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Después de dejarles charlar largo y tendido, de escucharles con curiosidad vitoriana, de disfrutar de su socarronería, uno agradece que la primera Tamborrada fuera cosa ... de unos tipos tan alavesicos. EL CORREO ha reunido a cuatro de aquellos impulsores de una fiesta genial, casi como el descenso de Celedón, que cumple 50 años. José Miguel Urretabizkaia y Fernando Mendiguren prendieron la mecha en Ametza, en una de esas largas sobremesas nocturnas entre el café, la copa y el puro. A Luis Mari Bengoa, desde Elosu, no hizo falta convencerle. Engatusa él. Lo mismo que Alfredo Vicuña, entonces en Zaldiaran, el único de todos que ha resistido con el barril hasta nuestros días.
La cita fue en Ametza, en la calle Domingo Beltrán –dónde si no–. Sin pega alguna, se vistieron de soldados napoleónicos encantados de la vida con unos trajes prestados pero que les resultaban familiares porque los trillaron cada noche del 27 de abril. Al periodista se lo pusieron fácil. No le hizo falta ni preguntar. Bengoa, el genuino dinamizador de nuestro folklore, el tipo que se entiende con el ganado, en el baserri y las piedras del harrijasotzaile, el aldeano que no calla ni debajo del agua, se puso a conversar con una copa de vino y unas pastas para endulzar.
– Luis Mari Bengoa: En las cenas que hacíamos los martes o miércoles, no recuerdo, surgió la idea de montar una Tamborrada vitoriana, y vosotros (por Urretabizkaia y Mendiguren) os encargasteis de pasar por las sociedades para recabar apoyos. Poco a poco se fue haciendo aquella directiva con representantes de cada sociedad y entre unos cuantos nos repartimos las parcelas. Gilarte y yo teníamos la función de hablar con el gobernador, el señor Ansótegui. El tío vacilaba con nosotros, nos decía que no servía de cocinero (risas). ¿Lo recordáis? En esa primera gran foto de la Tamborrada en las escaleras de la Catedral Nueva faltamos Gilarte y yo porque el gobernador nos llamó a capítulo (carcajadas). Había oído pitos y nos preguntó qué pasaba. Veían enemigos donde no los había.
– José Miguel Urretabizkaia: Enseguida te señalaban y te cortaban el grifo, estábamos marcados, éramos peleones. De blusas también tuvimos algún problema. Aquella época era como era.
– L. M. B.: Todos los que sentíamos la blusa o la fiesta vasca estábamos en el ojo del huracán. Yo estuve tres veces en comisaría.
– Alfredo Vicuña: Recuerdo una de aquellas primeras noches. Bajábamos tocando por la cuesta de San Francisco y detrás venía una manifestación. Vimos a los 'grises' con los cascos y pensamos:'Bueno, nos van a poner guapos'. Pues no, pasamos, pasamos y no nos sacudieron.
– L. M. B.: Las sociedades hacíamos caso. Luego la cosa se fue degenerando. En mi caso lo dejé después de quince años porque estábamos convirtiendo la Tamborrada en una cuadrilla de blusas.
– J. M. U.: Al principio, cuando la montamos, era una cosa seria, un poco seria, un poco, pero los componentes no lo éramos tanto. Aunque nos lo tomábamos en serio, primero cenábamos y luego venía el peligro. Trago y tal. Era un poco cachondeo. Aristondo y este (por Bengoa) tenían que pelear la tira con nosotros. Íbamos con puro, hacíamos paradas, la gente se dispersaba, se metía en los bares... Sí, la cosa fue degenerando. Ahora no sé cómo está.
– Fernando Mendiguren: Todo empezó aquí, en Ametza, con una Tamborrada creada a imagen y semejanza de la de Donosti, como una burla a las tropas napoleónicas. Pensamos que con ella se podía rellenar un poco el hueco de la noche del 27 de abril, porque después de la Retreta no había nada en las calles. Pensamos en una celebración popular con bombos, tambores, barriles... Creo que fueron diecisiete sociedades. Aquella primera noche fue muy bonita, al menos así la recuerdo. Los cuatro gamberros, por llamarnos de alguna manera, de Ametza que manejamos la idea éramos Pedro Mari González de Gamarra, Javier Goicoechea, Luis Miguel Urretabizkaia y un servidor. Tuvimos la estimable ayuda de José Mari Sedano con su difusión en los medios de comunicación. Ahora me queda la sensación de haber cumplido una misión. Y mira, 50 años ya.
– A. V.: Yo salí desde la primera hasta 2016. He visto la evolución de la Tamborrada y si antes parecíamos blusas, ahora lo son. Creo que se ha masificado en exceso, hasta el punto de que ha habido intentos de hacer dos. Con el tiempo las ayudas institucionales no han sido tantas, sé de gente que se ha costeado su propio traje. No quiero dejar pasar un recuerdo de los primeros ensayos. Los hacíamos en el hoy Parlamento vasco (antes, el instituto), donde poníamos unos tablones en horizontal y golpeábamos la madera con unos tarugos porque no teníamos tambores. En ese 75 cenamos en el Teide.
– L. M. B.: Para crear el repertorio musical tuvimos la inmensísima suerte de contar con Luis Aramburu y Sabin Salaberri. Se hizo uno propio, alavés.
– Después de medio siglo, es para sentirse orgullosos.
– F. M.: Yo me quedo con haber cumplido una misión.
– L. M. B.: Le doy mucho valor a la unión que se gestó entre todos nosotros, entre los txokos, una camaradería que se consolidó con los años. Es lo que queda hoy. En aquella época prácticamente ni nos conocíamos. De ahí surgieron los campeonatos de cocina, el de cata de vinos... Muchos encuentros y amigos.
– J. M. U.: Yo quiero aprovechar la ocasión para aclarar algo. Se ha extendido la creencia de que la Tamborrada la crearon, bueno, la creamos unos guipuzcanos. Pues no es así, yo soy alavés... Éramos tres alaveses y un guipuzcoano, así que los padres de la criatura somos de aquí.
– ¿Cómo os recibieron los vitorianos? Era una novedad impactante.
– J. M. U.: La primera vez salimos un poco... 'cagaos'. '¿Qué pasará?'. No sabíamos cómo iba a reaccionar la calle. Pues bien, hasta el tiempo nos acompañó, salió una noche buenísima, agradable. Fue un éxito.
– A. V.: Se triunfó desde la primera salida.
– L.M. B.: Si tuvimos suerte hasta con los trajes, que los alquilamos en Donosti. Nos los hicieron a medida, a medida que iban saliendo del armario (carcajadas). En aquella época, en la transición española, las subvenciones parecían más fáciles que ahora.
– ¿Mantienen contacto? ¿Se suelen ver por Vitoria?
– J. M. U.: A Luis Mari hacía décadas que no lo veía en persona, solo por la tele los domingos con el deporte rural (risas).
– A. V.: Es bonito verse. Hemos disfrutado tanto... y sin discutir.
– F. M.: Los amigos. Para mí es lo más valioso.
– J. M. U.: Aparte de la Tamborrada, luego estaba la posTamborrada. Cuando terminaba, seguíamos con el lío. Luis Mari sacaba la trompeta y pasábamos por las sociedades.
– F. M.: A tomar sopas de ajo. Terminábamos a las dos o las tres de la madrugada y recenábamos un caldo exquisito.
– A. V.: Hubo noches de llegar a casa a las seis de la mañana. Me encontraba con el basurero.
– J. M. U.: Yde día también. La Tamborrada cumplía una función. Cuando terminaba, nos cambiábamos de ropa y seguíamos con la chufla.
– A. V.: La vida, las cosas eran baratas. Poníamos dinero a escote y nos daba para mucho.
– F. M.: La Diputación ponía dinero. Los primeros trajes propios los pagó ella. Se confeccionaron en Kendal.
– Buena sastrería.
– J. M. U.: Me sorprendió que Kendal nos presentara el presupuesto más barato de los tres que pedimos. Era una tienda de la leche, un lujo. ¿Momentos buenos? Pues sí. Eran juergas puras y duras.
– L. M. B.: Hablábamos antes de que acabó siendo como una cuadrilla de blusas. Bueno, el éxito de la Tamborrada radicó en que animaba a la gente. Pasamos de un desfile militar a una fiesta entre amigos y conocidos con el pueblo de Vitoria.
– J. M. U.: Yo no voy a justificar que aquello fuera una cosa seria. No lo era. Si se paraba, nos íbamos a echar 'gasolina'.
– A. V.: Yo he llegado a ver botellas de licor dentro de un barrilete (risas).
– L. M. B. : Aristondo y yo íbamos por los bares recogiendo a la gente desperdigada.
– J. M. U.: Aristondo era un tío recto, había que serlo, cómo no.
– ¿En qué ha cambiado la Tamborrada?
– A. V.: Cuando la gente empezó a manejar dinero, aprovechaban el puente para marcharse de vacaciones y la Tamborrada se resentía tanto por el número de integrantes como de público. Cambiamos de hábitos y costumbres. Siempre he sido partidario de marchar desde la Torre de doña Ochanda hasta la Diputación, interpretar en sus escaleras el repertorio completo y terminar en la plaza de la Virgen Blanca.
– J. M. U.: En efecto. El problema de esta fiesta, la de San Prudencio, es que hay puente de por medio y la gente se marcha a la playa o al extranjero. Yo lo entiendo. En Donosti lo hacen de otra manera, aparte de que es enero, un mes para quedarte en casa. El suyo es un sentimiento hondo, mucho más que el nuestro.
– A. V.: Lo llevan dentro; aquí, no tanto. He estado varias veces en la Tamborrada de San Sebastián y no tiene nada que ver con la nuestra, aunque se le parezca. Allí tienen una disciplina. Si te pierdes los ensayos, no te dejan salir; se lo toman más en serio que nosotros. Pero, disfrutamos a nuestra manera, que no está mal. Y que siga.
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