La sonrisa de la Monalisa
Siempre he desconfiado de la gente que sonríe en política sin venir a cuento, con esa simpatía forzada y esa positividad tóxica que impregna lo ... que nos va quedando de ella, que es el puro electoralismo. La imagen, la proclama, el lance tuitero o la sonrisa de la Monalisa. El mensaje institucional siempre en positivo, por más que la realidad pinten bastos. La política del metaverso consiste en aparentar empatía, convicción y, ante todo, optimismo.
Lo saben los gurúes de la demoscopia. La gente ya no compra los discursos catastrofistas. Solo mensajes esperanzadores. Por alguna razón nos gusta pensar que en general la cosa no va tan mal, considerando que podría irnos peor, aunque todo sea francamente mejorable. La izquierda 'happyflower' que nos gobierna ha sabido posicionar ese mantra de que «nunca España fue más moderna, ni más feminista, ni más solidaria, ni más liberal, ni más justa». Y de que así ha de seguir siendo, pues cualquier posibilidad de cambio es retroceso. Y el mensaje ha calado hasta los huesos ejerciendo un efecto balsámico, aunque seamos cada día más pobres.
Nos conformamos con poco. Especialmente los socios de investidura, que ya no contemplan más alternativa (ni más remedio) que seguir apoyando a Pedro Sánchez y lo que esté más a su izquierda tras las próximas elecciones de invierno, que todo hace presagiar que no será Podemos, sino un espacio menos hostil, más transversal y sin siglas, encabezado por Yolanda Díez, la mujer de la sonrisa indeleble perfilada de rojo carmín, dispuesta a Sumar con el PSOE y restar de la ecuación a Podemos.
Con una gestión al frente del Ministerio de Trabajo y Economía Social que el electorado progresista califica con un aprobado alto, sus principales valedores frente a la formación morada hablan de «un volantazo radical de talante». Del ego desmelenado y el ceño cabreado de Pablo Iglesias, a sus ojitos risueños. De la retórica de la casta y el asalto a los cielos, al intento de diálogo (después malogrado) con la patronal, los besiños, las graciñas y el «somos una piña» al defender la acción de gobierno. La ferrolana es un seguro habitacional para el inquilino de La Moncloa ante el previsible descalabro electoral de Podemos, tocada y (casi) hundida por la reyerta política y el cúmulo de desaciertos de sus indómitas ministras. De ahí que la haya protegido, tutelado y promovido, con vistas a la calculada operación de ingeniería política diseñada por ambos para intentar reeditar la coalición progresista.
Sánchez ha visto que le sale a cuenta facilitar el que Díaz se consolide como cabeza visible de ese gran espacio de la izquierda donde Podemos desaparezca como marca política o al menos se diluya. Por lo que no es de extrañar que la entronizara en la moción de censura donde, blanca y radiante como una novia, subió a la tribuna de oradores para atizar a Tamames y a la ultraderecha y reafirmar su alternativa como la mejor candidata posible. A cambio, ella promete serle fiel –no como a Pablo– y seguir dorándole la píldora sin pudor alguno, con su grácil acento gallego.
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