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Al pueblo en el 600, ¿a que te acuerdas de aquella odisea?
Mitxel, coleccionista de coches clásicos, recrea con sus recuerdos y en estas imágenes aquellas vacaciones de su niñez. «Había que parar varias veces porque el coche se calentaba. Un día mi padre le echó vino»
«El coche se había calentado y como no tenían agua a mano, le echaron vino!». La anécdota deja pequeña aquella otra vez en la ... que tuvieron que echar el agua del biberón del niño. Era eso o la grúa, esperar tirados en la carretera, en algún punto kilométrico del secarral de Castilla en agosto, llanuras interminables de campos amarillos. El bebé era Mitxel Ruiz y el coche, el 600 azul «de tercera o cuarta mano» de su padre. «Pobres, según lo compraron fueron a Castro a probarlo y a tomar algo y se lo robaron. Apareció días después en Santutxu, cerca de su casa. No supimos qué pasó. Pero ellos estaban felices, y es que habían pasado de ir en Vespa, mojándose cuando llovía, a ir en un 600... Pues capitán general era el hombre». Mitxel, vecino de Galdakao, hoy en la cincuentena, padre de una hija y socio fundador del Club Seat 600 Bizkaia, recrea con sus recuerdos y en estas fotografías con su familia y unos amigos, aquellos viajes al pueblo de cuando era niño.
Si usted fue un chaval en los 70 encontrará espacios comunes en el relato de Mitxel y en estas imágenes de hoy que simulan a las de entonces: «la manta de cuadros o su versión en ganchillo en el asiento trasero, la fiambrera con la tortilla y los filetes empanados que se comían fríos, esa radio grandota como una caja de Farias que iba colgada del espejo, que te pasabas medio viaje buscando el dial, la parada en el Hostal Las Campanas, en Somosierra...». Porque aquellos viajes no se hacían del tirón. Se hacían de varios tirones, alargando hasta las seis o siete horas la llegada al pueblo si el destino estaba por Zamora o cerca, muchas más horas si tirabas más para abajo.
«Mi padre tenía trucada la aguja de la velocidad, marcaba 90 pero íbamos a más, aunque nos pasaban casi todos, los Renault 8, los Simca 1000...»
Mitxel veraneaba en Madrid, donde tenían familia –la otra familia, la de su madre, estaba en Zaragoza–. «Recuerdo que salíamos de noche, a las nueve o las diez. Íbamos por Orduña porque acortabas, pero aún así tardábamos mucho. Mi padre tenía trucada la aguja de la velocidad, marcaba 90 pero íbamos a más, aunque nos pasaban casi todos, los Renault 8, los Simca 1000... El 600 era un vehículo muy de la época pero también el hermano pobre de la carretra».
Él tiene cinco 600, con los que recorre España sin prisa... Porque no vale otra cosa. «A un coche de ahora le metes cuatro personas y ni se nota, pero en un 600 te metes dos y como la potencia va tan limitada lo acusa». Hablamos de «28 caballos, en lugar de los 120 o 140» de un turismo actual. «En llano a 100 vas bien pero subiendo...». Y eso ahora, que las carreteras están mejor, así que eche cuarenta años para atrás. «Todos los veranos estábamos con el dichoso 'calentón'. Había que parar a echar agua cada cierto tiempo porque no llegabas si no a la gasolinera siguiente, que igual estaba a treinta kilómetros o más». Y fue en uno de esos calentones cuando el padre de Mitxel le echó vino. «Arrancó, claro que arrancó».
Ahora recuerda con la nostalgia asociada a la niñez aquellos viajes «interminables» con carácter de odisea. «Recuerdo ir en brazos de mi madre, en el asiento delantero. Luego nació mi hermano y ya íbamos los dos atrás, en un Renault 6». El confort de hoy (aire acondicionado, el dvd con dibujos animados para que se entretengan los niños...) era entonces ciencia ficción. «Llegabas al pueblo y te dolía todo. Los riñones, achicharrados, porque había que poner a ratos la calefacción para que tirara bien el coche. Luego mi padre arregló el sistema de refrigeración, puso uno más moderno y ya no había que encenderla, eso fue un gran avance».
«Fueron unos años muy bonitos. Me vienen flashes... Y el olor... No se me olvida. A aceite, a plástico, tufillo del motor. O igual era el sky de los asientos, o la pintura del coche que cuando hacía calor olía...»
Cuenta Mitxel que viajaban con el 600 a tope. Las maletas, hoy cotizados artículos vintage, se ponían «en la baca, que en el maletero apenas cabía una bolsa de viaje» y dentro del coche, todos los cachivaches que no cabían fuera, que eran unos cuantos. Ventanilla abierta para que entrara un poco el aire, y carretera.
«A mí me gustaba más el viaje de vuelta de Madrid porque salíamos de día y, por lo menos, veías el paisaje. No como en la ida, que era todo de noche. Se ve que mi padre apuraba a trabajar y salíamos después de que acabara, para aprovechar desde el primer día de vacaciones». El 1 de agosto, que es lo que tenía casi todo el mundo. «Desde Madrid hacíamos excursiones, al Escorial, a Segovia. Y por aquí también cogíamos algunos días el 600 para ir a la playa, a Sopelana. Recuerdo que cerraba los ojos justo antes de llegar. Me gustaba abrirlos y ver ya el mar. Pensaba: '¡Qué grande es!'».
Hoy Mitxel sigue viajando por carretera. Pero en otras condiciones: al Mediterráneo en coche moderno. Sin ruidos, sin olores y sin calentones. «Lo del ruido era tremendo. El motor del 600 sonaba muchísimo. Aunque yo era un chaval y acababa por dormirme, de puro agotamiento. Mi madre llevaba unos cojines en el coche y yo ponía la cabeza apoyada en el cristal». Rendido, por la incomodidad del viaje y por la emoción de la llegada al pueblo, a las tardes interminables y doradas, a las noches a la fresca y el reencuentro con los amigos del verano, con los que te habías carteado todo el año. «Fueron unos años muy bonitos. Me vienen flashes... Y el olor... No se me olvida. A aceite, a plástico. O igual era el escay de los asientos». Se te pegaban las piernas con el calor, de ahí lo de la manta...
Una joya en un desguace de Valencia
Para curarse un poco de la nostalgia de cuando era niño tiene cinco 600 que ha ido coleccionando en estos años. Joyas irrepetible, que de uno tiene una edición más que limitada. «Seat hizo seis unidades de un modelo y yo tengo uno de esos coches». Lo encontró en un desguace de Valencia, al lado de Canal 9. Pagó 200.000 pesetas por lo que quedaba de él: «las dos puertas, el capó delantero y trasero y la luna. Sin asientos y sin nada más». Lo tiene como nuevo, después de invertir 30.000 o 40.000 euros. «La capota me la hizo un tapicero y solo la lona que se pliega costó 1.200 euros». Los da por bien invertidos. Igual que el tiempo que tarda en llegar a Sevilla o a donde sea que dan se citan los amantes de los 600, que hacen encuentros por toda España. Algunos los llevan a remolque. Mitxel va al volante. Sin prisa, como en aquellos viajes al pueblo de cuando era niño.
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