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Celedonio Macías. IGNACIO PÉREZ

«Vine por mi mujer y, cuando murió, me quedé aquí. No quise volver a nuestra casa»

Superviviente de ocho meses de hospital en la guerra civil, la buena salud le ha acompañado

Viernes, 15 de diciembre 2017, 23:53

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«Me llamo Celedonio Macías Martín Mateo Garrido Santiago», dice de corrido despejando cualquier duda sobre su memoria. A sus «102 años y medio», la conserva sin mácula, a corto y a largo plazo. «Mis dos hijos vienen a la mañana y vamos juntos a tomar un café calle arriba. Están ya jubilados. Uno nació en 1937 y el otro en 1942». Durante toda la conservación este antiguo empleado de banca señalará milimétricamente las hojas del calendario sin pretensiones, con una humildad entrañable, sólo por precisión.

Llegó a la residencia Conde Aresti, en el barrio de Zabala, hace diez años. «Vine aquí por mi mujer. Siempre hemos vivido en un quinto piso de Torre Madariaga y ella enfermó. Sólo pudimos estar juntos aquí tres semanas, y falleció a los 92 años. Yo me quedé. No quería volver a casa». Muchos recuerdos y «77 escaleras» eran demasiado.

Celedonio Macías

  • Residencia Conde Aresti. Celedonio Macías (102 años) Viudo. Dos hijos, siete nietos y 12 bisnietos, «más alguno en camino». Siempre toma el café de la mañana con sus hijos, ya jubilados. Hasta hace cuatro años subía al monte.

Durante décadas fueron juntos a San Mamés. «Ella sería de las primeras socias de Gol Sur. A mí me daban permiso en el Banco Bilbao -estaba en la sección de Bolsa- para salir antes del trabajo y ver la Copa de Ferias y luego, muchas veces con el traje calado por la lluvia, regresaba a mi puesto para recuperar las horas.

«¿Qué hay que hacer para llegar a esta edad y estar tan bien? Tener mucha suerte. Nosotros éramos cinco hermanos y soy el único que queda». Esa quizá sea la peor parte de la longevidad. «La mejor es seguir viendo a la familia. Hace poco nos juntamos 31 para comer, aunque yo cada vez voy menos porque ya estoy habituado a mis horarios de aquí». Superviviente de ocho meses de hospital en la guerra civil, la buena salud le ha acompañado. «Hace pocos años todavía iba al monte. Salía de aquí y subía al Pagasarri, a Arraiz y más lejos», recuerda. Nunca le falta el crucigrama -se lo solían ampliar para que lo llevara en sus caminatas- y su misa diaria. «Aquí comes lo que quieres. Yo estoy como un rey».

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