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Mari Mar Negro, hija mayor de Alberto Negro, en un momento de la entrevista, cuando se van a cumplir cuarenta años del atentado. Fernando Gómez
«ETA envió a un cura para disculparse por matar a mi padre, y le eché de casa»

«ETA envió a un cura para disculparse por matar a mi padre, y le eché de casa»

Mari Mar Negro, hija de un trabajador de la central de Lemóniz, recuerda el atentado que cambió su vida y la de su familia hace 40 años

lorena gil

Domingo, 4 de marzo 2018

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Mari Mar Negro estaba fregando los platos de la comida mientras su madre se echaba una pequeña siesta. La radio estaba puesta. Se escuchó: «Estalla una bomba en Lemóniz». ETA había empezado en 1977 una campaña contra la central nuclear -no llegó a abrir sus puertas-. A lo largo de cinco años, perpetró un total de 246 acciones terroristas que dejaron un saldo de cinco empleados muertos y catorce heridos. Las dos primeras víctimas mortales fueron Andrés Guerra y Alberto Negro. Este último, padre de Mari Mar. Ambos fueron alcanzados por el potente explosivo que la banda colocó dentro de las instalaciones de la central hace ahora cuarenta años. Fue el 17 de marzo de 1978.

«Lo que hacía ETA era buscar causas que popularmente fueran atractivas y enarbolarlas. En este caso, la antinuclear. Yo nunca he dicho nada contra esa causa. Al contrario, creo que es legítima. Pero cuando la banda se agarró a ella, la desprestigió. Sus métodos eran las bombas y el tiro en la nuca. Mataban libremente y decían que estaban haciendo algo bueno para Euskadi. Eran los salvadores del pueblo vasco. Nadie les dijo que lo fueran, se lo decían ellos y ya está», explica Mari Mar.

Su padre, Alberto, trabajaba como ajustador en la central de Lemóniz. Aquel día entró en el turno de tarde. «Mi madre no se despidió de él. Había ido a la mañana a vender pescado al puerto de Santurtzi con mi abuela y no llegaron a cruzarse», evoca. «Yo recuerdo verle por la ventana de casa marchar andando... sin saber que ya no volvería».

- ¿Cómo era su padre?

- Extrovertido y abierto. Siempre trabajó en montajes de térmicas e hizo muy buenos amigos en todos los destinos. En casa era más estricto, pero la que cortaba el bacalao era mi madre. Hasta que faltó mi padre. Entonces cambió. Con veinte años, automáticamente me convertí yo en la madre.

Cinco días antes del atentado, alrededor de 60.000 manifestantes proclamaban su protesta en las cercanías de la central nuclear vizcaína. En medio surgió un grito irresponsable: «ETA, Lemóniz, goma-dos».

- ¿Eran conscientes de que las instalaciones eran uno de los objetivos de la banda terrorista?

- Sí. Pero lo fuimos sobre todo poco antes del atentado. Los trabajadores cogían en Las Arenas los autobuses que iban a Lemóniz. Un día hubo una concentración, no sé si antinuclear o abertzale, y les tiraron piedras. Esa fue la vez que nosotros empezamos a notar más de cerca que era problemático estar allí.

«Era un trabajador sin ninguna afiliación política. Así que, si te he visto, no me acuerdo»

José Antonio Torre Altonaga, alias 'Medius', que trabajaba como electricista en Lemóniz, fue condenado en 1981 a veinte años de prisión por su colaboración en el atentado que acabó con las vidas de Alberto y Andrés. Investigó durante tres meses la forma de llevarlo a cabo y allanó el camino a otros tres compañeros de la banda para que colocaran el explosivo. La sentencia de la Audiencia Nacional denomina, a efectos narrativos, a los autores 'Miguel', 'Martín' y 'Emilio', ya que no fueron juzgados por estos hechos. La bomba se preparó para que detonara a las 14.55. Torre acababa su turno a las dos. Después de salir, llamó desde Plentzia en dos ocasiones a la central sin ser atendido. A la tercera consiguió comunicar: «Soy un portavoz de ETA militar, hay colocado un explosivo de gran potencia en uno de los generadores del edificio de contención 1». Minutos después estalló, destrozando a Andrés Guerra, de 29 años, y a Alberto Negro, de 43. Además, resultaron heridos otros catorce trabajadores.

Identificación

Mari Mar escuchó la noticia por la radio. «Y entonces se desencadenó un auténtico caos. Horrible. No se lo deseo a nadie», describe. «Mi madre y yo salimos de casa corriendo -vivían en Zierbena-. Por teléfono no nos aclaraban nada, así que fuimos al cuartel de la Guardia Civil de Santurtzi para ver si ellos nos podían orientar», relata. Los agentes les aconsejaron ir al hospital San Juan de Dios, por ser el lugar al que solían derivar a los heridos. «Cuando llegamos nos cruzamos con un amigo de mi padre, que también trabajaba en Lemóniz. Cuando nos vio, se echó a llorar. Entonces supimos que había muerto», se sincera.

«Mi madre y yo estuvimos solas durante 7 horas en el depósito de cadáveres del hospital de Basurto»

La siguiente parada fue el depósito de cadáveres del hospital de Basurto. «Estuvimos las dos solas sentadas allí durante unas siete horas, hasta que a las dos de la madrugada nos comunicaron que era mi padre. Previamente nos habían dicho hasta en tres ocasiones que creían que no era él... Dos familiares dieron la confirmación a posteriori al identificar los restos de su ropa», revela.

- ¿Estuvieron siempre solas?

- Sí. Eso fue lo que más me dolió.

Por la casa de su abuela pasaron multitud de personas a dar el pésame a la familia. «Yo era quien les recibía, porque mi madre no podía». Entre las visitas, destacó la de un párroco de Portugalete -municipio del que era natural Alberto Negro-. «Me dijo que quería transmitirme el pesar por parte de ETA, que su intención no era que muriera ningún trabajador y que la culpa había sido de la central telefónica de Lemóniz por no avisar a tiempo, que mi padre había sido un daño colateral», relata Mari Mar. «Le dije que la culpable de que mi padre estuviera muerto era ETA, porque el que mata es el que coloca la bomba. Y le eché de casa. Tiempo después, ese mismo cura se marchó a Francia».

Hasta 1995 constaba como fallecido en accidente laboral, no como víctima del terrorismo

LOS DATOS

  • 246 acciones terroristas cometió ETA contra la construcción de la central nuclear de Lemóniz.

  • 6.000 millones de euros en pérdidas supuso el cierre de la central de Lemóniz, que ha permanecido a medio edificar durante estas cuatro décadas. Ahora el Gobierno vasco la quiere convertir en una piscifactoría.

  • Víctimas mortales ETA asesinó a cinco personas implicadas en la construcción de esta instalación en poco más de tres años. Los obreros Andrés Guerra y Alberto Negro fueron los primeros hace 40 años. En 1979, les siguió otro trabajador, Ángel Baños. En 1981 la banda mató al ingeniero jefe del proyecto, José María Ryan, tras tenerle secuestrado una semana, y al director de la sociedad constructora, Ángel Pascual Múgica.

Por el domicilio familiar también pasaron representantes de la empresa para la que trabajaba su padre, Ibemo, y de Iberduero, encargada de la construcción de la central. «Ambas se comprometieron a darme trabajo a mí porque era la mayor», recuerda Mari Mar, que entonces contaba veinte años. El único sueldo que entraba en casa era el de su padre. Su madre, Isabel, vendía pescado en el puerto de Santurtzi, pero no cobraba. «Ayudaba a familiares porque era algo que le gustaba. De hecho, sigue haciéndolo a día de hoy, que va a cumplir 81 años...», revela su hija.

Cuando ETA perpetró el atentado, Mari Mar estaba en paro y tenía dos hermanos pequeños, de catorce y cuatro años, que sacar adelante. «Fui a la empresa en la que trabajaba mi padre, por una cuestión de cercanía personal. Pero me trataron fatal. Me espetaron que una cosa es lo que se dice en el momento y otra, lo que luego se puede hacer». Cerrada esa puerta, a los tres días se acercó hasta Iberduero. «Me daba un apuro enorme... Y allí no tuve ningún problema. Me dijeron que no me preocupara, que un hueco para mí iba a haber. Y para ellos he trabajado, hasta que me prejubilé a los 57», agradece. Iberduero también contrató a la viuda de Andrés Guerra, la segunda víctima mortal del atentado.

«Recibes parabienes de todo el mundo y al día siguiente, ya no hay nadie. Ser víctima en 1978 tampoco era lo mismo que serlo en los noventa. Aquellos años eran muy duros, más aún si eras una víctima de a pie. Mi padre era un trabajador sin ninguna afiliación política. Así que, si te he visto, no me acuerdo. Incluso dos días después del atentado me enteré de que una vecina iba diciendo que la culpa era de mi padre por trabajar en la central», lamenta.

«Decir que lo que hizo ETA estuvo mal no gusta. El que molesta es quien llama a las cosas por su nombre»

- ¿Cuándo fue reconocido su padre como víctima del terrorismo?

- Tarde. En 1995. Hasta entonces constaba como fallecido en accidente laboral.

Alberto Negro. Natural de Portugalete, tenía 43 años cuando ETA acabó con su vida. Casado y con tres hijos. Trabajaba como ajustador en la central de Lemóniz.
Alberto Negro. Natural de Portugalete, tenía 43 años cuando ETA acabó con su vida. Casado y con tres hijos. Trabajaba como ajustador en la central de Lemóniz. E.C.

Falta de información

Nadie informó a la familia de la detención del etarra José Antonio Torre Altonaga un año después del atentado, ni de su posterior condena como colaborador necesario para colocar la bomba en Lemóniz. Menos aún de su puesta en libertad en 1998, tras cumplir algo más de 19 años de prisión. «¿Tan difícil era para el Estado tener una relación de las víctimas que existían e informarles de lo que iba ocurriendo? Procedimientos judiciales, legislación... No nos enterábamos de nada, y lo que sabíamos era gracias a las indagaciones que hacíamos por nuestra cuenta», reprocha Mari Mar.

Tras la bomba de aquel 17 de marzo de hace cuarenta años, ETA continuó con sus ataques contra Lemóniz. La macabra lista de asesinatos relacionados con la central nuclear la completaron el montador Ángel Baños y los ingenieros José María Ryan y Ángel Pascual. La central no llegó a inaugurarse y se calcula que el cierre supuso unas pérdidas económicas de 6.000 millones de euros. Un comando atacó en diciembre de 1977 el puesto de la Guardia Civil que vigilaba las obras. Uno de los terroristas murió como consecuencia del tiroteo y la izquierda abertzale lo llamó «el primer mártir de Lemóniz». «Es como los recibimientos que se hacen a etarras. Nadie se pregunta por qué estuvieron en la cárcel. No importa si han matado o no», critica.

«La situación en el País Vasco ha cambiado fundamentalmente porque ya no se mata. Pero estoy segura de que cuando se publique esta entrevista, algunas personas me mirarán mal», sostiene Mari Mar.

- ¿Por qué lo dice?

- Afirmar claramente que lo que hizo ETA estuvo mal, que son unos asesinos, no gusta. Si me callo o suavizo lo que ha ocurrido, soy maja. Aquí, el que molesta y crispa es quien llama a las cosas por su nombre.

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