Yo también la sufro en silencio
Lamento no ser una de las 18.000 vizcaínas y vizcaínos que han solicitado no recibir propaganda electoral del 28-M (20 veces más que ... en las anteriores elecciones municipales). Porque una cosa es que te bombardeen por tierra, mar y aire intentando persuadirte de las bondades propias y las maldades ajenas, y otra que te colapsen el buzón de correos, en un gesto muy poco 'ecofriendly'.
A menos de dos semanas para el arranque oficial de la campaña, todos buscan su mejor colocación en la casilla de salida. En Euskadi, los socialistas aprovechan la mínima para distanciarse de los nacionalistas, aun siendo inseparables socios de Gobierno y estos hacen lo propio en Madrid, por aquello de que obras son amores y amor con amor se paga. Lo mismo da que sea por la ley de educación que por la de vivienda o la de memoria histórica, la cuestión es marcar perfil ideológico y patrimonializar la iniciativa política, a sabiendas de que, pasado el trámite de la cosecha del voto, volverán a entenderse como lo han hecho siempre, compartiendo una misma unidad de destino, al menos en las instituciones vascas.
Así se lo ha recordado Andoni Ortuzar a los de Eneko Andueza, recomendándoles que rebajen la dramaturgia electoral al acusar al PNV de querer avanzar en el camino de la «construcción nacional» a costa de cargarse el castellano y de pactar con EH Bildu la euskaldunización forzada en las escuelas, porque «después del 28-M, vendrá el 29-M, cuando nos tengamos que sentar a hablar», les ha dicho, trayendo a colación la vieja frase de Alfonso Guerra de que «el que se mueve no sale en la foto». Si bien suavizaba el tono de su advertencia con un «yo no soy tan categórico».
Y es que no es precisamente el PSE-EE el motivo de los desvelos de los jeltzales, sino la coalición liderada por Arnaldo Otegi, a la que Ortuzar dedicaba sus más inspiradas arengas mitineras, acusándoles de ser «una sucursal de Podemos» y de «cambiar el derecho a decidir por el derecho a dirigir en Madrid», tras apoyar la ley de vivienda, por la invasión competencial que supone.
Desde que a EH Bildu le ha dado por explorar (y explotar) su perfil más institucional y de izquierdas (y menos independentista) en la capital del reino, el PNV ha reforzado su discurso autonomista, alardeando de ser «el único partido leal a Euskadi» y reprochando a los de Otegi el hacer dejación de la defensa de los intereses del pueblo vasco. Lo que sitúa al electorado soberanista ante la maniquea disyuntiva de tener que escoger no sólo cuál de las dos formaciones velará más y mejor por el mantenimiento del marco competencial autonómico sino, por elevación, cuál de las dos es más y mejor abertzale.
La esperanza es alterar el voto de los indecisos, en el supuesto de que los haya. De momento, no son sino los muy convencidos quienes se lanzan al ruedo de la refriega electoral en los días previos. Mientras se intuye cada vez más público que prefiere ver los toros desde la barrera, consciente de que la política es para quien la trabaja y no para quien la sufre en silencio, como en el famoso anuncio.
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