Un respeto al camarero
Para poner copas o servir mesas hay que tener más arte que muchos artistas
«Hoy recoges un Goya y mañana estás poniendo copas otra vez. Así es el mundo del artista». Ese fue, grosso modo, el mensaje de ... Ana Belén para explicar los vaivenes del mundo del cine. Lo dijo durante la presentación de los mencionados premios. Y se une a las demasiadas veces que alguien, para subrayar lo duro de ciertos bajones profesionales, lo comparan con ese gremio, colocándolo a la altura del betún. Hubo en su momento polémica por equiparar fregar escaleras con lo más bajo que puede hacer una persona, pero del oficio hostelero nada se dice. Y no es justo. Va siendo hora de que valoremos a esos profesionales que portan bandejas, sirven en barras o atienden en mesas. No todo el mundo vale para ello. Hay quien es incapaz de recordar una comanda de dos cervezas y una gilda. Y hay demasiado mirasuelos que friega diez veces un vaso para escaquearse de servir a alguien que lleva un rato esperando. Qué decir de esa camarera que recibe a la clientela con un rictus como si estuviera oliendo mierda. No es fácil servir. Y por eso, esos profesionales, merecen respeto y homenaje.
Me encanta el cine. Pero aburre ese desprecio de ciertos actores y actrices, que sueñan con salir en la pantalla, y minusvaloran eso que les está dando o les ha dado de comer. Además están los antiguos compañeros. Es como decirles que si siguen poniendo copas es porque no valen para nada más. Y lo suele decir un tipo que se cree Robert De Niro porque salió en una película que vieron cuatro y en una serie que nadie recuerda. Para empezar, la cara de un bar es la del camarero. Servidor toma cerveza en botella. Sin vaso. Caña, solo en sitios elegidos. Y aún así hay quien me la sirve con rapidez, arte, y hasta dosis de cariño y quien pasa de lo que le he dicho, planta en la barra una caña de una marca que aborrezco y, encima, está mal tirada. Porque al desganado y al torpe no les hace falta mucho para mostrarse. En Madrid hay un lugar, existen otros muchos, donde los aspirantes a las bambalinas se ganan la vida con una bandeja. Recuerdo ver allí a una camarera extraordinaria. Decían que era buena actriz. Pero la oportunidad no llegaba. Hasta que llegó.
Hoy es una afamada artista que lleva rodadas un buen número de películas de éxito y alguna serie. No diré su nombre. Ni el del local. Pero se veía que era trabajadora. Dominaba la escena. De alguna manera, el bar era su escenario. Recibía con una sonrisa y el cliente se iba con otra. No extrañó su triunfo. Hay grandes de la comunicación, del cine o de la literatura que han trabajado detrás de una barra hasta que alcanzaron su sueño. Pero hay gente, y esto se olvida, que no tuvieron más sueño que ese. Levantarse cada día para trabajar en un bar. Porque hay camareros, y otras tantas camareras, felices de serlo. Les aseguro que hay oficios peor pagados. Un periodista medio gana menos que un camarero. Lo mismo un cámara de televisión o el pasante de un notario. Si no me lo creen, pregunten. Y si hablamos de trabajos más ingratos o duros, creo que todos conocemos algunos que no se los desearíamos ni a nuestro peor enemigo. Y luego está la vocación.
Seguro que recuerdan a gente que es feliz haciendo ese trabajo que ciertos artistas desprecian. Como si poner un cóctel, una buena copa o maridar comida y bebida fuera sencillo. Por no hablar del arte, casi magia, de lograr que un cliente difícil se vaya contento. Solo quien tiene ese don es capaz de ser confesor a jornada completa, consejero para todo, animador en días grises, pañuelo de lágrimas, fabricante de risas y torero de situaciones tensas. Y, además, siendo una tumba. Lo que pasa en el bar, se queda en el bar. Pero hay quien no lo valora. No es extraño, por tanto, que nadie quiera trabajar en ese gremio. Más allá de las condiciones laborales o el sueldo, parece que servir copas o mesas sea una humillación. Sucedía lo mismo con la gente de los fogones. Ahora son estrellas. A ver si pasa lo mismo con los camareros. Muchas veces vamos a un lugar, única y exclusivamente, por la persona que atiende. Porque quien es bueno en su trabajo, sea el que sea, merece aplauso. Nunca ganarán un Goya, pero se ganan la vida con trabajo, arte y dignidad. No todo el mundo puede decir lo mismo, por muchos premios que les den. Dice mi madre que solo tengo amigos camareros. No es cierto, pero casi. Y yo siempre le respondo lo mismo: por algo será.
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