El crimen de 'La Bestia Humana' en Miribilla
Florentino Merino, un cestero cántabro, protagonizó uno de los sucesos más brutales de la crónica negra del Bilbao de principios del siglo XX
A Florentino Merino, la prensa bilbaína le colgó el sobrenombre de 'La Bestia Humana', pero en realidad su apodo habitual tenía un tono muy ... distinto: le decían 'Gordito'. El salto de un apelativo a otro fue cosa de una noche, la del 15 de diciembre de 1917, cuando Florentino protagonizó uno de los actos más brutales de la crónica criminal del Bilbao de principios del siglo XX. El joven cántabro, de unos 25 años y cestero de oficio, mató a cuchilladas a dos mujeres e hirió a una tercera, en un episodio de violencia desatada que ya había tenido varios antecedentes y que, años después, se prolongaría con un inesperado epílogo fuera de Bizkaia.
Los hechos ocurrieron en el establecimiento hostelero que Carmen Monterrubio, una burgalesa de Pancorbo de unos 45 años, regentaba en la calle de Miravilla, la actual Miribilla. «No pasa día sin que en este barrio famoso, donde toda licencia y todo vicio tienen su asiento, ocurra un suceso sangriento y escandaloso», criticaba por aquel entonces la prensa, que solía clamar por una limpieza a fondo de este conflictivo reino de «la navaja, el vino y sus aliados». 'El Pueblo Vasco' se refería al local de Carmen como 'taberna'. En 'El Noticiero Bilbaíno' precisaban un poco más, al llamarlo 'casa de mal vivir'. Y en 'El Fígaro' madrileño se dejaban de rodeos pudorosos y lo describían como 'casa de lenocinio'.
A eso de las nueve menos cuarto de la noche de aquel sábado, Florentino sacó una navaja albaceteña que había comprado días antes, irrumpió en la cocina y arremetió contra Consuelo Peláez, 'la Asturiana', una gijonesa de 22 años que trabajaba en el establecimiento. Florentino y Consuelo se habían conocido seis años antes y mantenían una relación complicada y abusiva, en la que –según sostendría el fiscal en el juicio– él «la explotaba».
Sobre el desarrollo de los acontecimientos previos al ataque, circularon varias versiones distintas y fragmentarias. Algunos testigos explicaron que Florentino había pasado un buen rato en la taberna, entonando cantares ofensivos para Consuelo, aunque no acabaron de ponerse de acuerdo sobre si estaba borracho o no. El propio criminal aseguró que, desde el bar, pudo escuchar cómo la chica se mofaba de él. Y Petra Zárate, la lavandera de la taberna, apuntó que Consuelo le había dicho a Florentino, al verlo aparecer en la cocina, que no quería vivir más con él.
Directo a la yugular
El caso es que –con la navaja en la izquierda, porque era zurdo–, asestó un par de cuchilladas a la joven, que se puso a gritar en demanda de auxilio. Carmen, la propietaria del local, se acercó para retener a Florentino, pero este le seccionó la yugular de un rápido tajo. Después el agresor se abalanzó sobre la lavandera Petra, a la que apuñaló en la espalda. Como nadie más se aventuraba a plantarle cara, pudo concentrarse de nuevo en la novia a la que chuleaba, desplomada en el suelo de la cocina: «Dando muestras de un ensañamiento repugnante, volvió al lugar donde se revolcaba su primera víctima y prosiguió apuñalándola con una fiereza salvaje», relataba 'El Pueblo Vasco'. Le asestó diecinueve navajazos. Según los testigos, la sujetaba con las piernas y gritaba: «¡No te rías, pellejo, que no vales para nada! ¡Tú no te burlarás de mí!».
Acudió una pareja de guardias de Seguridad, los agentes Ángel Sánchez y Sinforoso Beloqui, y Florentino también arremetió contra ellos, pero el primero logró reducirlo con unos cuantos cintarazos de su sable. El agresor, con heridas de poca importancia en una mano, fue atado por los funcionarios y trasladado a la misma casa de socorro que las tres víctimas. Carmen, a la que llevaron en brazos su hermano y dos huéspedes, llegó muerta. Consuelo mantenía un hilo de vida, pero falleció antes de medianoche. Petra, por último, fue atendida de unas lesiones que no le dejaron secuelas.
En determinado momento, según recogía 'El Pueblo Vasco', Florentino se dirigió a un cirujano que salía del quirófano, para saber si Carmen y Consuelo estaban muertas. «Al contestar el señor López Chico afirmativamente, Florentino manifestó que se alegraba, pues su venganza estaba satisfecha». En el juicio, celebrado en mayo de 1919, el jurado declaró culpable a 'Gordito', al cabo de una hora de deliberación, y el tribunal le condenó a diecinueve años y once meses de cárcel.
Antecedentes «poco favorables»
Al día siguiente del crimen, la prensa publicó que tanto Florentino (natural de Bustillo del Monte y residente en la Plaza de los tres Pilares) como las dos mujeres a las que asesinó contaban con antecedentes «poco favorables». Ciertamente, ninguno de los tres era un debutante en las páginas de sucesos. Carmen había sido detenida por insultar a unos guardias y se había visto involucrada en varias reyertas, algunas de ellas de cierta gravedad: en marzo de 1912, un soldado del regimiento de Garellano, cliente de su establecimiento, la pinchó con un machete; seis meses después, una tal Bienvenida Laiglesia le asestó cinco navajazos en el brazo derecho.
Además, su taberna (uno de esos «antros donde el alcohol y otras pasiones aún más bajas son satisfechas», en expresión de un periodista) era escenario habitual de episodios violentos en los que salían a relucir a menudo las navajas: en 1915, hirieron en el costado a un albañil cuando trataba de poner paz entre otros parroquianos. También Consuelo había aparecido en los diarios al menos tres veces, como participante en riñas y víctima de agresiones: un individuo, por ejemplo, le produjo una lesión en la muñeca al obligarla a bailar. Puede ser que tuviese un historial más abultado bajo otras identidades, ya que en el juicio quedó claro que su nombre real no era Consuelo, sino Matilde.
Pero los antecedentes de Florentino eran los verdaderamente inquietantes, porque en ellos ya había mostrado querencia por las armas blancas y por dirigirlas contra la cara o el cuello de sus víctimas. Su agresión más grave databa de octubre de 1915, también en un burdel de Miravilla: allí atacó con una navaja cabritera a la joven Rosa Callejo (que sufrió una herida de doce centímetros en la garganta) y a su acompañante, Modesto Benito (al que pinchó en la mejilla). En otras ocasiones, Florentino había sido detenido por abofetear a una mujer y por pelearse con otro sujeto en una taberna de la calle de la Fuente (incorporada actualmente a Conde Mirasol), donde llegaron a quebrar el mármol de una mesa.
Crimen en Cantabria
Pese a la pena de casi veinte años por doble homicidio, Florentino Merino ya estaba en la calle para 1930. Había regresado a su tierra y se dedicaba a asediar a una prima suya, Marcelina Fernández, que rechazaba sus avances: era mayor para ella y «bastante aficionado a la bebida», según recogió el 'Diario Montañés', además de «haber sufrido condena en Bilbao». El domingo 9 de noviembre de aquel año, Florentino se presentó en casa de su prima, en Candenosa, el pueblo situado a mayor altitud de toda Cantabria: la localidad, a 1.150 metros sobre el nivel del mar, ha quedado actualmente deshabitada.
Cuando Marcelina se reafirmó rotundamente en su negativa, Florentino sacó la navaja y se la hincó a la joven en el vientre, con tal furia que la hoja del arma se dobló. Acudió a socorrer a la herida uno de sus hermanos, Desiderio, al que Florentino amenazó de muerte. En vista de esa actitud, un tercer hermano, Julián, se hizo con una palanqueta metálica que había tras la puerta y golpeó en la cabeza a su indeseable pariente, que logró escapar del lugar pero no llegó muy lejos. Murió en un campo cercano, fiel hasta el final a aquel tremendo sobrenombre que le había impuesto la prensa bilbaína.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión