Los cien días de Pradales: el lehendakari supera la primera prueba de fuego
Pradales emerge de la simbólica prueba de fuego con la impresión de haber asentado un relato, aplacado a la oposición y recuperado la relación con Moncloa, aun a riesgo de levantar ampollas en sus predecesores
Quienes conocen por dentro la siempre compleja bicefalia del PNV han reparado estos días en un detalle que define la impronta del recién estrenado mandato ... de Imanol Pradales: el peso político del que se revistió su intervención en Moncloa tras reunirse con Pedro Sánchez por segunda vez en menos de dos meses. Que fuese precisamente el lehendakari el encargado de aplacar en Madrid los temores del Gobierno y comprometer el apoyo del PNV con la estabilidad del Estado –con llamamiento incluido a Junts para volver al redil– se ha interpretado como un claro síntoma de que el jefe del Ejecutivo vasco ha aceptado el envite de «echarse el partido a la espalda» e insuflarle el aire político que necesita. «Recuerda, salvando las distancias, a cuando Arzalluz le entregó el mando a Ibarretxe en un momento de dificultad para el partido», resume un alderdikide con mando en plaza.
Son señales, sutiles, pero señales a fin de cuentas de cómo Imanol Pradales Gil (Santurtzi, 1975) ha aprovechado sus primeros cien días de mandato –se cumplen este fin de semana– para ganar relieve, asentar su estilo propio y, sobre todo, para ir despegándose de los clichés que auguraban un punto y seguido de laboratorio de la etapa anterior. A nadie se le escapa que Pradales llegó a Ajuria Enea con el sambenito de ser un 'Urkullu bis', una apuesta continuista de Sabin Etxea para resistir el embate en las urnas de EH Bildu y salvar los muebles con el envoltorio del relevo generacional. Y que lo hizo además en mitad del 'shock' que supuso para el PNV que se le descontrolase la transición tranquila que había diseñado para poner fin a la etapa de Iñigo Urkullu tras tres legislaturas.
Quizás por eso el nuevo lehendakari ha aprovechado estos tres meses de rodaje inicial para sacudirse etiquetas e ideas preconcebidas y para lograr, sobre todo, no provocar rechazo de saque en nadie, una tarea que ha acometido con una frenética agenda de reuniones, públicas y privadas, con partidos, sindicatos, empresarios y agentes sociales. «Nuestra obsesión ha sido diálogo, diálogo y más diálogo», apuntan sus colaboradores. Una 'apertura' a la sociedad que se ha querido escenificar con gestos simbólicos pero muy estudiados, como fichar consejeros sin carné de partido (Alberto Martínez y Begoña Pedrosa), priorizar los perfiles «tecnócratas» o «abrir las puertas» del vetusto Palacio de Ajuria Enea, que ha pasado de lugar reservado para las citas de alto nivel protocolario a albergar reuniones, entrevistas y actos varios.
La impresión, puertas adentro, es que ese primer objetivo se ha logrado y que la simbólica prueba de fuego de los cien días se ha superado sin dejar rasguños: los poderes económicos respiran con cierto alivio porque se sienten «escuchados», las centrales sindicales –ELA rompió una incomunicación de años al acudir a la ronda de Pradales, aunque volvió después a sus posiciones clásicas con el portazo a la mesa de Osakidetza– no han alzado excesivamente la voz y la oposición mantiene, sobre todo EH Bildu, una estrategia de mano tendida (en ocasiones más bien de palo y zanahoria), que puede convertirse, eso sí, en un regalo envenenado. En el partido incluso los más críticos se muestran satisfechos y optan por dar «tiempo» a Pradales pese a echar de menos un discurso más nítido en asuntos con carga ideológica.
Los socios socialistas, pese al interés en marcar perfil propio y distanciarse del incipiente debate soberanista con cajas destempladas –la nota disonante que ha enturbiado la aparente placidez inaugural del mandato, junto a las tensiones territoriales por el TAV–, están igualmente tranquilos. La relación con el 'número tres' del Gabinete, el vicelehendakari segundo Mikel Torres, está bien engrasada y el PSE agradece, sobre todo, la «rectificación» y el «cambio de actitud» en la política sanitaria y el haber cogido el toro por los cuernos en un asunto, el desprestigio del sistema público de salud, que Sabin Etxeasitúa en el epicentro de la desafección que ha arrasado con buena parte de su granero tradicional de votantes y les ha empujado a la abstención.
Enmienda a la totalidad
Para algunos, la «enmienda de totalidad» a la labor de Urkullu y la exconsejera Gotzone Sagardui –que, según diversas fuentes, han visto con disgusto que se echen por tierra sus argumentos en defensa de la sanidad pública y sus ratios de calidad– era innecesaria y destila el adanismo que a veces se achaca a los recién llegados; para otros, ha sido un «acierto absoluto» porque ha permitido enfocarse en las soluciones y en el acuerdo como método en lugar de seguir regodeándose en los problemas. «Se ha mirado al dedo y no a la luna, y eso es inteligencia política».
La misma táctica ha seguido el consejero Bingen Zupiria para manejar el complejo departamento de Seguridad y el conflicto con la Ertzaintza, con menos suerte con los sindicatos. E idéntica filosofía destila, por ejemplo, el pacto ético propuesto por el lehendakari para pertrecharse con un relato de resistencia a los populismos y de empoderamiento frente al ruido madrileño que no le ha salido del todo bien. El PP ha visto un flanco para subrayar sus carencias y EHBildu para acelerar su proceso de conversión en un partido como los demás.
En lo que sí ha tenido éxito el lehendakari es en recuperar la relación con Sánchez, más bien desvaída en la última etapa de Urkullu, a cuyos mensajes había dejado de responder. La sintonía entre ambos, que no se conocían, ha sido «muy buena», según fuentes de ambos partidos, y ha puesto las bases para una tercera reunión, la de la comisión bilateral permanente, que Pradales quiere enfocar, más allá de las transferencias, como una mesa para encauzar sin dilaciones la relación, no siempre sencilla, con el Gobierno central.
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