La soledad de Podemos
El debate en el Congreso demuestra el olfato político de Díaz y la vocación de Sánchez de demostrar quién manda en el Gobierno
Pocas cosas dicen más sobre un partido, y sobre sus expectativas de futuro, que su capacidad para leer el signo de los tiempos. En eso ... el PNV, hay que reconocérselo, ha ido muchas veces por delante, por ejemplo al situarse a favor de la liberalización del aborto, la eutanasia o la Ley Trans o al cambiar el accidentalismo monárquico por el republicanismo ante los sucesivos escándalos del anterior jefe del Estado, ahora exonerado en el Supremo. Y lo hizo ayer al situarse nítidamente del lado de los partidarios de armar a la resistencia ucraniana ante lo que Aitor Esteban, en un discurso en las antípodas del infantilismo político de otros portavoces, denominó «nuevo orden mundial».
Eso a pesar de que el PNV, partido de orden en su fibra sensible pero muy atento a los indicadores sociológicos que pintan a Euskadi como una sociedad escorada al centroizquierda y de tradición antimilitarista, podía haber tenido la tentación de ponerse de perfil. Pero no lo hizo, en un ejercicio de sagacidad política y de memoria histórica (el bloqueo de París y Londres al envío de armas a los republicanos en el 36) que ha practicado también Sánchez al abandonar el discurso dubitativo que exhibió el lunes en Televisión Española y colocarse del lado de la práctica totalidad de Europa.
Con el giro escenificado ayer en el Congreso, Sánchez pretendía no solo no dilapidar la ocasión de que España sea tomada por fin en serio en el concierto internacional. También demostrar que es él el que manda en el Gobierno y el que marca la política exterior y de defensa, y que, en un gravísimo conflicto al que el mundo asiste consciente de estar librando una batalla decisiva entre el autoritarismo y las democracias liberales, el Ejecutivo español no va a quedar sojuzgado por las cuitas domésticas de un socio anclado en los tiempos de Stierlitz, el James Bond ruso que inspiró la carrera de Putin desde sus tiempos del KGB.
Los mismos reflejos, por cierto, que han demostrado Yolanda Díaz y el espacio político aglutinado en torno a ella. No es casualidad que los comunes de Colau y el espectro que representan Mónica Oltra y Compromís se hayan alineado con la nueva posición de Sánchez, lo mismo que Alberto Garzón, que aplaudió de pie, y que se refiere a la invasión de Ucrania como «agresión imperialista». Un cambio de posición fundamental, por cierto, para que el presidente se decidiera a rectificar sin miedo a provocar una conmoción en la coalición que preside.
El movimiento confirma la ambición y el olfato político de la vicepresidenta y la esclerotización de Podemos (al que en este caso se le ha caído el Unidas), incapaz de 'aggiornarse' a los movimientos tectónicos que sacuden el tablero geopolítico y salir de la inercia anti OTAN, como reconocen en su propio seno. Su soledad, compartida con las izquierdas soberanistas, no romperá la coalición, básicamente porque no tienen a dónde ir y nadie quiere elecciones ahora. Pero puede condenarles al ostracismo de esa burbuja grotesca en la que Puigdemont y Rufián se dedican a zaherir a Josep Borrell mientras las bombas caen sobre Kiev.
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