Josemi Benítez
Tiempo de historias

Muerto por comilona tras un entierro

El fallecimiento en 1806 de un hombre «oprimido por el exceso» en un funeral en Lumo llevó al Corregimiento a recordar la prohibición de estos banquetes

Domingo, 26 de octubre 2025, 01:18

En abril de 1806 Bizkaia atravesaba una situación política tensa. El Corregimiento —siendo Matías Herrero Prieto el corregidor y Tiburcio García Gallardo su teniente— tenía ... como principales preocupaciones la reconstrucción del orden institucional y la pacificación política tras la crisis de la Zamacolada (1804–1805), una insurrección urbana en Bilbao que había enfrentado a los partidarios del orden tradicional foral y a sectores reformistas.

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Pero el Corregimiento también tuvo que hacerse cargo de un problema relacionado con la vida cotidiana y las tradiciones de los vizcaínos a partir de un suceso llamativo y trágico: la muerte de un paisano a consecuencia de los excesos de comida y bebida que cometió en un banquete celebrado después de un funeral.

El auto dictado en Gernika el 14 de abril de 1806 por Tiburcio García, «abogado de los Reales Consejos y Theniente general por su Majestad, Dios le guarde», resume lo sucedido: «El día primero del corriente mes, en la Ante Yglesia de Luno, se juntaron diferentes personas, de uno y otro sexo, a la celebración del Entierro de José de Madariaga, vecino de ella, y de la escandalosa función de comida y bebida que se dio a los concurrentes, resultó haverse hallado a Domingo de Zarrabeitia, de la misma vecindad, muerto, en el camino para su casa, sin que hubiese podido llegar a ella, oprimido del exceso que cometió».

Esta muerte por tragantona era, a juicio del teniente del corregidor, una muestra extrema de los perjuicios que acarreaba la tradición vasca de completar las honras fúnebres con un banquete organizado por los familiares del difunto en su casa. Era un festín en el que participaban familiares, amigos y vecinos, que aportaban comida, bebida o dinero para los gastos. En muchos lugares estas aportaciones de los concurrentes se hacían públicas, por lo que era común el tratar de destacar en generosidad.

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En su auto, García decía que «esta inhumana costumbre combierte los actos más sagrados de la Religión en otros de torpeza, de necia vanidad, y de menos precio de las santas ceremonias». Además, «es destructora de la salud, empobrece conocidamente a las familias y es el origen de infinitos e irreparables males».

El auto recordaba que estas comidas habían sido prohibidas varias veces. El problema, añadía el teniente del corregidor, era que «toda providencia contra este abuso será infructuosa si el ejemplo de las personas principales, como uno de los más eficaces remedios, no procura anticiparse a dar la regla desterrando de sus enlutadas casas semejantes festines en unas circunstancias en que la pérdida de una persona amada exija dirigir al Dios piadosos y tiernos ruegos, en alibio del difunto». Es decir, la comida de entierro no solo era costumbre popular, sino que se daba también en las familias de autoridades y notables, con la aquiescencia del clero, además.

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Penas impuestas

«Es pues de esperar de las personas de carácter y poder coadyuven con su ejemplo e instrucción a onrrar a los muertos y a conserbar a los vivos», añadía el auto. Pero si «de este modo no se lograse un fin tan deseado, y fuese necesario recurrir en caso de contrabención a la ejecución de las penas impuestas por anteriores determinaciones, se procederá con todo rigor contra los autores de estos combites, a quienes se les hace responsables de todos los daños que resulten, encargándose mui particularmete a los alcaldes del fuero y fieles regidores de las Ante yglesias, ebiten con su vigilancia la introducción y consumo de vino y comestibles, para que así se destierren de una vez unos abusos tan perjudiciales».

Memoria popular

Aunque las comidas de entierro ya no se celebraban, los Grupos Etniker recogieron hasta los 90 testimonios sobre esta práctica, muchos negativos. Así, «en Amorebieta-Etxano se guarda memoria de los desmanes que se producían por causa del alcohol», y en Zeberio se recordaba que «los comensales estaban más pendientes de las viandas que de la memoria del difunto». En 'Ritos funerarios en Vasconia', tercer volumen del 'Atlas etnográfico de Vasconia' editado por Etniker en 1995, se dice que «hoy en día las comidas de entierro han caído en desuso. Las razones que aducen los informantes son coincidentes en toda el área en cuestada. Por una parte, la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II durante los años sesenta hizo que los funerales se desplazaran a la tarde. Por otra, la generalización de los medios de transporte privados facilita los desplazamientos y permite a los asistentes al funeral el regreso a sus domicilios en espacios de tiempo cortos».

Entre esas «anteriores prevenciones» destaca la cédula real del 8 de abril de 1778 enviada por Carlos III a las autoridades de Bizkaia, que dictaba la prohibición de estas comidas festivo-fúnebres para «evitar los perjuicios que dichos abusos causan en el bien estar de los naturales de el Señorío». Perjuicios entre los que se encontraba la ruina: para pagar esas comidas «más de una vez han buscado dinero prestado, se han deshecho de alguna alhaja, ò vendido partida de trigo ò maíz que han tenido para su preciso alimento, redundando de aquí un gravísimo perjuicio à sus casas y familias, por los días de trabajo que pierden, gastos que ocasionan, y empeños que contraen».

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Por tanto, proseguía la carta real, «prohibimos las comidas que se hacen en ese Señorío de Vizcaya, y sus Encartaciones, con motivo de Mortuorios y Honras por los Difuntos,por ser estos gastos superfluos, y atraer a la ruina de las familias; è imponemos à los parientes, y herederos, ò amigos de los Difuntos, que sean seculares y contravengan à esta providencia la pena de cinquenta ducados, y à las Justicias del Pueblo, si verificaren la contravención, y no lo castigaren, la de cien ducados».

Todas las prohibiciones fueron inútiles. Según refleja el 'Atlas etnográfico de Vasconia', una extensa investigación etnográfica publicada por los Grupos Etniker, estas comidas de entierro siguieron celebrándose en el País Vasco hasta que empezaron a caer en desuso a mediados del siglo XX.

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