La fábrica pionera de La Bilbaína Miravallesa
La cuestión de la hojalata era candente a finales del siglo XIX: pocos productos suscitaron tantos análisis cuando aún no se fabricaban en España
La producción de hojalata, cuyo consumo estaba en auge a finales del XIX por la extensión de las conservas, era particularmente compleja. En lo fundamental, ... se desarrollaba en Gran Bretaña. En España hubo varios proyectos para introducir esta especialidad, técnicamente sofisticada. En Bizkaia destacó un intento que tuvo lugar en Miraballes.
El punto de partida era la fábrica de hierros San Bartolomé, sita en Miraballes, formada en 1878 por la casa Señores Olaechea y Compañía. Esta sociedad había tenido antes la de Kastrexana, que abandonó para invertir en Miraballes, por su mayor abundancia de madera. Construyó un alto horno de carbón vegetal y hornos de pudelaje para fabricar hierro dulce logrando hierros de alta calidad.
Utilizaba el mineral de los cotos de Ollargan, que se estaban poniendo en explotación. Estaba bien comunicado, a través del ferrocarril del Norte, con las minas y con el mercado.
Al parecer, tropezó con dificultades en sus primeros años. La fábrica hubo de cerrar en 1880, si bien fue adquirida por Antonio Ruiz de Velasco y Leiva, para trabajar como fábrica de hierro de San Bartolomé. Olaechea y compañía seguían formando parte de la empresa. El ingeniero Ruiz de Velasco aportaba capitales y algún conocimiento técnico.
En tal coyuntura, dos ingleses que vivían en Bilbao se interesaron por la fábrica para un proyecto de hojalata. Preveían comprarla y, después, su «mejoramiento y extensión», la construcción de una fábrica de hoja de lata y otra de productos químicos. No sabemos el nombre de los promotores. Sí que eran «dos extranjeros residentes en Bilbao», ingleses, de los que sabemos que uno era ingeniero. Plantearon su proyecto en 1882, antes del despegue de las siderurgias de la margen izquierda. Promovieron una empresa a la que llamaron «La Bilbaína Miravallesa» y para la que pensaron en un capital alto, de 2,5 millones de pesetas.
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Los promotores aseguraban que la hojalata podía ser un espléndido negocio. No se producía en España y por la aduana de Bilbao entraban grandes cantidades (en 1882, 1.333 toneladas), que pagaban 800 reales/t. Según sus cálculos, devengaría más del 10% anual de la inversión en acciones. El proyecto apelaba a la función social de la fábrica, que daría trabajo a obreros de ambos sexos. Su memoria advertía que tal rentabilidad no llegaría inmediatamente, por la dificultad de la producción, que obligaba a traer oficiales extranjeros para formar especialistas locales. A juicio de sus promotores, la fábrica de San Bartolomé reunía excelentes condiciones para la fabricación de hojalata: abundancia de agua dulce, producción en alto horno al carbón vegetal, buena situación para producir los ácidos, en una comarca donde abundaba la madera para carbón vegetal y un ferrocarril inmediato, al que se accedía mediante un ramal de 300 metros.
Un proyecto a lo grande
La nueva empresa se montaría con dos hornos Siemens Martin que producían acero dúctil, la materia que por entonces se usaba para la hojalata. Era una empresa concebida en grande. Preveía obtener hojalata por un volumen superior al que se importaba por el puerto de Bilbao. Lo destinaría al consumo local y al del norte de España y parte del interior de España.
La fábrica de productos químicos tendría dos objetivos: conseguir los ácidos necesarios para producir hojalata y abaratar el carbón, extrayendo de la madera todos los productos secundarios sin utilidad en el horno y con gran valor mercantil: «se espera que el carbón que así se obtenga costará poco más del importe de los jornales que se emplean».
Tales análisis eran poco creíbles. Por esa razón o por su inconsistencia financiera, la iniciativa no logró respaldo económico. Los promotores pidieron a Sres. Olaechea y Cía. la suscripción de 250.000 ptas., como arranque de la emisión de capitales. Los fabricantes de Miraballes aseguraron que el negocio tenía buenas expectativas, pero no realizaron tal inversión «por razones personales y por miramiento a la delicadeza social». Después, los ingleses desistieron: se habían comprometido a comprar las instalaciones de San Bartolomé con fecha 31 de diciembre, pero no consiguieron los capitales necesarios. Seguramente no tenían grandes recursos ni experiencia en la dirección empresarial; y carecían de arraigo en Bilbao, lo que, como demostrarían otras experiencias, resultaba imprescindible para movilizar capitales. Hubo otro intento de reflotar el proyecto. Lo protagonizó directamente la casa Sres. Olaechea y Compañía, completando en 1884 las evaluaciones de 1882.
Había comenzado a producirse hojalata en España. No era propiamente fabricación sino estañería, pues se importaban la chapa de hierro extranjero y los productos químicos, limitándose la tarea local a estañar. Así pues, la cuestión de la hojalata era candente: pocos productos suscitaron tantos análisis cuando aún no se fabricaban en España. Sin embargo, tendían a ser cálculos sobre su potencialidad mercantil, sin tener en cuenta que la fabricación de hojalata era difícil sin un desarrollo global de la siderometalurgia.
La casa Sres. Olaechea proponía transformar su fábrica y dedicarla a la producción de hojalata, que consideraba viable técnica y comercialmente con las mismas bases pensadas en 1882, pese al fracaso de los ingleses. Encontraba dos dificultades:
Causas «mecánicas». Eran las razones inmediatas de fracasos anteriores, por disponer de elementos inadecuados o pobres. Resultaba imprescindible contar con capitales suficientes y elegir bien – con «cierto tacto»- al facultativo o ingeniero, imprescindibles para tener «buen personal» y maquinaria perfeccionada.
Causas «naturales». Resultaba difícil obtener una hojalata de buena calidad y color. Se requería un hierro excelente y «buena agua dulce» para tratar el estañado con los ácidos químicos. Olaechea alegaba que el establecimiento de Miraballes reunía ambas condiciones. Su alto horno al carbón vegetal estaba dando un lingote superior. ¿El agua dulce? Ya lo habían comprobado los ingleses, que además habían apreciado las ventajas de contar con un ferrocarril aledaño.
Según sus promotores, dos circunstancias apoyaban las excelencias del proyecto hojalatero en Miraballes. Primero, la abundancia de madera y carbones; podían contar con los arbolados que iban de Bilbao a Zeberio y Arratia, y de ahí, por Ubide y Gorbea, a Baranbio, Izarra, Orduña, Arrankudiaga… En segundo lugar, el agua dulce: los ingleses habían analizado a plena satisfacción el agua del Nervión, «que pasa por nuestro establecimiento», pero además estaba el «riachuelo de Zeberio», del que tenían un depósito subterráneo, cuya agua, analizada en 1878, resultaba excelente, «como la atmosférica o de lluvia». La habían entubado hasta la fábrica.
Un fracaso sin explicaciones
Sres. Olaechea y Compañía promovían una sociedad anónima, La Fabril Vizcaína. Su capital sería de 2,5 millones de pesetas, un volumen alto. Los promotores aportaban 500.000 de pesetas, no con desembolsos sino en instalaciones, que quedaban evaluadas en tal cantidad -se hacía constar que los ingleses las habían valorado en 600.000 pesetas-. El resto se ofrecían al público. Se había augurado que la hojalata podía devengar un 20 ó un 30% de beneficios. Estos empresarios, más realistas, no sugerían tan excepcional rentabilidad, pero sí escrituraban que las acciones recibirían al menos un 5% «habiendo utilidades», fórmula de compromiso escaso pero que podía sugerir un negocio sólido.
La compañía no llegó a buen puerto: la sociedad anónima no se registró. No nos han llegado explicaciones del fracaso, pero sin duda pesó el carácter especulativo d el proyecto, basado en el carbón vegetal, sin que haberse iniciado la transformación de la fábrica. También influiría la de momento nula experiencia del mercado bursátil bilbaíno en inversiones de este tipo. Además, sus promotores no contaban con el prestigio de los grandes capitalistas de la plaza. Al final, la producción de hojalata llegó a Vizcaya en la fábrica La Iberia.
Años después las instalaciones de Miraballes pasaron a ser propiedad de la Vasco-Belga, una empresa en la que participaban capitalistas tan prestigiosos como Víctor Chávarri o Ramón de la Sota. Lograron, al carbón vegetal, algunos productos importantes para la construcción de puentes, calderas o material ferroviario. Por ejemplo, el cargadero de Castro Urdiales, al término del ferrocarril de Traslaviña, fue construido por esta empresa, de la que salieron otros cargaderos -los de Saltacaballos, en Cantabria, y Agua Amarga (Almería). Con el tiempo, a partir de 1912, se dedicaría a la producción de material ferroviario, tales como vagones o vagonetas..
A la altura de 1895 la prensa especializada hacía constar una característica de la empresa Sres. Olaechea y Cía., que entendería como singular, aunque verosímilmente se daría en otras fábricas similares: su mano de obra la componían braceros que trabajaban el campo en las inmediaciones de la empresa y que acudían a esta cuando había tarea.
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