Directo Más de 2 kilómetros de retenciones en Santo Domingo por la avería de un coche
Josemi Benítez

Un cadáver en la isla bilbaína de San Cristóbal

La aparición del cuerpo de un minero en este enclave de la ría se consideró un misterio, pero solo era el resultado de la enésima bronca de bar

Domingo, 19 de octubre 2025, 01:08

El Bilbao de finales del siglo XIX y principios del XX no andaba precisamente escaso de delincuencia, pero de vez en cuando un suceso prendía con especial fuerza en la imaginación de los periodistas, que se apresuraban a adornarlo con un titular sugerente: «El crimen misterioso». Todos los años se producía algún homicidio que merecía esa consideración, aunque lo cierto es que pocos de ellos podían mantener con justicia la etiqueta al cabo de unos días de investigación: lo misterioso solía degenerar rápidamente en trivial, en vulgar, en una muestra más de violencia de género o de cerril bronca tabernaria. La muerte de Julián Santa María se encuadraba en este último grupo, el de las pendencias potenciadas por el alcohol, pero inició su andadura en las noticias como 'crimen misterioso', y seguramente eso se debió simplemente al lugar inusual donde apareció su cadáver.

Publicidad

La isla de San Cristóbal estaba a la altura de La Peña, justo en ese tramo donde el río se vuelve ría. Era un trozo de tierra pequeño y atípico, porque había acabado totalmente cubierto por construcciones industriales: allí se inauguró en 1886 la sala de máquinas para elevar el agua hasta el depósito de Miraflores y abastecer a Bilbao, una instalación reconocible por sus dos emblemáticas chimeneas, y además se alzaban en el lugar varios almacenes y un taller. La isla –islote, más bien– estaba comunicada con ambas márgenes por medio de pasarelas y permaneció ahí hasta finales de los años 80 del siglo XX, cuando la modificación del cauce del Nervión para evitar nuevas inundaciones provocó su desaparición.

A la una de la madrugada del viernes 17 de mayo de 1895, el fogonero de la sala de máquinas, Faustino Sopelana, terminó su turno y salió para marcharse a casa. Se topó con el cadáver de un hombre joven, con apariencia de obrero: era un lugar tan poco lógico para hallar un muerto que los primeros rumores que circularon por Bilbao hablaban de un ahogado al que había arrastrado la corriente, pero resultó que el cuerpo presentaba una puñalada en el vientre y otras dos en la espalda. En las inmediaciones se localizó una navaja de grandes dimensiones. El crimen misterioso estaba servido.

Quizá por esa condición enigmática de lo ocurrido, la Policía optó por aplicar la vieja técnica de la pesca de arrastre: los investigadores detuvieron rápidamente a dos docenas de sospechosos, cuya relación con lo ocurrido era, en la mayoría de los casos, inexistente. El fallecido, Julián Santa María, de 28 años, era un empleado de la mina del Morro, natural de Amurrio y residente en una casa de huéspedes de Ollerías Altas. Los encargados de las pesquisas consiguieron reproducir algunos de sus últimos movimientos: tras cobrar la paga de la primera quincena del mes, Julián dedicó la tarde del jueves a saldar deudas pendientes y hacer algunas compras. Por ejemplo, en una cantina de Urazurrutia adquirió pan, tocino, habas, bebida y media libra de tabaco, además de tomarse unos cuantos vasos de vino, y quedó en regresar más tarde para recoger las mercancías, pero ya no lo vieron más por allí.

Casa de lenocinio

Al cuarto día de investigación, la Policía arrestó en Santurtzi a Anselmo Urioste y toda la intriga se desvaneció de un plumazo. Según publicó 'El Noticiero Bilbaíno', Anselmo había pasado la noche del jueves «en una casa de lenocinio de los barrios altos» y despues se desplazó con los amigos a la zona de Ollerías, más concretamente a la taberna de «un tal Aizpizu», donde se encontraron con Julián y su cuadrilla. Los dos grupos ya habían protagonizado un violento altercado semanas antes, en abril, cuando el detenido estaba celebrando su santo en un bar. Se comentó también que Anselmo llevaba algún tiempo inquieto porque le habían avisado de que alguien que le quería mal tenía intención de «limpiarle la ropa». El caso es que, cuando la mala suerte los volvió a reunir, se reprodujo el enfrentamiento con fiereza renovada. Anselmo asestó un pinchazo en un glúteo a uno de sus adversarios, Antonio Izagorri, y después se desafió con Julián y los dos hombres marcharon juntos hacia el paseo de los Caños.

Publicidad

Anselmo, a quien 'El Noticiero' describió como «un joven de 28 años, fornido y tuerto», fue más rápido que su oponente en el empleo del arma blanca. Así relató los hechos el fiscal: «Sin que diera lugar a su rival para hacer uso de la navaja que llevaba, con el mencionado puñal le infirió una herida en el vientre. Al pronunciar el Julián un '¡ay!', volvió a recibir (...) otro golpe de puñal que le produjo la muerte instantánea». El acusado negó que él hubiese tenido nada que ver con el traslado del cuerpo a la isla de San Cristóbal y achacó esa acción a «los otros», sin que quedase muy claro si se refería a sus amigos o a los de su víctima. En el juicio, celebrado en abril de 1896, fue condenado a catorce años y ocho meses de cárcel.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad