialmente en la adolescencia. La autoestima se construye también en función de a qué le dé importancia nuestro entorno, y le hemos dado mucha importancia a la apariencia. Pero en un colegio de élite al que acuden alumnos que desde niños han oído que van a ser unos pedazos de políticos o de abogados, el físico no tendrá tanto peso como las notas. De modo que el que saque la segunda mejor nota igual se siente insatisfecho porque hay otro compañero que lo ha hecho mejor.
Así que no, no eres tan poca cosa como crees. Basta mirar en el espejo adecuado: no solo en el amigo que saca dieces o mete tres goles por partido, también en los otros, que a veces suspenden y se van del partido de vacío.
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Laura, la chica de lasmanos anchas y lasfaltas de ortografía
Laura tenía 30 años cuando llegó a la consulta de Javier García. Profesora de conservatorio y con dos carreras, se mantenía en forma, colaboraba con dos ONGs y vivía en pareja. ¿De dónde nacía aquella ansiedad y aquella baja autoestima? A petición del terapeuta, Laura había escrito aspectos negativos de ella misma y juntos los repasaron y los sometieron al 'examen de la media'. En el aspecto físico, Laura lamentaba no ser más alta, pero su 1,63 la situaba en el percentil 57, es decir, que entre cien iguales ella era más alta que 56 y más baja que 43, por encima de la media. Descubrió también que esas «manos anchas» que la acomplejaban en realidad no eran tan anchas. Javier le pidió que las comparara con las de diez amigas: solo tres las tenían más estrechas que ella, dos las tenían más grandes y las cinco restantes, similares. En otros aspectos, Laura se afeaba que tenía faltas de ortografía, pero un test online la sacó de su error. También creía que era poco lectora, pero los diez libros al año la colocaban en un lugar que desconocía: leía más que el 80% de los españoles. Cuando Javier le pidió destacar algo positivo, no mencionó su B2 de inglés porque, según ella, «tampoco es mucho», pero lo es: solo entre el 15% y el 20% de los jóvenes tiene ese nivel.
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